La primera Ley de la Navegación a vela trata del respeto y obediencia, de toda la tripulación a bordo, al capitán, patrón o «viejo». Y como todas las leyes del mar, no solo la acato sin pestañear, sino que me parece un lujo en estos tiempos en los que habitualmente confundimos y equivocamos conceptos tan importantes como»Educación», «Fidelidad», «Lealtad», «Esfuerzo» u «Obediencia» .
Este verano mi joven «Viejo» ha sido mi amigo Bernardo, curtido en su juventud en un sinfín de regatas y singladuras familiares. Profundo conocedor gracias a su propia cultura y experiencia de una de las mejores máximas del genial Joseph Conrad, («Tratar con los hombres es un arte tan bello como tratar con los barcos. Tanto los unos como los otros viven en un elemento inestable, se hallan sometidos a sutiles y poderosas influencias y prefieren ver sus méritos apreciados que sus defectos descubiertos»), Bernardo hace de la navegación a vela todo un arte.
El otro día, rumbo a la isla de la Olla, entre chiste y chiste, va y dice: «Pero que marinero es este Juno» y a continuación me suelta una frase que me hace reflexionar: «Lo que mas me gusta de navegar es esta concentración que te exige el barco y que no te permite pensar en nada de tierra adentro, el trabajo, las preocupaciones o cualquier otra tontería o asunto de vital importancia. Se trata nada más de hacerlo lo mejor posible con el barco que se tiene al mando».
Y es que mi amigo Bernardo sabe muy bien que los barcos «son criaturas que nosotros hemos traído al mundo con el objetivo, por decirlo así, de que nos obliguen a dar la talla».