Mi principal encrucijada se encuentra junto a la estatua de Lorca en la plaza de Santa Ana de Madrid. La palomita de sus manos mira hacia el cruce caminos que se me presentan todos los días. El sábado pasado, sin ir mas lejos, decidí dejar la asamblea de barrio organizada por el movimiento 15M. La decisión de mi nueva ruta fue fácil e intuitiva. Tras cincuenta minutos de propuestas y debate sobre el buzón de sugerencias, y dónde debería colocarse, llegué a la conclusión que esa democracia formal, sin poesía ni pasión, no es buena compañera para el viaje.
En la mañana de hoy otras voces jóvenes me llaman la atención y sigo un buen trecho su derrota. Un muchacho les explica a sus dos amigos el comportamiento del Fondo Monetario Internacional y los grandes bancos respecto a la crisis deficitaria que padecemos. Con atuendos revolucionarios y gorritas del Hip-Hop, van deprisa repartiendo unos folios en los bares de turistas que rodean la plaza. Pienso que se trata de una comisión de indignados en plena labor informativa y me acerco a ellos:
– Ehhh, jóvenes… Esperad !.
– Hola.
Veinte, diecinueve y diecisiete años. De Madrid. De Parla y Vallecas, en concreto. Ante mi pregunta me dicen que no. Que ellos no están en Sol. Que no pueden perder tanto tiempo parados y que esperan que la revolución democrática comience en los barrios.
– Es que como os he oído vuestra conversación sobre economía y os veo repartiendo información…
– No qué va. Son nuestros curriculum. Es que estamos buscando trabajo y hemos pensado que ahora para el verano estos bares que se forran, quizás necesiten gente.
Y los cuatro nos reímos y, cómo no, charlamos de la crisis. En sus casa lo están pasando mal y ellos van a echar una mano. Cuando les despido me voy camino de mis pensamientos. Hoy toca la ruta de la indignación.