La descarada relación entre fútbol y política es tan íntima y perversa que ni tan siquiera pretende ocultarse en nuestros inconscientes. Está ahí, junto a las pasiones y nuestras banderas. Protagoniza muchos de los titulares de la historia de los últimos cien años. El problema es que cuando la sociedad camina con antifaz en la cara, apenas puede dar dos pasos sin tropezar y ahora hay que añadir en el ambiente, una espesa niebla que ni nos permite orientarnos con el rabillo del ojo.
Para este próximo fin de semana, el derby en el Nou Camp entre el F.C. Barcelona y el Real Madrid se anuncia caliente como pocos, porque además de los factores deportivos van a entrar en juego los delirios de la política. Ya hay un montón de aficionados madridistas que están pidiendo a su presidente Florentino que se vaya del estadio si oye gritos de independencia y en Barcelona hay seguidores blaugranas que animan a salir a la calle con las banderas esteladas para recibir a la comitiva «merengue».
Y por su fuera poco, en esta deriva circense española de crecimiento de todos los enanos, la UEFA que preside Michel Platiní ha decidido el buscar una solución para que los seis equipos «llanitos» salgan a jugar a los campos europeos. Una noticia que ya ha dado que hablar y anuncia una larga polémica periodística, social y diplomática. Una situación que de consumarse será de tan difícil digestión para el estado español como el separatismo catalán que alienta Arturo Mas.