
«La pregonada disrupción la quieren para todos los niveles educativos, obviamente son conscientes de la importancia de todos ellos»
La Educación está de moda, al menos hablar de ella como paso previo para justificar propuestas que, según diversos grupos, son absolutamente necesarias para romper con los métodos tradicionales y poder adaptarse, de este modo, a las necesidades actuales y futuras de nuestros estudiantes. La pregonada disrupción la quieren para todos los niveles educativos, obviamente son conscientes de la importancia de todos ellos y de los efectos multiplicadores dada la secuencia temporal por la que han de pasar los estudiantes hasta que finalizan una educación superior. Sin duda, cada uno de los niveles educativos justificaría al menos un artículo como el presente, pero por mi relación profesional con el sistema de enseñanza superior sólo me centraré en él.
Hay múltiples publicaciones recogiendo una amplia gama de información sobre la educación superior en el mundo. Qué duda cabe, es interesante estar más o menos al tanto de lo que se publica, al menos para los que nos dedicamos a esta actividad profesional. A veces, algunos artículos, por las razones que sean, te llaman más la atención que otros y te catalizan, sin ánimo de ser exhaustivo, a realizar algunos comentarios. Hace unos meses, con el título “Transformando el liderazgo universitario”, y en colaboración con la compañía “pwc”, apareció un artículo (1) en el que se presenta un resumen de varios aspectos discutidos con líderes universitarios de diversas partes del mundo y en el que la pandemia, en mayor o menor medida, se sitúa como un punto de referencia. Ya el título en sí del artículo podría ser motivo de análisis e insinuación de objetivos, pero no me centraré en ello.
Parece, o en ello se insiste de diversas formas, que la pandemia del COVID-19 ha supuesto un antes y un después en muchos aspectos de nuestras sociedades y, cómo no, se ha aprovechado para cambiar y acelerar muchas cosas, al menos intentarlo. Por supuesto, el sistema educativo no se iba a librar, ya de forma “natural”, sin ninguna ayuda o excusa adicional, no hay, probablemente, sistema que esté sometido a más cambios, al menos legales. Aprovechando la coyuntura, parece que se está presionando con intensidad para ponerlo todo “patas arriba”. Es frecuente encontrar frases tales como, entre otras: que es necesaria la digitalización de los modelos de enseñanza y aprendizaje; que son necesarios cambios “disruptivos” que den lugar a nuevos modelos de enseñanza, pero ojo, modelos “centrados en el estudiante” (como si hasta ahora el sistema hubiera estado organizado para los asistentes a los partidos de fútbol) y que estos desafíos son urgentes para preparar a nuestros estudiantes de cara al futuro mercado laboral.
En este contexto, suelen aparecer determinadas afirmaciones que se dan por válidas, cuando ni se han demostrado ni siquiera discutido, como si fueran axiomas. Pienso que el sistema educativo es algo tan importante y sensible que los cambios que se deban realizar han de llevarse a cabo con solvencia, prudencia y sólo después de estudios que así lo avalen y cuenten con un consenso muy amplio de la sociedad y, en particular, de las personas o grupos que se dedican profesionalmente a ello.
Cualquier docente al que le importe su profesión y comprenda la importancia que tiene, ha de ser sensible a posibles cambios y mejoras. Por lo tanto, debería estar abierto a meditar y actuar, en su caso, sobre las propuestas que puedan surgir, pero eso sí, cuidado con los principios “indemostrables o no demostrados”.
Algo que se ha abordado, y que me parece muy adecuado, es evaluar diferentes áreas geográficas y analizar la realidad de cada zona. Lo que puede ser necesario en un país o en una región no tiene por qué serlo en otros lugares.
Así, por ejemplo, en África, con un porcentaje muy alto de población joven, el problema principal es que este grupo social pueda acceder a la educación, por supuesto, dicho problema no se ha generado por razón del COVID-19 pero sí que la pandemia ha contribuido a ponerlo mucho más en evidencia.
Por otro lado, en el Reino Unido, por ejemplo, se incide en que los estudiantes puedan recuperar lo que hayan podido perder a raíz de la pandemia y se hace hincapié especial en su salud mental.
En países de Oriente Medio, parece preocupar más la empleabilidad de sus graduados, las estadísticas al respecto destacan esa realidad. A pesar de disponer de universidades y de presupuestos importantes, sigue siendo muy alto el porcentaje de extranjeros que son contratados, dado que, aparentemente, sus propios graduados no alcanzan la formación adecuada para muchos puestos. En este sentido, se sugiere la aparente necesidad de una profunda transformación que resulte en una formación de sus egresados en la que puedan confiar las empresas y los proyectos que se desarrollan en estos países. El dinero disponible, la falta de flexibilidad en el diseño y la regulación de los programas de aprendizaje, entre otros factores, ha acercado a esta zona a empresas dispuestas a entrar en el “negocio” de la educación: academias privadas que cubren el hueco que dejan las universidades locales. Entre los aspectos resaltados que más me han llamado la atención sobre esta zona es la referencia a que deben abstraerse de los rankings actuales de universidades, tienen la oportunidad de probar otros modelos, ser innovadoras, ágiles, no tienen por qué adaptarse a modelos tradicionales y regulaciones de otros sitios que pueden tener una historia de más de 200 años; en mi opinión, este en un buen consejo, querer homogeneizarlo todo bajo unos criterios mal llamados objetivos y de calidad, puede estar provocando que los centros de educación superior de muchos países, por querer parecerse a otros y competir en esos rankings, están consiguiendo dejar en un segundo plano lo que debería ser su principal objetivo, trabajar dentro de su realidad social y económica y conseguir una buena formación para sus estudiantes.
En el caso de otros países analizados, Australia y Singapur, tras el impacto del COVID-19 hay una preocupación clara sobre la viabilidad económica de sus sistemas universitarios, muy dependientes de la presencia de estudiantes extranjeros. Digamos que el modelo de “negocio” tendría que readaptarse, se habla del cambio de sus tamaños, centrándose en áreas en las que puedan sobresalir en el “mercado” y otras. En este contexto, parecen estar muy abiertos a investigar cambios tales como: nuevos modelos de enseñanza, colaboración efectiva con industrias, incentivación del uso de las nuevas tecnologías, plantear programas de enseñanza a lo largo de toda la vida, etc., en definitiva, lo que se escucha por muchos sitios, de forma machacona, para conseguir cambios “disruptivos” y adaptarse a los “nuevos paradigmas” que, dicen, se imponen tras la pandemia. Parece que no tienen duda de que la realidad será diferente a la de la prepandemia; pues no sé. Al menos, de todos los aspectos a los que se ha hecho referencia en este grupo, hay uno con el estoy absolutamente de acuerdo, se indica que no se debe olvidar cuál es el papel fundamental de la universidad, que es el lugar donde asumir retos intelectuales de alto riesgo en investigación para que la sociedad pueda avanzar. La finalidad de la investigación en la universidad debe ir mucho más allá de un objetivo inmediato de comercialización, debe ser un entorno que favorezca la creación de nuevos conocimientos, algo que la presión por conseguir réditos inmediatos o el ajustarse a determinados indicadores no favorece. Sin embargo, en mi opinión, la universidad no debería asumir retos de alto riesgo en cuanto a la adaptación a nuevos modelos de enseñanza; esto no significa que deba ser una organización que no evolucione, anclada en métodos que, mejor o peor, han permitido llegar al estado de conocimiento y desarrollo que nuestras sociedades han alcanzado; por supuesto, debe estar abierta a cambios docentes, estudiar cuidadosamente todas las posibilidades que las nuevas tecnologías ofrecen, analizar de cerca las necesidades del mercado laboral para sus egresados y cualquier otro aspecto que se considere oportuno.
En este punto diría, cuidado con las recetas globalistas. La existencia de grandes diferencias, requerirán procedimientos distintos. Muchas veces sorprende la levedad de lo que se consideran problemas de gran importancia en algunos lugares cuando se comparan con los que hay en otros.
Por otro lado, dada la insistencia que se hace sobre el asunto, me gustaría comentar algunas cosas sobre la aparente necesidad de digitalización de los sistemas educativos. Se presiona mucho en este sentido, en alguna parte se dice que el sistema universitario de educación es la “única industria” que no está controlada, guiada por el potencial tecnológico existente y que, en este sentido, debería inspirarse en el sector privado. Pues bien, el tema de la digitalización puede ser un ejemplo claro que podría justificar algunos de mis comentarios previos. En otro artículo (2) se puede encontrar información muy interesante al respecto; fue en el año 2012 cuando la irrupción de los cursos en línea y abiertos a todo el mundo, los denominados “Moocs” (massive open online courses), parecían que iban a revolucionar la enseñanza superior, buscaban romper con los modos tradicionales trayendo nuevos sistemas, “democratizar” las universidades permitiendo el acceso a la educación superior a millones de personas y transformar la ciencia del aprendizaje. Según Justin Reich (Director de Instituto de Tecnología de Massachessets, MIT), ninguno de esos objetivos se han cumplido, simplemente, el sistema de educación superior los ha integrado (“domesticado”) en sus estructuras, encontrando lugares en los que pueden funcionar bien pero para una población ya educada que sí puede hacer un buen uso de ellos y, desde luego, sin transformar, ni de lejos, al propio sistema. Aproximadamente, en 2015, los “Moocs” se daban por muertos (3) por diversas razones, apenas eran completados por un 5% de las personas que se matriculaban, no había modelos claros de “negocio” detrás de ellos y padecían una falta de ingresos por matrículas. De esta forma, por tanto, parece que terminó lo que se ha dado en llamar la primera ola para la digitalización de la enseñanza superior.
En este estado de cosas, la llegada de la pandemia provoca un nuevo impulso a los cursos en línea, de hecho, pocas opciones quedaban ante el confinamiento impuesto. Éstos tienen una segunda oportunidad de demostrar que, aunque no son lo mismo que clases presenciales, pueden tener sus ventajas. El COVID-19 puede haber contribuido a que la educación en línea entre a formar parte, de forma irreversible, en la actividad universitaria. Sin embargo, el crecimiento y la inversión que se ha producido no permite hablar de un despegue definitivo de estas actividades; por un lado, la crisis económica sobrevenida tras la pandemia es una de las razones que se utilizan para justificarlo, pero, por otro lado, la colaboración y expectativas creadas a las universidades, no han resultado en lo que se esperaba, si acaso, todo lo contrario. Por ejemplo, Clay Shirky, Vicerrector de tecnologías educativas de la universidad de New York, considera que se ha sobrevalorado este tipo de cursos y que no es sólo una cuestión de cambiar a un soporte digital, es algo mucho más complejo. El Dr. Reich, ya referido, indica que muchas personas encuentran que el autoestudio en línea, a su propio ritmo, es realmente difícil, salvo en casos de muy alto interés o necesidad. Uno de los aspectos que se consideraban clave para justificar los “Moocs” era la idea de que se iban a realizar de forma autónoma por los receptores de la enseñanza, sin la necesidad de que se involucraran, simultáneamente, profesores ni nadie más; por ello, se suponía que era algo que podrían hacer millones de personas a la vez (a esto es a lo que en muchos casos se refieren como “democratizar” la enseñanza superior). Sin embargo, la conexión humana es clave para el aprendizaje, el tener cerca el consejo, aclaración, la posibilidad de que alguien detecte cuáles son las principales dificultades que cada estudiante experimenta frente al aprendizaje, es algo fundamental. Por ello, muchas de las formas de aprendizaje en línea deben depender de una baja ratio estudiante/profesor, algo que no puede hacerse si se busca una enseñanza masiva. En definitiva, esta segunda ola, catalizada por la pandemia, ni ha alcanzado la importancia que se le auguraba ni ha transformado de forma sustancial el sistema de la educación superior.
Si se va a producir o no una tercera ola es algo que se cuestiona. Según el Dr. Reich, será muy difícil para los “evangelistas en la tecnología de la educación”, defender que en los próximos años las cosas se van a transformar completamente. De hecho, dice más, la historia nos muestra que la forma en la que se enseña y se aprende y cómo se organizan los sistemas educativos, no es el resultado de cambios disruptivos sino el de la modificación de múltiples cosas que se van cambiando poco a poco; se comprende que ello puede ser frustrante para los que se empeñan en provocar bruscamente grandes cambios, pero la experiencia nos indica que en este campo no es cómo funcionan las cosas, al menos si lo que se busca es mejorarlo, si los objetivos son otros, evidentemente no estamos en el mismo barco.
¡Cuidado con las disrupciones!
Notas _________________
(1) Pwc. (2022). Transforming University Leadership. Supporting faculty, change and innovation https://pwc.to/3aubaen.
(2) https://www.timeshighereducation.com/depth/after-torrid-year-can-edtech-firms-crack-professional-education?utm_source=newsletter&utm_medi%E2%80%A6
(3) https://iblnews.org/according-to-the-new-york-times-moocs-were-dead-but-now-they-are-booming/