
«La estación de São Bento es considerada una de las más bellas estaciones del mundo y ha sido galardonada por revistas especializadas»
Amo viajar, me aporta sensaciones únicas y me hace vivir momentos que me acompañarán toda la vida. Hoy en día utilizamos medios de transporte que acortan las distancias, podemos viajar por carretera con automóviles tecnológicamente muy avanzados que nos facilitan el trayecto, cruceros maravillosos, en bicicleta, a pie, en moto… en definitiva viajar es un placer y afortunadamente cada uno elije según sus posibilidades. La emoción al partir con el deseo de conocer otros lugares, el inicio de un nuevo proyecto en otra ciudad, el encuentro con seres queridos, viajar nos abre la mente, nos enseña y nos enriquece. Sin duda, una experiencia maravillosa.
Para todos aquellos amantes viajeros, el tren tiene un encanto especial y las estaciones de ferrocarril nos han regalado momentos inolvidables, sobre todo al recordar aquellos años en los que podíamos dar nuestro último abrazo en el andén o decir adiós por la ventanilla hasta perder de vista la figura del ser querido, algo que hoy tan solo es posible en pequeñas estaciones. Para muchos queda en nuestra memoria y conocer algunos de estos vetustos lugares en ocasiones nos llega a sorprender.
A mediados del siglo XVIII se produjo un hecho fundamental y decisivo para el desarrollo de la humanidad, la Revolución Industrial. El ferrocarril se puede considerar como símbolo de esta nueva era ya que muchos de los cambios que se produjeron fueron propiciados por él.
Los primeros avances tecnológicos se llevaron a cabo en Inglaterra, a la que se considera cuna de la Revolución, posteriormente se expandiría por el resto de Europa. Uno de los hechos fundamentales en este proceso fue el perfeccionamiento de la máquina de vapor gracias a James Watt (1736-1819) y Matthew Boulton (1728-1809) que en un primer momento, en la segunda mitad del siglo XVIII se aplicaría a la producción textil con el telar o la hiladora mecánicas y en el siglo XIX a los medios de transporte, barcos y locomotoras.
En 1825 el ingeniero británico George Stephenson (1781-1848) aplicó la máquina de vapor al ferrocarril, lo que supuso un gran avance en las comunicaciones, transporte de mercancías y viajeros. El primer trayecto en tren se realizó en Inglaterra entre las ciudades de Liverpool y Manchester con la locomotora “The Rocket” en septiembre de 1830. El éxito fue rotundo y se extendió en un principio por el resto de ciudades en Inglaterra, para seguir su expansión por Europa, Estados Unidos y Las Colonias.
La Revolución Industrial supuso una gran transformación económica y social que cambiaría la sociedad por completo. La modernización del trabajo trajo consigo mayor productividad mejorando la alimentación y supuso por consiguiente un aumento demográfico, por otro lado el desarrollo de las ciudades tras el éxodo del campo propició el aumento de la burguesía. En general, una nueva era, un cambio radical con una nueva organización social que comenzaría en Europa para expandirse por el resto del mundo.

El tren fue mucho más que un medio de transporte, la sociedad, el urbanismo y también el arte se vieron afectados por el desarrollo y la expansión del ferrocarril. La arquitectura debía adaptarse a las necesidades que requerían las estaciones en cuanto a espacio y ventilación, algo necesario por el vapor de las locomotoras, además del aspecto estilístico que cambiaría dependiendo de muchos factores como la ciudad en la que se construía, las corrientes artísticas o la propia inspiración de los arquitectos.
El historiador estadounidense Carroll L.V. Meeks (1907-1966), especializado en arquitectura, realizó un detallado estudio sobre las estaciones ferroviarias desde la aparición del ferrocarril hasta mediados del siglo XX. En él analiza las influencias francesa e inglesa en las nuevas edificaciones ferroviarias y el nuevo modelo arquitectónico que requería espacios de mayor tamaño con andenes amplios para el tránsito de viajeros y mercancías y nuevas estructuras de hierro, desapareciendo las antiguas cubiertas de madera, el trabajo de los ingenieros fue fundamental en estas nuevas construcciones. Se establece una diferencia entre las estaciones de estilo industrial en las que la imagen no es tan importante como la funcionalidad y el modelo historicista en el que el embellecimiento del conjunto del edificio es importante.
Afortunadamente existen aún estaciones, muchas de ellas en Europa, que constituyen auténticas obras de arte, en las que además de admirar su belleza nos hacen sentir que formamos parte de la historia. La Estación de Saint Pancras (Londres) con una espectacular fachada neogótica, la estación del Norte en París cuya fachada se asemeja a un arco de triunfo, la estación Príncipe de Génova o la estación Central de Amsterdam son algunos ejemplos de esta magnífica arquitectura.
En España, el siglo XIX fue difícil y políticamente inestable, por lo que la implantación y desarrollo de todas las técnicas innovadoras que se habían llevado a cabo en otros países del continente se retrasó algunos años. En 1848 se inaugura la primera línea ferroviaria peninsular entre Barcelona y Mataró, ya que en las posesiones de Ultramar la línea entre La Habana y Güines (Cuba) comenzó a funcionar en 1837.

En la Península Ibérica, tanto en España como en Portugal, tenemos algunas estaciones dignas de visitar como la Estación Norte de Valencia, Zamora, Atocha, Teruel, Aranjuez o Almería si hablamos de España y Rossio (Lisboa), Pinhâo o São Bento (Oporto) en el país luso. En muchos casos estas estaciones se han dejado para trenes de corto recorrido por lo que no son tan transitadas como antaño, sin embargo es interesante visitarlas.
En Portugal el primer viaje en tren se realizó en 1856 entre Lisboa y Carregado y al igual que en España la ampliación de vías férreas fue creciendo paulatinamente pero de forma constante hacia las ciudades más pobladas. Una de ellas será Oporto, la bella ciudad junto al Duero que fue comunicada por ferrocarril en 1877.
Oporto es una ciudad con un atractivo especial que enamora a todo aquel que la visita, sus distinguidos barrios, el centro histórico con calles estrechas y llenas de encanto le han otorgado ser reconocida Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y es en esta bonita ciudad donde podemos admirar la magnífica Estación de São Bento.

Se construyó sobre un antiguo convento del siglo IX que fue destruido por un incendio en 1783, San Bento del Ave María. En 1890, el arquitecto José Marques da Silva, comenzó la construcción que finalizaría con la inauguración oficial en 1916.
Es considerada una de las más bellas estaciones del mundo, de hecho ha sido galardonada por revistas especializadas. Situada en el centro de la bella ciudad portuguesa, su fachada es de influencia francesa, dado que el arquitecto Marques da Silva se formó durante algunos años en la capital gala. Unos bellos relojes se insertan en las torres, que le aportan majestuosidad y belleza.
Sin embargo lo más llamativo lo encontramos en su interior, concretamente en el vestíbulo donde las paredes están decoradas con paneles de azulejos pintados a mano en tonos blancos y azules realizados por Jorge Colaço. En ellos se muestran escenas conmemorativas de la historia de Portugal como la llegada a Oporto de Joao I junto a Filipa de Lencastre para la celebración de su matrimonio, única boda real en Oporto, la conquista de Ceuta en 1415 o el famoso torneo de Arcos de Valdevez, se pueden admirar también costumbres populares y escenas campestres como la vendimia o el transporte del vino en barco.
En la parte superior, un friso narra, en este caso a color, la historia y evolución del transporte desde los antiguos caminos con animales, carros y diligencias hasta la llegada del ferrocarril. Un trabajo interesante. El techo está decorado con relieves en blanco en contraste con el color paja de la superficie lisa y a ambos lados se pueden leer los nombres de los ríos Miño y Duero enmarcados en molduras.

El azulejo tiene una gran importancia en Portugal y está presente en muchos edificios civiles y religiosos desde el siglo XVI. Casas señoriales, iglesias, jardines, plazas o conventos son un buen ejemplo de ello. La utilización de esta artesanía en esta bonita estación fue todo un acierto que le aporta personalidad y ensalza la tradición del país.
Las estaciones de ferrocarril realizadas en el siglo XIX y primera mitad del siglo XX constituyen un valioso tesoro arquitectónico. Es cierto que actualmente no poseen la importancia de hace un siglo, sin embargo en ellas podemos sentir aún esas historias que tantos protagonizaron y experimentar la ilusión que nos produce la llegada de ese tren que nos llevará a nuestro destino.