La docena y media de dieciséis (via La paseata)

Compruebo hoy, en la comida con mis amigos que esto de los «blogs» es como la vida, tal y como la entendíamos los contraculturales de esos años en los que todo no estaba estabulado, legalizado y correctamente ordenado: «El presente manda, sin pasado y sin futuro».
He recordado también, gracias a la tertulia de sobremesa, sin cigarros como manda la ley, la vieja máxima de los reporteros, oficio que he cultivado durante muchos años: «Tu cotización cuenta lo mismo que tu último reportaje, porque los demás no cuentan».
El caso es que, el otro día, cuando acepté un comentario debí teclear mal y borré de La paseata una vieja entrada. Aquí esta de nuevo. Es un chiste real. En este caso el viejo reportero no hace más que de notario de la realidad.

La docena y media de dieciséis Esta mañana he asistido a la tertulia de la churrería de la calle Cervantes. Cinco vecinos al calor de las sartenes. El tema de precalentamiento: la dificultad para aparcar en el Barrio de las Letras, el mafioseo que impone la carga y descarga del avituallameinto «comerical» y el olvido del ayuntamiento hacia los vecinos… Lo desunidos que estamos y, como no, alguna guinda contra los políticos por el «Garaje Particular» que se están construyendo … Read More

via La paseata

Manuel Artero Rueda

Manuel Artero Rueda ha dedicado toda su vida profesional a la televisión en la empresa pública RTVE donde, en los últimos veinte años, y después de haber trabajado como ayudante de producción y realización. ha realizado su oficio de periodista como reportero en el programa Informe Semanal, para el que ha realizado mas de trescientos reportajes. Licenciado por la Universidad Complutense, es autor del libro "El reportaje para televisión un guiño a la noticia" , un práctico temario con el que ha impartido clases tanto en el Instituto Oficial de RTVE como en el máster de periodismo de la Universidad Rey Juan Carlos. Desde el ERE inventado por Zapatero para TVE, dedica su esfuerzo y trabajo esta "La Paseata" un sencillo blog personal que con el paso de los últimos años, se ha convertido en una modesta revista electrónica en la que colaboran un grupo de amigos a los que une el amor a España.

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5 comentarios

  1. Mi barrio ni es de letras ni de luces pero tampoco creo que sea de sombras. Es un espacio de esta capital donde vive gente como viven muchas. Desde hace 7 u 8 años
    muy cerca de mi casa también existe un churrero. No es muy castizo, ni siquiera doméstico: es polaco, un joven polaco. En verano coge sus artilugios y se va de pueblos. Cuando vuelve lo observo más obeso. No hablo demasiado con él, pero amable sonríe y siempre me propina algún churrito. A veces le ayuda una hermosa mujer, también algo obesa, que supongo será su esposa, como suyo parece ser el viejo Volvo que suele asear junto al kiosco. Los veo currantes, aseados, discretos, afectuosos y satisfechos. En el fondo se me da una higa que este país gane la futbolera copa del mundo, no me siento especial ni nacionalmente orgulloso, pero cuando compruebo que unas personas (casi seguro desarraigados inmigrantes) nacidas a miles de kilómetros de este barrio han encontrado en él una mediana prosperidad y (supongo) cierta felicidad de vivir, entonces sí me siento, como mínimo, satisfecho de vivir en este país y en este barrio.

  2. Preciosa estampa costumbrista la que nos pinta el maestro Macaón. En el fondo no hay movimiento literario más grato al lector que el costumbrismo, pues que le permite acercarse a las cosas que están al alcance de su vista, pero que probablemente no ve o no ha reparado en ellas. El costumbrismo tiene sus reglas y exige del escritor una cierta discreción verbal, que no requiere la poesía o el naturalismo. Será quizá por la hora rayana con el mediodía, pero he sentido un ligero movimiento de tripas y un dulce salivar mientras seguía la prosa descriptiva macaónica. Por un momento, dejándome llevar por una inducción quizá improcedente he llegado a preocuparme por la obesidad, en aumento, con que volvían el churrero y su esposa de las excursiones estivales. Me malicié que el aumento de kilos podría deberse a que se comían toda la mercancía. Aun así eso no habría sido completamente malo, ya que habrían matado al gran enemigo del hombre, ese que según Ramón Gómez de la Serna cuando es verdadero se escribe ambre, porque se ha comido la hache.

  3. Ah, el grande don Ramón, el más grande epigramista,aforista, sentenciador de nuestra literatura: entre el sarcasmo y la ternura, el sinsentido con sentido, la irrealidad de lo probable, el humor que lastra:

    —el toro corre confiado hacia el banderillero porque hace ademanes de ofrecerle un abrazo.
    —lo que más humaniza a la silla es poner en su respaldo nuestra americana.
    —el que ronca, oye que sigue viviendo.
    —el abrazo tiene alma de serpiente, pero al fin afloja y desiste.
    —Imponiendo silencio a las cosas que se caen, se suelen romper menos.

    Existió un antecesor allá por el siglo XVIII, un alemán, aunque anglófilo, llamado Lichtenberg, cuyo lectura recomiendo:

    —Era demasiado tonto para volverse loco.
    —Convertirse en buey no es todavía suicidarse.
    —Hasta los más grandes necios pueden imitar; incluso los monos, los caniches y los elefantes son capaces de hacerlo.
    —Era un hombre tan inteligente que ya casi no servía para nada.
    —En la ley que dice que 2 + 2 =4 ó que 2 x 2 = 4, ya se aprecia algo del paralaje del sol y de la tierra en forma de naranja.
    —-Una sola alma es poco para su cuerpo. Podría fácilmente dar trabajo a dos almas.
    —Antaño, cuando el alma era todavía inmortal.
    —Hay gente que además de exaltada es incapaz. Ésta es la gente realmente peligrosa.
    —Le dio el último retoque a su obra: la quemó.
    —Quien vive enamorado de sí mismo tiene la decisiva ventaja de carecer de rivales.
    —Cuando vio por primera vez una vaca y un caballo, un negrito fue víctima del mayor asombro, pero apenas vio un hombre blanco, exclamó: «El diablo, el diablo».

    Abrazos a todos.

    1. Mi querido y admirado Macaón: Me ha tocado usted la fibra sensible, la cuerda oportuna. Ramón (sin don, a secas, que en nuestra literatura el don lo llevaron de la Cruz y luego uno tan poco solemne como Valle) es el más grande, hermoso, disparatado y dulce objeto volante. Muchos han bebido de su fuente inagotable. Era tan generoso que su prosa se derramaba por las comisuras del folio y lo inundaba todo. Yo amo a este gordito ingenioso, eternamente niño. Y no solo por sus greguerías, también por sus ensayos, sus biografías y sus novelas en las que nunca ocurre nada, en las que todo es baile de palabras y ocurrencias, en una suerte de inmensa tortilla de greguerías. El género de los aforismos tiene una fértil y larguísima vida, entre los clásicos, los barrocos (La Rochefoucauld es un ejemplo acabado) o los contemporáneos. El mismo Escrivá de Balaguer lo cultivó con afanoso empeño («Lo urgente puede esperar. Lo muy urgente debe esperar»). Lo que singulariza a la greguería es que escapa del corsé moralista y sentencioso del género para volar por las nubes de la poesía, la ocurrencia y el encanto/desencanto de vivir. Soy taurino, pero una greguería como la que saca a colación Macaón casi me hace llorar: «el toro corre confiado hacia el banderillero porque hace ademanes de ofrecerle un abrazo». Esa sola frase puede hacerme reconsiderar mi afición más que todas las ñoñas plegarias de esas plañideras que son los «animalistas». Ahí van otras, plenas de ternura y amoroso gusto por la vida: «Los globos de los niños van por la calle muertos de miedo», «el bebé se saluda a sí mismo dando la mano a su pie». O estas otras, ingeniosísimas: «Es sorprendente cómo se mete la fiebre en el tiralíneas del termómetro», «Los tornillos son clavos peinados con la raya al medio».
      Cómo duele pensar en este Ramón que reinó como un niño inflado de entusiasmo en el Madrid de los cafés de los años 20 del siglo XX, aquella tertulia de los sábados en Pombo de la que tengo nostalgia retrospectiva. Cómo duele, digo, ver como él y tantos otros escritores (los que se fueron, pero también los que se quedaron) vieron rotas sus ilusiones, quimeras en muchos casos con la llegada de la guerra y el espantoso franquismo. De Ramón cito finalmente su «Automoribundia» desesperanzada autobiografía del niño gordo que no quería morirse pero se iba a morir. Salud para todos.

  4. Estimado don Juan: nuestro encomiado y encomiable Ramón escribió: alma grande es la que se da cuenta de que el perro tiene sed y le da de beber. Estoy seguro que en tal apartado están los que tu, muy ligeramente, llamas “las ñoñas plegarias de esas plañideras que son los animalistas”. Ese lenguaje.

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