
«Después de los cientos de contratos irregulares y corruptelas se le puede aplicar el calificativo de autócrata y oclócrata»
Durante el viaje de “Antonio” Sánchez a USA donde no fue recibido por nadie, organizó una entrevista de autobombo con la agencia zurda Reuters en la sede del Instituto Cervantes en Nueva York en la que se adornó diciendo sandeces como: «Me defino a mí mismo como un político que cumple. Me gustan los hechos. Me gusta hacer. Y, desafortunadamente, la oposición sólo grita. Esa es una gran diferencia entre la oposición y el Gobierno. Nosotros hacemos cosas, aprobamos leyes«.
Refiriéndose a su ilegal e inconstitucional actividad durante la pandemia del Covid-19, vomitó: «Creo que los españoles agradecerán y valorarán muy positivamente lo que hicimos en estos difíciles momentos de nuestra Historia y de la Historia de la Humanidad«.
Ese viaje a nuestra costa en el que no fue recibido por nadie lo justificó diciendo que el objetivo de su viaje era «representar a España como el mejor lugar del mundo para invertir«. Parece evidente que no le llega ni al borde inferior del zapato en esta actividad a la que desarrolló durante años el rey Juan Carlos, cuyo puesto de jefe de estado hoy ostentado por su hijo lo quiere para sí este fraude curricular que se identifica en su persona como “España”.
En ese viaje, presidió el acto de ‘inauguración’ de la oficina comercial de España en Nueva York cuando en realidad esa oficina ya existía en ese edificio, lo que sucedió es que se trasladó de la planta 44 a la 47.
Se molestó “Antonio” por lo del justo apelativo como autócrata que recibió ayer, pero debemos recordarle que Polibio llamó oclocracia al fruto de la acción demagógica: «Cuando ésta [la democracia], a su vez, se mancha de ilegalidad y violencias, con el pasar del tiempo se constituye la oclocracia» (Historias 6.4.10).
Después de los cientos de contratos irregulares y corruptelas se le puede aplicar la teoría del filósofo escocés James Mackintosh en su ‘Vindiciae Gallicae’, donde expone que la oclocracia es la autoridad de un populacho corrompido y tumultuoso, como el despotismo del tropel, nunca el gobierno de un pueblo. Alguien que desgranaba en las ondas ese viaje inútil de un inútil a los EEUU, y tras la intervención de ayer en el parlamento en el que no quería reconocerse como autócrata tal como le definió Abascal, lo adornó con tres adjetivos: mentiroso, sicópata y necio.