
«Esa noche le pasó por su mente un cuento que su padre le había contado en muchas ocasiones, se titulaba: A mis hijos mañana»
Tenia cogida una margarita por el tallo y ni siquiera le arrancaba los pétalos a la voz de, me quiere o no me quiere. ¿Quién le iba a querer y por qué? Lloraba sin lágrimas a la vista. Eran gotas saladas que solo manaban de su corazón a ninguna parte. Alguna caía por sus mejillas, pero esas casi no contaban. Sus juguetes estaban rotos, tan solo a su lado, permanecía el osito que le acompañaba en las noches de miedos oscuros. Pero no, no era de noche, el terror era real aunque fuera pleno día, no había tiempo ni para tener miedo y sin embargo había que temerlo todo y por encima de todo reinaba la ausencia de cualquier objeto, de esperanza, seguridad, de amor.
Quedarse solo entre escombros no es buen destino, pedía una mano aunque solo pasara por su camino. ¡Qué difícil hallar una mano de padre o madre, cuando estás tan perdido! Mirar hacia delante no era posible, solo existía un pasado, de cálida infancia, que murió allí mismo. Tras él su casa rota, como sus juguetes y su alma no podrían ser reconstruidos.
El no lo sabía, con cuatro años poco se sabe, todo es más sentimiento que razón. ¿Por qué? Y sobre todo ¿Por qué a mi? Repiquetean sus latidos aunque no expresados pero sí sentidos. Pasó por su mente un cuento que su padre le había contado, se titulaba: “A mis hijos mañana”.
Una casa vacía de padre y madre, una hermana ausente, nada más, solo ausencias. Menos mal que su oso de peluche no había partido, cual perro fiel está a su lado, no mueve el rabo inexistente en un plantígrado de juguete pero es cálido y blando. Podía consolarse apretándolo fuerte contra su pecho. El frío era terrible y el hambre le comía por dentro. Crujía su carne al mover los brazos como se astilla el hielo. Alguien le cogió en brazos y sobrevolando escombros, le llevó hasta su coche. Quedó al fin dormido. Cuando despertó, se vio rodeado por otros niños, no sabía qué pasaba, pero ya no sentía frio, aún en medio del griterío infantil la soledad perduraba.
¿Dónde estás Mamá?, todo su mundo había desaparecido. ¿Dónde estás Papa, que ya no juegas conmigo? En medio de aquellas alharacas, flotan bajos de batas blancas, revolotean sobre su cabeza, está sentado en el suelo, otros niños a su alrededor lloran. Su osito le sigue consolando, es lo último que le queda de aquel hogar de antaño. No quiere ni puede soltarlo, es eso que le une a sus raíces del pasado, sabe que si lo pierde, pierde todo lo vivido. Es poco eso sí, pero es todo su mundo. El abrazo de su madre, la caricia de su padre, las sonrisas de los abuelos que prematuramente se fueron. Por eso se aferra a un peluche, no es un juguete, es su alma de terciopelo, es su fuente de calor de andar por casa. El solo sabe una cosa, el oso es lo único que tiene hoy que es real, lo demás se le antoja difuso, extraño, lejano, un grito de soledad invade implacable su infancia.
Es lo que traen las guerras, muerte y soledad, ausencias y llantos y fue así desde siempre. Estaba rodeado de llanto y sin embargo su oso de peluche y él estaban solos. Da igual el bando, lo único universal en ese entorno es el llanto. Por eso tenia cogida una margarita por el tallo y ni siquiera le arrancaba los pétalos a la voz de, me quiere o no me quiere. ¿Quién le iba a querer y por qué? Lloraba sin lágrimas a la vista. Eran gotas saladas que solo manaban de su corazón a ninguna parte.