- Encuentro a principios del verano en Casa Belarmino.
Desembarco en el puerto de Barcelona, en el que todavía destaca su torre Eiffel, la torre de San Jaime del teleférico construido para la exposición universal de 1929 y arranco mi coche rumbo a Madrid. Conecto la radio. Me hace ilusión oír el catalán después de dos semanas de dulce italiano. Y alucino. En una de las frecuencias de la radio pública están entrevistando a una “protagonista” de la revolución cubana. Preguntas en catalán y respuestas en español. Pero mi sorpresa no viene dada por la esquizofrenia lingüística sino por las loas del medio de comunicación, insisto que público, a la política y régimen cubanos. Es como si oyera una especie de Granma radiofónico pero en catalán. La situación me parece surreal y es que, en la Toscana, uno de mis libros de cabecera ha sido el recientemente publicado por Vicente Botín. Se titula “Los funerales de Castro”. Una radiografía científica de nuestra Cuba querida, más que país a secas, un mito de nuestra civilización, de pasiaje imaginario grabado a fuego en el adéene español, una isla mágica capaz de todo lo inversomil y mágico, frontera de sentimientos políticos enfrentados y clichés míticos, además de la cuna única del inmortal bolero. Ahí es nada, amigo Botín.
Vicente Botín siempre fue uno de lo pesos pesados de la redacción. Resolvía con facilidad, al menos aparente, una de las exigencias ya casi olvidada del oficio del periodismo: No solo decía las cosas sino que las decía claro y bonito. Ahora, como escritor periodista, su prosa ha ganado contundencia y precisión. No luce Vicente adjetivos y metáforas sino que muestra, sin florituras, información contrastada y un caudal de datos con los que, al final de sus cuatrocientas páginas, consigue acercar al lector a la cara oculta de Cuba, esa que siempre ha quedado, hasta ahora, velada para la mayoría de los medios de comunicación. «Los funerales de Castro» es, por ello, la obra de un catedrático de la información que ha trabajado, y mucho, en las ricas minas de la documentación y los laboratorios del análisis textúal, durante los cuatro años que ha vivido en La Habana como corresponsal de TVE. No cuenta Vicente historias particulares sino informaciones contrastadas. Por eso me permito, para mi título, parafrasear su capítulo titulado «Matar al mensajero»:
«Los medio del país, especialmente Granma, insisten periódicamente en que muchos corresponsales extranjeros en La Habana apuestan por la «mentira y la desinformación» … En un artículo titulado «Catedráticos de la desinformación» publicado el 26 de mayo de 2007 acusa, sin nombrarlos, a algunos periodistas acreditados en La Habana, de falta de ética profesional». Pag. 318 Op.Cit.
Pocas veces utiliza Vicente Botin en «Los funerales de Castro» el doble lenguaje o las metáforas para que el lector pueda leer entre líneas. En este sentido me hacen sonreir las citas que realiza de Ignacio Ramonet, el Director de «Le Monde Diplomatique» en alusión a su libro «Cien horas con Fidel. Conversaciones con Ignacio Ramonet». En el suyo Vicente habla muy claro y alimenta con grandes cucharadas de datos e información a sus lectores que, en política y sociología cubana, somos como niños necesitados de conocer el mundo que nos rodea, además de las posibilidades sociales del tenedor y la cuchara. Hay que vivir en Cuba, dice Botín en este sentido, para saber cómo es la vida cotidana, para entender que hay dos situaciones, una real y otra virtual, y que los cubanos habitan ambas a la vez sin estar locos, como dice el bolero de Benny Moré:
Para qué perder el tiempo, para qué volvernos locos, si tu sabes que nosotros no nos comprendemos ya.
Porque Vicente, a pesar de su apuesta por la información, no ha olvidado en su obra su auténtica esencia de narrador poético, de prosista erudito, y adereza sus informaciones al ritmo de estrofas de famosos boleros, dichos cubanos y frases populares que, como toda la información, no tienen desperdicio y añaden, ese es el detalle, el alma a una obra que muchos acusarán de fría y partidista, olvidando que los periodistas de verdad no solo dicen bien lo que hay que atreverse a decir, sino que además, en el fragor de la batalla, toman partido como cualquier ser humano de ley.
Así que desembarco en Barcelona…Ya decía yo que notaba una brisa de aire fresco …Por cierto nos han colocado a Telma, la hermanisima, en el consistorio de Hereu y sin tener el nivel C de catalán…
Embarqué a Livorno desde Barcelona y regresé a la ciudad condal desde Citavechia. El caso es que a la ida, en la avenida Diagonal, pregunté a un furgonetero que iba en la misma dirección, hacia el centro, si sabía dónde estaba el muelle al que yo tenía que llegar. Me reí mucho, en su furgoneta había pintado su anuncio en castellano: era fontanero creo recordar y como había un pequeño atasco estuvimos hablando un buen rato. Al final yo le pregunté si no tenía problemas con su rotulación móvil en castellano y el furgonetero sonrió y miró hacia al cielo a la vez que elevó los hombros. Un gesto como de «resignación cristiana» en un mundo en que los políticos, hasta los que no tienen nivel C de catalán, se parecen cada vez más a los dioses del Olimpo.