
«A las veinticuatro horas de la entrada en vigor, por Decreto Ley, de aquel nuevo impuesto al Patrimonio que realizó Zapatero hace ahora ochos, recuerdo hoy aquella mañana»
A las veinticuatro horas de la entrada en vigor, por Decreto Ley, de aquel nuevo impuesto al Patrimonio que realizó Zapatero hace ahora ochos, recuerdo hoy aquella mañana en que se hizo pública la medida confiscatoria y el churrero del barrio, a las ocho de la mañana, ya tenía un chiste preparado para sus parroquianos. Era algo así: Esta mañana vecino estoy deseando acabar la jornada para echarme una siesta, y así aprovechar que no se nos ha puesto ningún impuesto por dormir. Al pairo de las risas leí aquella mañana varios estudios especializados que demostraban lo perjudicial de la medida, uno de los penúltimos regates de aquel Zapatero que negó la crisis económica y en la actualidad ha definido. con palmaria delicadeza, de imbécil el secretario general de la OEA el señor Luis Almagro.
Los políticos y tertulianos hablaron aquel mediodía de la importante estrategia electoral. Decían algo así como que la jugada pretendía contentar a las bases socialistas que en aquellos años todavía soñaban con Rubalcaba como futuro líder después de la ya anunciada caída del nefasto contador de nubes. Y recuerdo también que pensé que esos militantes ¿no se dbaan cuenta qué un impuesto por motivos electorales, de dos meses de duración, lo que realmente proporciona son mas incertidumbres para nuestras arcas dilapidadas y vacías?
Até los cabos un par de días después. Porque mientras España entera hablaba del nuevo impuesto, Zapatero y su banda, consiguieron, con urgencia y de tapadillo, aprobar en el Congreso otro Real Decreto Ley por el que las autonomías recuperan las competencias para inspeccionar y sancionar en los ríos españoles y así, sortear la sentencia del Tribunal Constitucional contra el Estatuto de Autonomía andaluz, que le quitó a la comunidad unas facultades que tenía desde 2009. Es decir que el Decreto Ley nacía del engaño y para el engaño
Y esto no era un chiste. El propio Gobierno, junto a los nacionalistas, vota en contra del estado, porque en realidad en el 2.011 y en un tema en el que España hasta ahora marcaba una referencia mundial. Me refiero a las cuencas hidrográficas, gestionadas como realidades únicas desde el gobierno central, pasaba la batuta de las competencias a las comunidades autónomas. Todo un golpe de estado contra España del que nunca se ha dicho nada y ha pasado tan desapercibido como las liendres hasta que pican.
Zapatero nunca debió pagar la factura del agua y con la insensatez propia de los indocumentados se cargó de un plumazo el trabajo de muchos años que significaba aquel Libro Blanco del agua, porque era de derechas, y sembró además con las raíces del odio bélico el futuro de España. Una siembra sutil y tránsgenica, imperceptible por inodora e incolora gracias a los medios de comunicación, pero que germinó como una nueva guerra del agua, por la propiedad del agua. Un grave sinsentido, verdadera metáfora del espanto real. Basura para el futuro y nada más.