De la crisis climática, la primavera, la gente y los incendios. Por Gusarapo

De la crisis climática, la primavera, la gente y los incendios. Imagen del Incendio en La Sierra de la Culebra, Zamora. Autor: Juan Corpas

«Quienes se preguntan dónde está la crisis climática deberían explicarnos dónde está la primavera. Dicho por alguien que cobra un salario por aprobar o descartar leyes»

Estoy sentado a la sombra de un par de chopos. Son chopos jóvenes, de unos seis o siete años, rebrotes en la tocineta de otro que fue cortado para producir madera. Me encuentro cerca del río. Hace mucho calor, el sol hiere los ojos y recalienta la tierra desnuda.

Las ovejas pasan junto a la orilla y no se detienen a beber, van hacia una charca que hay unos cientos de metros más abajo. El agua del río se filtra por las arenas y llena la charca.

Para alguien que vea esto por vez primera, resultará curioso. Si es que presta atención, claro, porque lo normal es que la mayoría no se fijen.

Llegan a la charca, las ovejas, acaloradas y sedientas, y beben con ansia. Todas en tropel, a la vez, en masa. Se empujan unas a otras acumulándose en una zona concreta. Después se van repartiendo por la orilla.

La charca se secará en poco tiempo. El nivel del río va bajando, las bombas de los canales de riego que hay aguas arriba van mermando el caudal.

Si se puede regar es porque alguien construyó un embalse para abastecimiento, producción hidroeléctrica y riego. Lo terminaron en 1960 y está en uso.

Imagino que lo construyeron por capricho, por tontería, y no por necesidad de regular el caudal y almacenar agua, porque en aquellos años no habría necesidad al no haber sequías ni escasez de lluvias.

El proyecto de construcción de este embalse se inició siendo ministro de Obras Públicas, D. Indalecio Prieto, hace apenas noventa años, quien consideraba que su puesta en marcha «puede suponer una transformación fundamental, agrícola y socialmente, de la provincia. Con él podrán quedar resueltos casi todos los problemas que en el campo salmantino han adquirido últimamente cierto tono de angustia dramática

Por lo visto ya entonces sufríamos los problemas derivados de las emisiones de CO2, pero no lo sabían quienes por aquel tiempo vivían en estas tierras mías.

Volviendo a las ovejas y a lo que el eventual espectador debería advertir, les diré que procuran no beber agua del río, que cuando la charca está seca se resisten, que prefieren no beber hasta que las encierro en el aprisco, donde corren a saciarse en las pilas alimentadas con agua del pozo.

En las orillas del río hay remansos donde el agua está limpia y clara. Pero no beben. En la charca, en tiempo de calor, el agua está enfangada, pero beben.

Tal vez aquellas aguas claras, transparentes, que nos parecen limpias, no lo estén en realidad. Porque el ojo humano no puede ver cualquier tamaño, y aún menos lo que está disuelto en el agua. Y quien sabe si ahí puede estribar la negativa a beber, o no. 

Desde luego yo no lo sé. Lo que sí sé es que son los políticos los que aprueban las normas y leyes que regulan nuestras actividades, entre ellas, los vertidos a los ríos. Y esto no es cosa nueva, de ahora, no, es cosa de siempre.

Hace bastante calor y se están produciendo incendios de importancia, por su virulencia y por el número de hectáreas quemadas.

Dicen, algunos, que se deben a eso que llaman cambio climático y a la falta de inversiones y recursos en equipos de extinción y labores de prevención. Probablemente tengan razón, no lo sé. Quizá antes no había incendios en el campo porque no había cambio climático. Lo que sí he visto con mis ojos, y hasta no hace mucho, es a gente, sí, gente, personas como usted y como yo, que iban al monte a abastecerse de leña para la cocina, la gloria, la chimenea. También para hacerse con palos y maderas con las que realizar las cancillas o teleras de las ovejas, o las armaduras de las cubiertas o techumbres de las casas, incluso muebles y puertas.

Se cortaban ramas, se talaban árboles, también los secos, se recogían ramas del suelo, se desbrozaban los matorrales para facilitar el paso.

En el campo, en los montes, pacían rebaños de ovejas, cabras, vacas y yeguas.

Las vacas comían el pasto alto, las ovejas el bajo, las cabras recortaban ramas bajas y puntas de arbustos, los caballos dejaban el suelo como una patena. Los burros comían los cardos. Y lo hacían gratis.

Vaya sorpresa. Nadie cobraba por limpiar el monte.

En aquellos tiempos la gente, sí, la gente, iba al monte libremente a por setas, a por frutas, a por caza.

En los sembrados se veían muchas perdices, codornices, palomas, conejos, liebres, pájaros de toda clase. Y lo más curioso es que había gente.

Me asalta la duda de si los incendios no generan CO2. Y de si será falso que las plantas lo consumen y les beneficia.

Cuando decidí dejar los estudios y lanzarme a trabajar, en una etapa de mi vida en que no tenía ni idea de lo que era la vida, quise montar una instalación, explotación, de cabras de ordeño.

Estaba empeñado en tener cabras de ordeño. Estaba bobo.

Tuve la gran suerte de que el entonces alcalde del pueblo no me dejara iniciar la explotación. 

Consideraba el ilustre regidor, que su pueblo, SU pueblo, estaba destinado a convertirse en un barrio residencial de una gran urbe. Se le escapó la idea, no, el concepto, se lleva mucho eso del concepto, de lo que es una urbe, de lo que una urbe necesita para existir y expandirse, y de lo que es una ciudad dormitorio o barrio residencial, con sus avenidas y calles ajardinadas, sus bonitas hileras de chalets pareados y adosados, sus coquetos centros comerciales, los parques, los centros de salud, las zonas de aparcamiento y lo más importante, según me parece a mí, la gente.

Y claro, en un pueblo que aspira a convertirse en el Paraíso de los sufridos urbanitas, no podía haber cabras, ni ovejas, ni vacas, ni una triste gallina. Caballos sí, eso sí, que y se sabe que a los niños bien de la ciudad a veces les da por tener un caballo en el jardín.

Como la ciudad no creció imparablemente, el pueblo siguió siendo pueblo.

Otros pueblos ni siquiera tuvieron la suerte de seguir siéndolo. De nombre tal vez, pero de gente de pueblo según era antes la gente de pueblo, no.

Casualmente, esta mañana me decía un joven de pueblo que ya no es el pueblo que fue, y que ha tenido la osadía de seguir viviendo en el pueblo y aspira a formar una familia en él, pese a no tener ni escuela ni comercio, que en el pueblo, en ese pueblo, y no es un pueblo pequeño, sólo queda un ganadero, y de vacuno, a quien casualmente también conozco, y se lamentaba por ello. Y me habló del siguiente pueblo, más pequeño que el otro pero más rico, y contando con los dedos, no logró contar más de tres ganaderos, cuando ante había quince.

Y mirando hacia el monte, nos pareció ver maleza y muchos carrascos que no dejaban entrar la luz del sol hasta la tierra. Y sin luz solar no hay vida, a pesar de que el sol da calor.

Las normas, esas que aprueban los políticos, esos que se preguntan por la primavera, esas que regulan actividades e inversiones para dar vida a los pueblos y a los montes.

Servidor ha vivido muchas primaveras, y espera seguir viviendolas.

La de este año se ha ido en aumento de precios de pienso, de gasóleo, de abonos, de piezas, de medicamentos, de muchas otras cosas. En realidad se ha ido el año entero y tal vez varios años.

Seguro que estoy equivocado.

Estoy convencido de que lo estoy.

Gusarapo

Soy más de campo que las amapolas, y como pueden ver por mi fotografía, también soy rojo como ellas. Vivo en, por, para, dentro y del campo. Ayudo a satisfacer las necesidades alimenticias de la gente. Soy lo que ahora llaman un enemigo del planeta Tierra. Soy un loco de la naturaleza y de la vida.

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