
«Ya éramos unos diez los que asistíamos como testigos a las andanzas del “El gato de Guayaquil”, puesto que la situación bien merecía la pena»
Miren: yo creo que soy buena gente pero es que a veces…
Saben que cada tarde si puedo y las tareas me lo permiten, doy un paseo de un par de horas a paso regular, atravesando dos grandes parques, de manera que recorro unos 12 km.
A la altura del alto trasero del segundo, cerca de la tapia hay un pinar bastante majo partido en dos suertes y en medio, un camino de tierra con 8 ejercicios distintos para practicar. Cuál es mi sorpresa cuando a mitad del camino me asalta una señora de mediana edad muy agobiada y me pide ayuda.
– ¡Ayuda señor, ayuda!
– ¿Pues qué la pasa?, pregunte asustado.
– Mi marido, mi marido.
Créanme, me temí lo peor…
– ¿Donde está? Pregunte.
– ¡Allí, subido al árbol!
¡Venga ya! No puede ser… Me acerco al pino y me encuentro a la señora madre de la mujer en postura como, despreocupada (por eso supongo que sería la madre de ella), a dos churumbeles jugando al balón y “al trepador de la pradera”.
– ¡Buen hombre que pasa!
– ¡Nada, que no puedo bajar!
– ¿Pero que hace ahí subido hombre de Dios?
– Cogía unas piñas ¿sabe usted? Y la rama en la que estoy se ha quebrado y por eso no me muevo para no caerme.
– ¡Vale, vale: tranquilo! ¿Pero, usted no sabe qué eso que está haciendo está prohibido?
– ¡Ah! Pues no sabía….
– Ya… (pensé yo)
El menda no era un portento precisamente, yo lo calificaría mas más bien como un prototipo: metro y medio de alto más o menos, grueso por definición, cabezón y con la camiseta de Messi de tres tallas menos de lo digno, o sea… Desde abajo, se le veía media panza colgandera así como si nada puesto que la zamarra no le llegaba y por detrás, pues mucho me temo que se adivinaría la raja del culo porque los pantalones los llevaba medio caídos y se le veían las lorzas, aunque esto es una suposición ya que la perspectiva e inclinación no me permite asegurar tal afirmación.
“El guepardo quechua” estaba bloqueado y sólo repetía insistentemente: “¡Ay diosito, ay diosito!”, así que el tema estaba complicado. La mujer, al decirla que lo que estaban haciendo es ilegal, se puso más nerviosa todavía llegando a ofrecerme por mi inestimable rescate, la mitad del botín, es decir, unas cuatro o cinco piñas. Al declinar aclarándola que eso no era la cuestión, me ofreció la bolsa entera. “La bolsa o la vida”, pensé yo. Y cual fue mi sorpresa cuando desde arriba, “el orangután de Los Andes” comenzó a gritar a la mujer: ¡todas no, todas no!
– ¿Como que todas no? Le recrimine (juro que de coña).
– No señor: ¡le doy dos, y si me ayuda a bajar!
– Oiga, que no estoy negociando… ¿Pero a usted qué le pasa?
El caso es que me giré hacia la mujer y la dije que había que llamar a la Policía Municipal.
– ¡A la policía no, a la policía no! Gritaba “el minino guaraní”.
– Mire no veo otra solución ¡Es que se va a matar, que al menos son tres metros!
A los diez minutos la pareja de maderos motorizados, aparcan, me miran, les hago la seña con el dedo hacia arriba, lo miran y salta uno (el más alto):
– “Madre del amor hermoso”…
El otro saca la libreta, nos aparta del lugar y pide la documentación a la mujer sin mirar “al trapecista del pinar”, echa mano al walkie talkie que portan en el hombro y directamente sin inmutarse, da el aviso para que llamen al SUMMA y a los bomberos.
Me pareció sublime. El hombre tranquilo. Qué no habrán visto ya esos dos para reaccionar con tanta profesionalidad (pensé…).
Llega el SUMMA, el enfermero se descojona viendo el percal aunque lo disimula perfectamente y todos esperamos otros cinco interminables minutos mientras ya a lo lejos se escucha la sirena de los bomberos. A todo esto, ya éramos unos diez los que asistíamos como testigos a las andanzas del “Tarzan del Orinoco”, puesto que la situación bien merecía la pena. Los niños a los suyo, la suegra, refunfuñando y propinando “al sultán de los cafres” todo tipo de graciosos improperios por el espectáculo dantesco que gratuitamente estaba representando y la pobre mujer, muerta de la vergüenza, eso si con la bolsa llena de piñas, bien agarrada.
“El gran felino latino”, sudaba la gota gorda desde las alturas, mientras que esperaba atentamente poder ser el primero en dar la voz desde su posición privilegiada de vigía. Los dos bomberos que llegaron en un 4×4 portando una escalera larga para acceder al lugar del incidente, le aseguraron a la rama más gorda, le colocaron los pies en los escalones de la escalera y poco a poco lo consiguieron bajar, no sin esbozar una sonrisa cómplice, por los gracias a dios que daba “el guachupin del Machu Pichu”. Posteriormente cortaron la rama y terminaron la faena.
– Adiós, adiós (dicen los bomberos) mientras anotan el parte y le dan la receta a los policías.
– “Gracias, muchas gracias, Dios los bendiga mijos”, les dice la mujer…
Los del SUMMA lo revisan, le dan algo de beber para reponer electrolitos y un chute de glucosa.
– Adiós, adiós (dicen los sanitarios) mientras anotan el parte y le dan la receta a los policías.
– “Gracias, muchas gracias, Dios los bendiga mijos”, les dice la mujer.
Los policías devuelven ambos documentos identificativos a la pareja, requisa la bolsa de las piñas y le entregan en mano la receta.
Oficialmente:
– Por subirse al pino: 1.500€
– Por robar piñas fuera de temporada: 600€
– El servicio del SUMMA a petición de la policía para atender una infracción: 1.500€
– El servicio de los bomberos a petición de la policía para atender una infracción: 1.500€
TOTAL: 5.100€
Extraoficialmente:
– La experiencia para un servidor: no tiene precio.
Luego, algunos indocumentados dicen que si la Hispanidad fue un genocidio y tal. Madre mía, el pobre pino…