
No se le ocurra a usted, buen hombre
(ya no digo mujer, porque el caso es raro),
poner un negocio que resulte de renombre
y dé ganancias, aunque sea de puro milagro:
al poco tendrá usted a Belarra acosándole
y tachándole de puto «capitalista despiadado.»
Quería poner yo un tenderete de castañas
-ahora que parece que al fin el frío ha llegado-
y confieso que las ganas se me han pasado:
con sólo imaginar que me acosara la Belarra,
he decidido que prefiero continuar en el paro.
No; no es que la idea de tal amenaza
me haya de repente arredrado;
sino la de poder verme obligado
a tener que ver a menudo su cara:
el otro día, viéndola maquillada,
¡me vi en un tris de entrar en pánico!
¡Baste decirles que me ha quedado,
desde entonces, la tensión alterada!