Por esa responsabilidad de estado, mal entendida, que algunos cobran en la nómina a través de pluses legales, regalías o aportaciones de algún fondo de reptiles, en TVE decidieron manipular el sonido para que los espectadores no oyéramos los silbidos al himno nacional en una cercana final futbolística de la Copa del Rey.
Pero en estos días descubrimos que la final de este año, que jugarán el Athletic de Bilbao y el F.C. Barcelona, cuando menos, se ha balcanizado por la polémica suscitada desde la hinchada del Santiago Bernabeu, y los comentarios periodísticos y políticos que muerden los micrófonos desde el pasado domingo.
Los españoles ya sabemos, o deberíamos saber, que la relación coítal entre la Política y la Justicia es una triste herencia que sufre este país desde que Alfonso Guerra, decidiera acabar con la independencia de los tres poderes sustanciales del Estado. Y por eso es tan impresentable que el señor Llamazares que forma parte de la Comisión de Justicia del Parlamento, y le pagamos todos, vocifere inconstitucional e ilegalmente en contra del Tribunal Supremo.
En los Balcanes circula un chiste desde hace varias generaciones que expresa a la perfección la sociología de odios que alimenta una guerra civil: Dice que cuándo mas de tres yugoslavos se beben una botella de vino para confraternizar, siempre acaban pegándose con el casco. Y aquí, desde hace ya algunos años, desde la maquiavelista política que ha potenciado la alquimia social, vamos en la misma dirección. Porque afirmar desde el poder que el concepto de nación es discutido y discutible, permite a los sectarios abuchear los himnos, quemar banderas y gastar el dinero que no se tiene en embajadas y desvaríos propios de canallas. El otro día oí decir a un antiguo compañero, sindicalista liberado y subvencionado por todos, como Llamazares, que los terroristas como los abogados, también tienen derecho a que sus conversaciones en las cárceles sean confidenciales. Y así no vamos a ningún lado.