Nos sorprende que Asturias, Cantabria y el País Vasco ardan en el mes de diciembre mientras que la mayoría asume resignada que la mano del hombre ha prendido la mecha del desastre. Y no nos asombra que dependiendo de la fuente informativa y de paso, ideológica, en la que fijemos nuestra atención, los responsables del delito son los ganaderos, los subvencionados por los pastos, los del PP o los especuladores inmobiliarios.
Y sirva como curioso apunte que en esta navideña ocasión, aparte del miedo que representa la llamarada cerca de los hogares, nadie ha mencionado, o señalado, a los pirómanos enfermos que también conviven en nuestros montes azotados por la cultura del fuego, como los causantes del delito.
A algunos de estos con las manos negras de uñas calcinadas, y a los otros, he conocido en mis días de periodista con una decena de trabajos sobre la España quemada, un clásico del periodismo durante los meses del verano. Una experiencia que tan solo alimenta la desazón personal ante la sempiterna manipulación mediática. Incomprensible, dañina e interesada hasta por la miseria que representa la destrucción de la naturaleza.
Y es que si el paisaje quemado nos debe hacer reflexionar, y hasta llorar, las diferentes versiones ideológicas de las causas y responsabilidades del desastre nos deberían cuando menos preocupar.
Vivimos en un país donde la ciudadanía ha perdido el norte, nunca mejor empleado el término, el nivel de manipulación al que estamos sometidos nos deja pasar por alto, un sinfin de vejaciones que a cualquier otro país civilizado les parecería Ciencia Ficción. De ahí que nos miren mal. Es muy triste mantener conversaciones con amigos que viven fuera y que te cuenten la imagen que tenemos fuera. No se a ustedes, pero a mi me deprime, lo poco o mucho que sepa mi trabajo me ha costado y tirarlo por la borda por culpa de un adoctrinamiento masivo, me tiene muy preocupado y aún más observando el horizonte tan negro que nos pinta el destino.