
“Me da igual que el vaso esté, medio lleno o medio vacío si no sacia tu sed. Quien me defenderá de quien me quiere; De la paz de sus embargos, de sus alquileres”.(“Prende la luz”. Ismael Serrano).
No sé si a ustedes les habrá pasado, pero yo, cada cierto tiempo, suelo cruzarme con alguien que sabe, perfectamente, que es lo que falla en mi vida. Es más, sabe, también, como arreglarlo. Lo sorprendente de todo esto es que yo, en la mayoría de los casos, no soy consciente de que algo falla, pero esta persona, que varía según las situaciones y los contextos, si es consciente de ello, aunque en realidad no tenga conmigo una relación estrecha, ni me conozca lo suficiente como para, siquiera, opinar. Por lo tanto, mucho menos para aconsejar.
Cuando traspaso la estupefacción del consejo gratuito, de la intromisión extemporánea, normalmente ocurre algo que vuelve a dejarme perplejo, y no es otra cosa que, si lo analizo, en la mayoría de los casos, la persona de turno parece saber perfectamente lo que falla en mi vida, pero es incapaz de detectar que es lo que falla en la suya, que, en muchos de los casos, no es precisamente un dechado de aciertos.
Esta realidad, que se hace carne tarde o temprano en la vida de cada individuo, puede trasladarse también al colectivo, cuando la persona que se creé predestinada a salvarte, a conducir tu vida por los caminos de rectitud que te llevarán a Itaca, es un personaje prevalente, con capacidad para dirigir los destinos del colectivo. Por ejemplo, una ministra. Y digo una ministra no porque sea un fan del lenguaje inclusivo, sino porque, en este caso, estoy refiriéndome a alguien concreto. Por supuesto a la ínclita, la maravillosa, la de la mirada sinuosa, la ministrilla de la señorita Pepis, doña Irene Montero.
Ocurre que, últimamente, a la señora o señorita Montero, que no lo tengo claro, le ha dado no ya por intentar gobernar, algo que a todas luces escapa muy de lejos de sus capacidades, sino más bien por dirigirnos la vida. No deja de ser una paradoja, cuando ella va por los caminos del señor con cara de estupefacción, lanzando mordiscos y exabruptos a diestro y siniestro, en busca de un profesional de la salud mental que, de una vez por todas, ponga nombre a su dolencia, con un diagnóstico que bien pudiera ser el primer paso de su redención, no ya como ministra, lo cual es imposible, pero si al menos como persona. La señora o señorita Montero está, como se decía en el siglo XX, antes del lenguaje políticamente correcto, mal de la cabeza.
No es que yo lo diga, o quiera ponerlo de manifiesto. Se basta sola para dejar claro que su estabilidad mental, ni está ni se la espera. Es como si llevase un neón en la frente con la palabra “oligofrénica” brillando en parpadeantes destellos rojos, como las luces estroboscópicas de las raves tecno, de tal modo que no se puede obviar lo evidente.
Cierto es que los miembros del ejecutivo, del actual ejecutivo, nos tienen más que acostumbrados a la sorpresa, a superar cada día, con incredulidad, el dislate del día anterior. Baste recordar que nuestro ministro de consumo, don Alberto Garzón Espinosa ha dejado perlas tan brillantes como aconsejar que no se consuma carne, es más, llegó a declarar que en las granjas de nuestro país, España, el ganado es maltratado. Pero, no contento con tratar de hundir el consumo, que paradoja, de carne roja, y para tapar sus declaraciones del día anterior, apostilló que, y cito textualmente “las flatulencias de las vacas y las heces de los cerdos generan más contaminación que la de los coches”.
No quiero ni pensar en las consecuencias que esto puede tener en el momento en que llegue a los oídos de doña Irene y le dé por pensar, cosa que practica pero no domina, y se le ocurra una ley anti flatulencias, que no nos deje tirarnos pedos en lugares públicos. Habrá que aguantar el retortijón hasta llegar a casa, si no queremos exponernos a una sanción, como la que esta semana ha sufrido un panadero catalán por tener la osadía de poner un cartel, a la puerta de su negocio, ofreciendo empleo de “maestro pastelero y dependientas”. Según una de las leyes absurdas de la ministrilla, el cartel es sexista, por lo cual le han sancionado con 7500 € de vellón. Menos mal que lo puso en catalán, porque si hubiera estado en castellano, serían 5000€ más de multa de la Generalidad de Cataluña.
Miren, yo tengo un negocio y he tenido diversos dependientes y dependientas, y les puedo asegurar que, si vuelvo a tenerlos, cosa que, sinceramente, espero que no ocurra, contrataré a quien yo crea que es más idóneo, faltaría más. Ya que no voy a poder peerme en el local, por lo menos mis empleados los elijo yo.
Pero la gota que ha colmado el vaso, la noticia más surrealista de la semana, ha sido sin duda la de la petición de retirada de la etiqueta del vino “Demasiado corazón”, que embotella y distribuye una bodega del Bierzo, ya que, según el ministerio de Igualdad “cosifica a la mujer” pues “representa una mujer de espaldas con un bikini de corazones, destacando la parte baja de la espalda y los glúteos” . La etiqueta en cuestión es una reproducción de un cuadro del pintor Josep Moscardó.
El problema no es que esta gente desconozca que se trata de una obra de arte, antes de tener la desfachatez de emitir una petición así. Ni siquiera que el intervencionismo exacerbado de Irene Montero le lleve a tales límites. El problema es que esto empieza a parecerse demasiado no ya a una dictadura, sino a la inquisición. Y eso, señores y señoras, creo que no nos lo podemos permitir. Y sobre todo, no se lo podemos permitir a ellos.
Ya está bien de querer dirigirnos la existencia; ya está bien de medidas absurdas que no hacen más que arruinar la economía de aquellos que, honradamente, sostienen este país.
Y sobre todo, ya está bien de aguantar a estos vagos, ineptos, que se están forrando a base de nuestra ruina .Se viene año electoral. En nuestras manos está mandarlos a casa, a Venezuela o a la puñetera mierda. Seamos consecuentes, seamos inteligentes y, sobre todo, seamos libres.
Sean felices, antes de que lo prohíba el ministerio de igualdad.
“En los demás, al verlo tan dichoso, cundió la alarma, se dictaron normas, no vaya a ser que fuera contagioso, tratar de ser feliz de aquella forma”.(“Castillos en el aire”. Alberto Cortez).