
«En mi corazón, y en mi pensamiento, son los niños más sagrados que el Dios del Cielo»
(a)
No esperemos piedad alguna
en aquello que no existe para tenerla;
aunque nadie entienda por qué demonios
tuvo Dios a bien darle existencia.
¡Cómo si no fuese ya bastante jodida
y dura la vida a la que el ser humano llega!
(b)
aún hay quienes osan llamar ‘milagro’
a que, empleando sacrificio, maña, paciencia, y fuerza,
rescaten, de tarde en tarde, a algún pobre desgraciado
de las garras a menudo aterradoras
de esa ‘bondadosa Madre Naturaleza’
que a sus propios ‘hijos’, impávida, destroza.
(c)
Y, encima, una y otra vez el incorregible ser humano
provocando sus propios ‘seísmos’ a todas horas.
¡Cómo, por Dios -o sin Él- podemos ser tan gilipollas!
…No; nunca voy a reprocharle a Dios,
para conmigo, ningún ‘castigo’,
(d)
aunque viva en el convencimiento
de no haberlos nunca merecido.
Sin embargo, toda mi vida he sabido
que nunca habré de perdonarle
-y de ello no me arrepiento-
ni una sola lágrima derramada por un niño:
en mi corazón y en mi pensamiento,
son, ellos, más sagrados que el Dios del Cielo.
