
«Visualizar nuestra mente después de la operación cotidiana de la lectura de los periódicos daría una concatenación de imágenes y de titulares»
Se nos ha olvidado el hecho de que la etiqueta de los medios de comunicación (mass media) se acuñó un poco en broma o de forma despreciativa. Media era el plural de médium, la figura mágica del ayudante del ilusionista o charlatán de feria.
Hubo un tiempo en el que los periódicos, solo, contenían sesudos textos. Hoy, los equivalentes, sobre todo, digitales, exigen desplegar imágenes, a poder ser, retratos de personas más o menos conocidas. Así es en todas las secciones: política, deportes, cotilleos, etc.
Esta servidumbre de la imagen, incluso, del retrato de primer plano, lleva a la necesidad de que los medios digitales se parezcan mucho entre ellos. Lo negativo, por exclusión, es que escasean las noticias, comentarios o análisis con planteamientos generales, teóricos, interpretativos. Así, se avanza poco en la comprensión del mundo. Es la que buscan los lectores un poco ilustrados.
Un ejemplo relevante de los desvíos dichos, en el caso de la política española, es la presencia física del presidente del Gobierno en los actos públicos, los que requieren “calle”. El hombre tiene que esconderse de los viandantes con varios subterfugios, ya que, le gritan y abuchean. Basta con que lo hagan unos pocos. Es una extraña forma de discrepar, pero, automáticamente, se convierte en noticia, a pesar de su carácter reiterativo. Lo malo es que desplaza otros comentarios periodísticos, que tendrían que ser más interesantes. Se comprende que el presidente Sánchez insista en que, solo, le hagan entrevistas los medios afines, los que, previamente, ha cultivado con concesiones, publicidad oficial y otros privilegios.
El exceso de personalismo en las noticias, análisis y comentarios de los periódicos lleva a un extraño parecido entre las secciones “serias” y las del cotilleo (prensa rosa).
Tampoco, hay que extrañarse del sesgo que digo. Si se registrase una amplia muestra de las conversaciones entre parientes, amigos, vecinos o colegas, se comprobaría que es, casi, imposible reproducir diálogos sin referirse a personas concretas. Lo cual implica, normalmente, un juicio sobre ellas, positivo o negativo. Lo que llamamos “diálogo” suele ser la confirmación de lo dicho por el otro interlocutor.
El sesgo personalizador es tan profundo en los periódicos que, incluso, en los artículos “de fondo”, lo que priva es la glosa de lo que han dicho otros autores. Da más prestigio si esas referencias se encuentran alejadas en el espacio o en el tiempo. Hay veces en las que el centón de citas es tan apabullante que nos quedamos sin saber, realmente, qué piensa el autor de la pieza en cuestión. Pero, nos conformamos con saber que se trata de una persona leída.
Al final, en nuestros usos, queda el de comentar o conversar sobre ideas, introduciendo, siempre, nombres propios. La norma la siguen, incluso, los filósofos, sociólogos y otros autores de alcurnia académica. Ahora, se comprende que el castellano escrito sea tan rico en adjetivos y tan escaso en abstractos. Por elevación, está el hecho de que, en la cultura española de todos los tiempos, destaque tanto la literatura y la pintura; mucho menos la música o la ciencia.
Habría que visualizar nuestra mente después de la operación cotidiana de la lectura de la prensa. Daría una concatenación de imágenes (sobre todo, de caras y primeros planos) y de titulares. Solo, de vez en cuando, nos quedamos con algún texto armado. Dios bendiga su autoría. Esa labor hermenéutica no se paga con nada.
Amando de Miguel para Actualidad Almanzora.