Es sorprendente que el gobierno pudiese enviar en cuestion de pocas horas millones de correos a los móviles particulares de los ciudadanos para pedirles que saliesen a las calles.
Es sorprendente que militares avezados, como los generales y almirantes turcos, miembros de la OTAN, incumpliesen las más elementales precauciones de un golpe de estado como ocupar los medios de comunicación y aeropuertos o impedir que vuelva al país el Presidente o el Jefe de Gobierno y menos que se dirija al pueblo.
Es sorprendente que las primeras reacciones de Erdogan fueran dar gracias a Dios por el “regalo” que la asonada representaba. Y esto lo dijo bajo la imagen de Ataturk, el hombre gracias al cual Turquía fue uno de los pocos países islámicos que no ha estado regido por esa ley violenta y reaccionaria que es la sharia, responsable del atraso y pobreza en que viven la mayoría de países islámicos.
Son demasiadas sorpresas para algo que está derivando hacia lo que era previsible conociendo al personaje; una brutal represión y la acentuación de la deriva autoritaria e islamizante que ha llevado Erdogan desde que llegó al poder en el que está dispuesto a mantenerse cueste lo que cueste.
Erdogan está aprovechando, si no es que lo ha impulsado él mismo, el intento de mantener a Turquía como un Estado laico y occidentalizante para terminar con las únicas instituciones que todavía se le oponían; el Ejército y la Judicatura, de la misma manera que estaba aprovechando la excusa de luchar contra el terrorismo islámico para acabar con la resistencia kurda.
Occidente ha sido tolerante con la Turquía de Erdogan, y sus repetidos intentos de volver al país al redil islámico, por el papel de barrera que el antiguo Imperio Otomano y ahora su residuo han jugado como freno a la invasión de Europa por el mundo islámico, ya sea por la vía violenta como por la invasión lenta y constante de la emigración legal e ilegal. Pero tal vez ha llegado el momento de poner a ese país ante sus responsabilidades y obligarlo a situarse en uno u otro lado de la barrera y a que Europa empiece a tomarse el trabajo de defender por si misma sus fronteras y sus logros democráticos, porque esto es lo que está en juego ante la amenaza real y tangible del terrorismo islámico, lo que con acierto ha llamado Pilar Rahola, el islamofascismo.
Ana Castells