
Veo muy de mañana todos los días al joven Mamadou. Se intuye que se levanta con ganas de progresar y me alegro. Le he conocido pidiendo en la frutería de los chinos durante muchas semanas. Es fuerte y no tiene mas de veinte años. Viene de Senegal y sabe qué significa cruzar el desierto del Sahara huyendo de la muerte, y me ha emocionado algunas mañanas al cantar dulcemente, y a toda voz, en el cruce de la calle León con la calle Huertas, en el barrio de las Letras de Madrid. Entona bien el africano, sin desafinar. Se ha aprendido además un lema que intercala con su canción, sin intuir que ha comenzado con el discurso de la mentira: “Cómprame este mechero barato. Si no fumas pa’ cocina y, si no cocina, por mi vida”.
«El que salvó la vida en el gran desierto y con espíritu fuerte, y frágil patera, derrotó a la muerte en el Estrecho, utiliza ya el discurso de la mentira para conseguir un solo euro en este falso paraíso»
Pero hoy descubro que el joven Mamadou me ha engañado o quizás comience a engañarse. Y me pesa. El que salvó la vida en el gran desierto y con espíritu fuerte, y frágil patera, derrotó a la muerte en el Estrecho, utiliza ya el discurso de la mentira para conseguir un solo euro en este falso paraíso. Lo que sea. La voluntad en la meta de su odisea personal.
Comprendo esta mañana que mi vecino ha aprendido los mecanismos de la mentira en la sociedad podrida aunque al menos ya no sobrevive. Es por decirlo con el lenguaje de nuestros días “mas político”. Ahora tiene un teléfono móvil y prisas por triunfar. Es ya todo un profesional, ganador de la calle, que consigue 100 euros al día pero, en esencia, me entristece comprobar que ha perdido la mirada franca de las esencias y aquel su canto que siempre me recordó uno de mies temas cicatriz del maestro Astor Piazzolla. Hoy le he visto echar de su esquina a otro pobre rumano. Sin contemplaciones. Y cuando he ido ha hablar con él me ha contestando que no puede perder el tiempo hablando. Ha olvidado su propio Oblivion. Y quizás le vaya bien. Pero comprenderán que ya no es lo mismo.
Siento lo mismo que cuando mi viejo amigo me espetó que él era de mejor corazón y buena persona por votar socialista. Una tremenda decepción. Un crujido de verdad ante la gran mentira.
Igual, el mismo que sufro a todas horas que oigo en los informativos la mentira de los mensajes de los catalanes independentistas sobre la democracia, la libertad de votar y el derecho a decidir. El discurso de la mentira, en definitiva, que aún bien pagado, deja las propias vergüenzas al desnudo y me provoca la angustia de presenciar ese ancestral espectáculo de los odios entre personas. La guerra.
Como lo he visto esta mañana entre los golpes del joven Mamadou al pobre rumano con su desafinado acordeón y como intuyo todos los días que comienza a pasar en esa Cataluña de los delirios nacionalistas y estragada de fronteras mentales.
Adivino el dolor no físico que has sentido por el cambio de Mamadou. Què pena por èl.
Magnìfico y emotivo relato.