Gusarapo 
«¿Cuánto vale en España la vida de una persona? Malditos sean aquellos que causan daño y quienes no valoran ese daño en su justa medida»
Le dispararon a la cabeza con una escopeta de cañones recortados. Tenía cuarenta y tres años. Era un empresario de éxito. Estaba casado y tenía una hija que en aquel momento, aquella noche, contaba con catorce años de edad.
Se desplomó al instante, en un cerrar de ojos porque ya no pudo abrirlos. La sangre formó un charco en el pavimento, en unas cuantas baldosas de esas cuadradas que se utilizaban antes para las aceras.
El asesino, aunque según el tribunal que le juzgó no era tal, se entregó aduciendo enajenación mental transitoria, un buen eximente. Salió a la calle a los diez años.
Durante algún tiempo se dedicó a pasearse por delante de la viuda y la huérfana. Al final no sé si siguió haciéndolo o término casándose.
Diez años a cambio de ¿Cuántos? Cuarenta, cincuenta, treinta… Imposible saberlo, pero aunque hubiera sido un solo día, le arrebató ese día de vida, y además el dolor, el sufrimiento, los millones de lágrimas que varios ojos y media docena de almas derramaron.
El lunes recé una oración junto a la sepultura que contiene sus restos y sobre la que un hermano suyo había depositado unas flores.
Esta semana se ha suicidado un buen hombre, un buen padre que destrozado por el dolor provocado por la muerte de sus dos hijos, y una inmensa incomprensión y decepción causadas por una sentencia injusta a sus ojos y a los de otras muchas personas, no ha sido capaz de sobreponerse y superar la angustia y se ha quitado la vida.
Un conductor suicida mató a uno de sus hijos al impactar contra su vehículo a velocidad superior a la permitida y conduciendo en sentido contrario. Como eximente, el alcohol y las drogas.
El chaval tenía veinte años. El homicida ha sido condenado a ocho. El padre no sé cuántos tenía, supongo que entre cincuenta y sesenta. Ocho años por dos muertes.
Bien barato.
Alguien me dijo una vez que las penas deben ser capaces de castigar al culpable y de resarcir a la víctima. No creo que diez años o quince o veinte, sean suficiente castigo para quien arrebata una vida o causa un dolor inmenso como el que sufre la víctima de una violación.
Tampoco creo que quienes legislan sientan la más mínima empatía por las víctimas y sus familias. Tal vez el no sufrir en tus propias carnes lo que se siente te hace ver las cosas de una forma laxa.
Malditos sean aquellos que causan daño a los demás y quienes no valoran ese daño en su justa medida.
