Además de por las apreciaciones éticas, en las grandes ocasiones la diferencia entre la verdad y la mentira adquiere magnitudes insalvables, propias del infinito.
Sabemos que Chávez ha muerto pero no ni cuándo ni dónde, porque su funeral forma parte de la publicidad electoral, de los planes secretos urdidos por los poderosos armados de Venezuela, que utilizan el óbito con las míticas maneras de la última batalla ganada por El Cid.
Y de igual manera sabemos que Payá murió pero no ni cómo, cuándo ni donde. Carromero acaba de declarar a su hija, que otro coche les seguía y les empujó pero sus palabras están pegadas a una telaraña de mentiras y verdades oficiales quizás impuestas por los mismos poderosos armados y expertos en Inteligencia, Contrainteligencia, Información y Propaganda que han logrado convertir a la Venezuela del recientemente fallecido presidente en el mayor socio político y económico de Cuba.
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Bildu coloca una bandera venezolana
a media asta en la Diputación de Guipúzcoa
Y ahí en ese fondo de reptiles de las informaciones interesadas es muy difícil encontrar unas gotas de verdad. Lo cierto es que Chávez está muerto y a Carromero, muchos le llevan insultando de asesino para arriba desde que pisó España.
Coincide, y quizás solo coincide, que los que le denigran hasta con pancartas sindicales son los mismos que lloran hoy por la muerte de Chávez.
Pocas muy pocas verdades en esa carrera loca a la revolución por las mentiras de los héroes del pueblo dispuestos a salvarnos a todos de las incertidumbres aunque sea a martillazos.
En mi tierra se define como comulgar con piedras de molino. Y lo que me produce curiosidad es que esos muchos no reconozcan que están atragantados. Bendita y digestiva ideología que ya Stalin recomendó como bálsamo para una muerte feliz hace casi cien años.