
«Ningún premio en sus biografías, ni fotos en la alfombra roja tan cara a los elegidos para el olvido por la vanidad del poder, sencillamente la nada»
Confieso que mi pasión por el periodismo pasa por su exagerada vocación de aventura, en la comunicación y el espejo mágico que me procuraban sus viejos dinosaurios. Hombres libres de pensamiento en busca del Santo Grial de la verdad para, sencillamente poder contarla. Enfebrecidos por el significado auténtico de cada palabra, un solo significante capaz de precisar esa historia que se traían entre manos y consumía sus días y sus noches. Veteranos sin cargo, con fuentes, y capaces de mandar a paseo después de un «no» tajante, a políticos, vendedores de humo y corruptos.
Por el oficio, por la historia, por la subjetividad y la necesidad de conocer los entresijos del «mogollón». Sin carnets ni afiliaciones. Y salvo para sus lectores, auténticos perdedores sociales. Ningún premio en sus biografías, ni fotos en la alfombra roja tan cara a los elegidos por la vanidad del poder. Los pocos, muy pocos, que por ejemplo se atrevieron a dudar de la impostada falsedad del ministro Solbes al vender el oro en plena recesión mundial que él negaba al dictado del contador de nubes Zapatero.
Y me permito el homenaje a los maestros del oficio en extinción por la atenta lectura de las publicaciones que se realizan, en estos días, como ayer y, desgraciadamente, mañana. Y recuerdo para la historia de la infamia y el infierno de los periodistas la historia de los inspectores de Hacienda al Banco de España en aquella época de Zapatero un par de años antes de que Solbes decidiera vender en el mercado las reservas de oro de España. Es tan áspera la historia que en las miles de páginas de la hemeroteca no se lee claramente, con la precisión del significado de las palabras, cuales son los auténticos protagonistas de aquella trama de corrupción política, amiguismo y delito de traición que vivió el Banco de España desde el 2005.
Me quedo con la foto. Algo que aunque parezca mentira, refleja una realidad. Y la culpa no es de los de la foto tampoco, que nadie saque conclusiones erróneas.
Un cordial saludo