No habrá paz para los malvados. Por Julio Moreno López

Dedicado a Gustavo R.R., por su bajeza e inmoralidad y a Alfredo U.I. por su cobardía e indiferencia.
No habrá paz para los malvados.

“Es de mentirosos disimular el odio, y de necios divulgar chismes”. (Salomón).

Siempre he sido una persona curiosa. Puede que sea porque me gusta conocer las cosas de primera mano, no que me las cuenten o me las expliquen, sino conocerlas de verdad para poder formarme mi propia opinión, sin influencias externas o prejuicios vanos. Quizá por esto, no suelo hacer caso a las señales de peligro ni, aun menos, a las de prohibido. Esto, por lo general, me ha proporcionado no pocos disgustos, pero también momentos de enorme satisfacción y conocimientos adquiridos por la propia experiencia.

 

Yo soy así. Si en casa se avería, no sé, un electrodoméstico, antes de llevarlo al técnico o tirarlo directamente, siempre lo tengo que abrir. Supongo que tengo demasiada autoestima; qué coño, tengo demasiada autoestima, es un hecho. Y, si bien es cierto que en alguna ocasión he terminado con las pocas posibilidades de reparación del aparato en cuestión, en no pocas oportunidades he conseguido repararlo, por pura lógica, por observación o por cabezonería, que de todo ha habido.

 

Así pues, podrán entender que tampoco hago mucho caso al consejo de casi nadie, porque incluso cuando he considerado que la persona en cuestión estaba capacitada para dármelo, por su experiencia en la materia, he comprobado que no pocas veces el consejo esconde la vanidad del que pretende hacerte ver que está por encima de ti, por experiencia o conocimiento; y este tipo de consejos, créanme, no suelen llevar a buen puerto si el que los da lo hace desde su atalaya, mirándote desde arriba y pensando que nunca llegarás a estar donde él se halla.

 

Recuerdo algo que ocurrió cuando hice mi primer programa de radio. Para mí, que como ya he dicho soy un egocéntrico desaforado, yo ya era Jesús Hermida. Que digo, era Luis del Olmo. No obstante, y por aquello del qué dirán, pedí opinión constructiva a quien yo consideraba un maestro. Un gran profesional de los medios al que, además, siempre había tenido por amigo.

 

Vaya por delante que no acepto bien las críticas, y lo sé, pero entonces recibí una respuesta que no aportó nada a mi anhelo de adquirir el conocimiento que otro podía aportarme: “has hecho un programa de radio de alguien que no ha hecho radio en su vida”.

 

Tócate los cojones, Manoli. Para ese viaje, no hacían falta alforjas. Es como si me hubiera dicho “tres tristes tigres comían trigo en un trigal”. La frase está bien, pero ¿qué me aporta?. Pues claro que no había hecho radio en mi vida. Era mi primer programa. Es como si yo, ante una ventosidad suya le hubiese dicho “te has tirado un pedo de experto”. Nos ha jodido. Lleva sesenta años haciéndolo, el tío.

 

Pues, en este mundo del periodismo, capaz, como la vida misma, de lo mejor y lo peor, este es el nivel.

 

Volviendo al tema que me ha traído hasta aquí, yo empecé a escribir porque pensaba, más bien sabía, que podía hacerlo. Y no solo hacerlo, sino hacerlo bien. Más tarde, entré en la radio porque podía y he crecido porque sabía y sé lo que estoy haciendo. Pero es cierto que para alguien ajeno al mundo periodístico, esto es entrar en el amazonas sin vacunar, con una gorra de los Nicks y una cucharilla, presuponiendo que vas a sobrevivir porque tú lo vales. Y es verdad que quien sobrevive se hace más fuerte. Sale de allí como David cuando venció a Goliat, pero con una serie de cicatrices que, si bien son un auténtico trofeo, te marcarán para siempre.

 

En este mundo del periodismo, mal pagado, mal valorado y nada agradecido, como poco te vas a dejar la vista y las yemas de los dedos para sacar tu trabajo adelante. La familia, los hobbies, las cañas con los amigos y muchas veces las noches. Sin esperar nada a cambio, salvo la satisfacción de los impactos positivos de la gente que te lee y es capaz, superando su soberbia o su timidez, o ambas cosas, de hacerte saber que le gusta tu trabajo, que le entretiene y, en el mejor de los casos, que también se da de vez en cuando, que le hace feliz.

 

Nada satisface más al escritor, al periodista, que ser leído. A veces, la mayoría, es la única satisfacción que aporta este trabajo tan ingrato como vocacional. Nadie, absolutamente nadie, que plasme sus sentimientos, sus conocimientos o su talento en un papel lo hace para sí mismo. El aplauso, el reconocimiento y el agradecimiento están detrás, aparte de la propia satisfacción y realización personal.

 

Por eso es particularmente doloroso cuando, en las aguas revueltas de esta profesión, te encuentras un tiburón. Poco importa que el tiburón esté disfrazado de atún. Ni tan siquiera importa que, en realidad, sea un atún con mala leche que se cree tiburón, en su narcisismo. Esta especie, tóxica e indeseable que no te apuñala por su propio beneficio, sino por verte caer del lugar donde él nunca llegó ni llegará.

 

No digo que este tipo de gente, este espécimen, solo se dé en el periodismo. Los hay en todas las facetas de la vida. Pero en este mundo de egos, de imagen, de poder y de fama, se vuelven peligrosos. Líbranos de los Idus de Marzo, y líbranos de aquellos que nunca llegaron y cuya soberbia, envidia e ira campan a sus anchas ante el estupor general. En algunos casos, además, la lujuria también es parte en este juego.

 

Así pues, si uno se cruza en su camino con un individuo así, tiene dos opciones. La primera es dejarle escupir su bilis e ignorarle. Posiblemente, esta sea la más inteligente.

 

La segunda opción, sin embargo, pasa por tratar de hacerle tragar su propia medicina, por no hacerle tragar sus dientes que es lo que realmente te pide el cuerpo. Esta segunda opción, desgraciadamente, es la mía.

 

Nunca fui de poner la otra mejilla, así que, el que practique esto conmigo, se ha buscado un mal enemigo. Morderá el polvo y escupirá sus muelas, así me deje la salud en ello.

 

No habrá paz para los malvados.

 

@elvillano1970

 

Julio Moreno Lopez

Nací en Madrid en el año 1970. Aunque mi título universitario indica que soy ingeniero informático por la Universidad Pontificia de Salamanca, nunca ejercí como tal. Enamorado del mundo del periodismo y de la literatura, colaboro en diversos medios escritos y en alguna que otra emisora de radio. Ahora, miembro de este proyecto tan bonito de La Paseata. Además, soy autor del libro “Errores y faltas” Y del blog del mismo nombre. En Twitter @elvillano1970.

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1 comentario

  1. Artículo de lloriqueo de un aficionado que se cree Raül Del Pozo y es un mediocre con patas. Si no te gusta lo que opinan de tu trabajo te aguantas.

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