No como un genio, sino mas bien como un loco, o sencillamente, no se me asusten, como un hombre que habla solo, comencé a escribir este humilde blog la paseata que hoy les presento.
Fue a los pocos meses de que la política maldita me dejó en la calle, compuesto y sin oficio. Toda una vida profesional dedicada al periodismo y la televisión pública se me fue de entre las manos por una decisión del innombrable contador de nubes, el presidente peste y gafe, que enfermó a España… que dijo ante todos sus micrófonos otra de sus grandes y solemnes tonterías al asegurar que iba a arreglar la situación de Televisión Española, con el ERE por el que cambiamos de vida mas de cuatro mil compañeros.

Reza un dicho popular, ya lo saben, de los de bar, auténticos : » que un pacifista es un puto con culo ajeno», y un servidor siempre que lo oye se acuerda del innombrable ese de muchas mas cosas que la alianza de las civilizaciones, que con mi culo, no perdón,… con mi oficio, se las dio de estadista sin haber entrenado tan siquiera a un equipo de tercera división.
Sin dramas eh! porque en España éramos la champion league de la economía mundial y por eso, y mientras tanto, los sindicalistas se empachaban gracias al tres por ciento de los eres y no les digo “na” de las risas que debían de echarse en la Universidad Complutense cuando se repartían matrículas, doctorados, becas y pluses de producción por amasar indocumentados y elevarlos a las cátedras que desde entonces imparten conocimiento sin materia, futuro ni educación.
Una fiesta, España era una fiesta de ricos políticos con tarjeta Visa a costa del estado, que olía a Chanel y percebes subvencionados, mientras que un servidor comenzaba a hablar solo me imagino que igual que otro montón de jubilados a los 52 años.

Decía el genial Belmonte que se torea como se es y por ello permítanme que me confiese ante ustedes antes de seguir, porque como bien saben, el que tiene un amigo tiene un tesoro y yo nunca engañaré a los míos. La Paseata en un principio me sirvió como un antibiótico o el socorrido frenadol. Una mañana me miré en el espejo y reconocí que el bendito oficio del periodismo que significa escribir lo que seguro molestará a alguien, porque todo lo demás es publicidad, me había dejado secuelas imposibles de curar. Como por ejemplo leer todas las mañanas al menos tres periódicos o escribir, aporrear, una cuartilla al día.
Y así con es combustible propio no limtiado comencé a escribir La Paseata para intentar hacer algo que valiera la pena, para uno mismo y los demás y cada día que publicaba alguna reflexión al menos intuía que una parte de mi vida se me iba un poco pero que había tenido la fortaleza de llenar una botella con un mensajito para echarla al mar, a sabiendas que esa historia nunca mas la iba a recuperar pero con la ilusión, de quizás alguien, en alguna parte, cualquier día, encontraría el mensaje y lo leería.
Era por tanto una manera de seguir vivo en este camino nuestro en el que la mayoría de nuestros días los seres humanos necesitamos de puentes para atravesar cada una de las epopeyas que el mundo cotidiano enmascara de normalidad. Y por eso, para desconectar, un buen día, me fui a la Vía Apia, la primera autopista de Europa hecha de cantos rodados y allí debajo de un olivo recordé una vieja cita de Francisco de Quevedo que me ilumino:
“Muchas veces se suelen perder los hombres por el camino mismo en que pensaban remediarse”
Así que reflexioné y llegué a la conclusión de que con la buena idea que representaba la paseata, un paseo largo largo que no llega a caminata, era mejor realizarla, y disfrutarla con mis amigos del alma. Los busqué, les llamé y aquí están.