Los españoles estamos acostumbrados a que nuestros políticos en sus discursos aludan a «la línea roja». La utilizan para hablar del enemigo. Rubalcaba ha empleado la metáfora en varias ocasiones al referirse a los recortes del Partido Popular. Intercala la frase con otra frase hecha como «no vamos a dejar que con la coartada de la crisis destruya el estado del bienestar que hemos construido en los últimos treinta años». A Cayo Lara también le he oído lo de traspasar la línea roja. En realidad a todos. Por eso me llama la atención que ayer Benjamín Netanyahu la pintara, al final de su discurso en la ONU. con un trazo ancho pero corto sobre un croquis que representa la evolución de la bomba atómica en Irán.
«La delgada línea roja» es el nombre de una batalla durante la guerra de Crimea entre los casacas rojas británicos y la caballería rusa y su nombre ha entrado en el mito de las metáforas guerreras que utilizan nuestros políticos. Es también el título de una novela escrita en 1962, que narra las vivencias de unos soldados estadounidenses durante la batalla de Guadalcanal y ha sido llevada al cine en dos ocasiones.
La metáfora de las fronteras infranqueables y la guerra está vez dibujada en la ONU por el primer ministro israelí, que ni mencionó en sus palabras a los palestinos, se centró en Irán y recordó al mundo que «las líneas rojas no llevan a la guerra, sino que evitan la guerra», y puso como ejemplo las acciones de John F. Kennedy durante la Crisis de los Misiles en Cuba para evitar una contienda mortal.