Me llega, me duele y reconozco su muerte entre tanta muerte.
Nunca leí un párrafo, de los muchos que leí del maestro, ajeno a la realidad de sus pesquisas y la impenetrable verdad del difícil mundo que nos ha tocado vivir.
Manu Leguineche sabía de geografía, de la historia y sus profundos recovecos, de juegos y de mus, de los guiños, las falsedades y también de la cotizada solidaridad. En definitiva, de la infinita historia de los odios y los amores, de la muerte o la vida. Pero sobre todo del oficio de narrar la realidad, un arte minoritario que consiste sencillamente, en darle sentido a eso que a todos los demás se nos escapa.
Hoy se nos ha ido y la Tribu que definió para siempre, se queda sin jefe y sin atributos del magisterio que humilde, nunca reclamó .
En su haber, un millón de palabras al modo de clase magistral centrada en sus conceptos, párrafos y descripciones, dictados en cada uno de sus libros, crónicas y opiniones desde esa humana pero no mayoritaria capacidad de la observación, análisis y una fina ironía, culta y heredada tanto de sus lecturas como de sus pasos, tan largos y profundos como un día sin pan, entre lupanares, bombas, francotiradores y palacios, gabinetes del poder y asambleas, poderosos, estrafalarios y mentirosos visionarios.
Manuel Leguineche nunca se cansó de guiñar el ojo a las solteronas noticias, que seducía, y hacía suyas, con la comprensión del inexpugnable sentido común, pero sobre todo con esa cualidad, que tan tan solo unos pocos, y elegidos, asumen como propia, la del saber contar la puñetera realidad como si fuera nuestra, sin hipotecar, ni embargada por los poderosos. Una realidad desconocida, insondable hasta que el jefe nos las contaba.
Porque Manuel Leguineche forma parte ya de los elegidos, los solidarios y aquellos capaces de mostrar generosidad y hasta derroche de empatía con los egoístas humanos habitantes y conquistadores del mundo. Ese puñado mínimo capaz de erigirse en Jefe de la tribu, y por ello , casi todos, les reconocemos su valía en la tierra de OZ y en esta otra que nos apuñala cada día…
Muy pocos sabían como él que todas las guerras se pierden.