
«El protagonista de la novela de Saul Bellow titulada «Carpe diem», Tommy Wilhelm comienza el día, que se le avecina revelador, fijándose en el edificio Ansonia de New York»
El protagonista de la novela de Saul Bellow titulada «Carpe diem», Tommy Wilhelm comienza el día, que se le avecina revelador, fijándose en el edificio Ansonia de New York. No es capaz de mirarse a sí mismo, desaliñado, gordo, sudoroso y con los marcadores vitales en rojo. Es un hombre que, en definitiva, no sabe ver porque su trayectoria vital le impide la observación. Sólo tiene espacio en su mente para los recuerdos y los fracasos. Se ha quedado sin trabajo y sin familia. Vive alojado en un hotel de Brodway, en su parte norte, donde una gran parte de sus vecinos son mayores y jubilados, como el señor del ángulo inferior derecho de la foto. Como su padre al que ha acudido en busca de ayuda.

En un solo día de narración, el lector descubre a cada paso del protagonista sus resortes más íntimos, sus más devastadoras carencias. Desde la mañana a la noche. Unas pocas horas de monólogo interior salpicado de conversaciones. Las que tiene con su padre, con el vendedor de periódicos, con su ex-esposa Margaret desde una cabina telefónica, o con el extravagante doctor en Psicología Tamkin, que es quien le enseña los principios de vivir el aquí y ahora, porque el pasado no nos sirve de nada y el futuro está lleno de angustia. Unos pocos diálogos, en definitiva, que nos permiten comprender a un ser humano atormentado por la la soledad y la falta de dinero y proyectos. Y Saul Bellow consigue que comprendamos tamaña sinrazón porque convierte a su protagonista es un espejo universal capaz de reflejarnos a nosotros mismos, aunque vivamos en la Alcarria o en Madrid, y a 54 años de distancia de su propuesta narrativa.
Las cotizaciones de bolsa en Wall Street al caer el día apuntalan la quiebra económica de Wilhelm, pero la derrota importante, la emocional, que le ha acompañado desde el desayuno, le derrumba del todo cuando el protagonista se enfrenta a la muerte al ver un cadáver desconocido en el velatorio al que ha entrado por error. Entonces y solo entonces, Tommy Wilhelm rompe a llorar con toda su alma a través de sollozos y gemidos desgarrados. Baja entonces el protagonista, dice Saul Bellow «a un nivel mas profundo que el dolor, hacia la consumación del deseo último de su corazón».
Hace unos años leí “Herzog”, novela que marca, de las que se quedan y se agradece (a uno mismo) haberla leído. Creo que Bellow, junto a Ph. Roth y Thomas Pynchón son el techo (muy alto) de la escritura viva en Norteamérica. No conozco “Carpe diem” y no puedo hablar de ella, pero, al margen de la novela, siempre me llamó la atención el más menos manoseado concepto, expresión, idea, “carpe diem” (aprovecha el momento, el día, la situación… a algo así). Desde Horacio hasta Serrat, pasando por las facultades de Psicología se machaca tal noción. ¿Y quién desperdicia el goce? ¿Y donde está la dicha para desdeñarla? ¿Quién cree que se hace camino al andar? En broma, si me preguntan como estoy, puedo, ciertamente, responder: a la expectativa. ¿De qué? De algo interesante. Pero por muy expectante que esté nunca pasa nada. La nada me machaca. No creo en el “carpe diem”.
(paréntesis sobre el carpe diem : expresión de Horacio difícil de decir con tan pocas letras, y desde luego manoseada sin ninguna comprensión real; se podría decir que es: «recoge uno a uno los granos que la cosecha del tiempo te va ofreciendo», que en realidad casi podría traducirse ‘mantente a la expectativa … ‘sin fiarte para nada de las predicciones para el futuro de los adivinos que te estafan, siempre inseguro o que a lo mejor no llega en absoluto’, que es el contexto en que Horacio aconseja a su cándida amiga Cándida)
Una vez mas , como de costumbre , un magnifico articulo Manuel . De un sencillo tema , nos haces una profunda reflexion de la vida. Carpem diem si o si.