
«Sea cual fuere la salida del actual laberinto, lo más probable es que asistamos a un final de ciclo: nada menos que el de la transición democrática»
El Gobierno actual es una rara excrecencia de la peculiar evolución de la llamada “transición democrática”. Fue la que nos dimos los españoles a la caída del franquismo. Se ha dicho que es un “Gobierno frankestein” para indicar que se ha formado con trozos ideológicos asaz heterogéneos. El resultado es una especie de monstruo. Considérese el efecto de algunos recientes acontecimientos: la invasión de Ucrania por los rusos, el espionaje del Centro Nacional de Inteligencia, la cesión ante Marruecos, ciertas decisiones sobre política económica. Son otros tantos estímulos para que el Gobierno pretenda adquirir una cierta mayoría en el Parlamento. Pues bien, en todo caso, esa ventaja se logra, solo, por los pelos. Dentro de la coalición gubernamental (con comunistas y separatistas de índoles diversas) se abren escotaduras insalvables. Partiendo de las escuálidas mayorías que consigue el Gobierno, no es posible que se tomen decisiones firmes. Pongamos, por ejemplo, la debilidad que supone la política exterior de sumisión a los intereses de Marruecos. Se corre el riesgo de que Argelia nos cierre el grifo del gas o ponga un precio desorbitado, lo que supondría un ulterior agravamiento de la inflación. Sería la puntilla ante el grisáceo panorama económico: más desempleo, más deuda pública, más impuestos, menos productividad general y del sector público. Encima, Marruecos no ceja en sus pretensiones de invadir Ceuta, Melilla y puede que las Canarias. Es una extemporánea reivindicación de la teoría nazi del “espacio vital”.
Las dificultades son tales que al Gobierno no le cabe otra solución que buscar una nueva forma de coaligarse con diversos partidos políticos. Son una veintena los que pululan por las Cortes, y puede que surjan algunos más. Desde luego, la alianza del sanchismo con los comunistas y separatistas ha llegado a un punto de manifiesta inestabilidad. Cabría que el PSOE moderara sus esencias izquierdistas y se aviniera a pactos ocasionales con el PP o, incluso, con Vox. Tal solución, solo, puede ser circunstancial y con muchas cautelas. El presidente Sánchez se expone a que, en cualquier momento, le planteen un voto de censura, tantos son los desengaños y resentimientos por parte de sus heteróclitos socios. Sería una especie de revancha sarcástica, pues el Gobierno actual llegó al poder, mediante, el voto de censura contra el de Rajoy. Amenaza el dicho de que “a quien hierro mata, a hierro muere”.
Sea cual fuere la salida del actual laberinto, lo más probable es que asistamos a un final de ciclo: nada menos que el de la “transición democrática”. Lo cual significaría el camino para una eventual redacción de un nuevo texto constitucional. El vigente lleva, ya, mucho tiempo, soportando los inconvenientes de un documento que se compuso bajo las presiones de la laboriosa superación del franquismo. El famoso “consenso”, que se introdujo hace más de una generación, resulta, hoy, irrepetible. El sanchismo ha reforzado la inveterada tradición autoritaria, que arrastran todos los regímenes políticos de la España contemporánea.
Se impone no, solo, una nueva Constitución, sino un cambio de modelo económico. Es claro, por ejemplo, que tiene poco futuro la fórmula de la economía turística, un descubrimiento del segundo hemistiquio de la larga etapa franquista, el que sucedió a la autarquía. La vocación turística la continuó, alegremente, el sistema democrático, sin pensar que podría ser harto provisional. Más peliagudo es el imprescindible cambio en el capítulo de la creación cultural. El atraso en ese terreno no puede ser más irritante. Las leyes educativas que han padecido los niños y jóvenes españoles de la última generación constituyen una auténtica vergüenza nacional. Es evidente que el Gobierno actual (con unos u otros socios) no puede hacerse cargo de una empresa histórica de tal magnitud. Se impone seleccionar a gobernantes bastante más competentes que los actuales.
© Amando de Miguel para Libertad Digital