
«Es el lugar en el que se encuentran unas aguas sulfurosas cuyo manantial está a medio kilómetro de allí. Lo llaman La Dama Verde»
He regresado de pasar tres días en un balneario en la provincia de Zamora. El lugar está cerca de Almeida y Ledesma. Es una especie de rancho agrícola español, con una enorme casa de descanso y algunas otras construcciones, es el lugar en el que se encuentran unas aguas sulfurosas cuyo manantial está a medio kilómetro de allí. Lo llaman La Dama Verde.
En ese lugar, vamos cerca, no más de medio kilómetro hay unos restos de enterramientos Celtas, un túmulo funerario del que apenas se conservan unas losas de la pared exterior y un camino corto, de unos tres metros, que en su día también estaba cubierto y, por el cual se accedía al interior. La tranquilidad que se respira en el balneario es una delicia, comparado con estar en cualquier otro lugar. Si paseas por sus jardines, de árboles centenarios, solo el ruido de las aves interrumpe la quietud, y por la noche, al atardecer, lo hacen las cigarras y grillos. Tiene además la ventaja de que las emisiones de televisión, casi no llegan o se sintonizan fatal, a veces no hay ni cobertura de móvil, por lo que el descanso es total. Puedes llevar un buen libro y leer o dibujar y pintar a gusto.
Cuando uno ve las posibilidades de este tipo de vida se da cuenta de cuantas cosas le sobran en su propio día a día. Cientos de asuntos totalmente prescindibles con los que cargamos. Hay una piscina pequeña con forma de ocho, en cuyas aguas, estas no termales, puedes relajarte cómodamente, casi siempre sin compañeros de baño, tanto de los ruidosos como de cualquier tipo. Tomé posesión de ella el primer día y al marcharme ya había incorporado, uno o dos forofos del baño, no más de tres o cuatro. Pero un día, el día en que la piscina era de mi total posesión, apareció un Delfín con forma de niña de unos nueve años, que más que un Delfín parecía un pececito y así la nombré. Luego conocimos a su madre que trabaja en Valladolid pero vive en Medina del Campo. La abuela de la niña, una persona muy bien educada y culta, es quién en la actualidad regenta el lugar, o eso me pareció.
No eché en falta nada, ni ordenador, ni gente, ni Facebook, ni nada de nada. Que buen lugar para escribir una obra como “Oda a la vida retirada”. Cuando vemos gente que vive en ese tipo de aislamiento, podríamos pensar que son infelices, pero no, nada más lejos de la realidad, allí es donde una persona puede estar en armonía consigo mismo, sin envidiar nada de otros, sin agobiarse por que tiene algo importante que hacer. Allí lo más importante por hacer, es vivir, respirar, oler la lluvia en la lejanía y visitar el lugar donde estuvieron asentados unos Celtas en los orígenes de Iberia, hace cuatro o más bien cinco mil años, aquel lugar, en su esplendor, fue contemporáneo de Stonehenge, otro acotado pedregoso y religioso de nuestros antepasados pero en Inglaterra.
Era un tiempo, tal vez brutal para vivir cuando había que proteger tu vida o tal vez buscar alimento que otros también deseaban y había que hacerlo con riesgo. Pero salvo por ese matiz, todo hace pensar o imaginar que la vida de entonces en aquel lugar era igual de lenta, tranquila y placentera como sigue siendo hoy en día.
En realidad no sé por qué los seres humanos hemos cambiado esa forma de vivir por esta otra de estrés e inseguridad. La vida en las ciudades está volviendo a ser peligrosa, casi como si los humanos hubiéramos regresado a la selva. Ni siquiera a los asentamientos agrícolas a la selva más brutal. Hoy ese lugar salvaje, realmente no existe fuera de nosotros, está en nuestro interior. Está en el miedo que sentimos ante algo tan natural en aquella remota época en que un virus aniquilaba al noventa por ciento de una población y sin embargo la vida continuaba. Está en el temor de no saber quién dirige al clan y hacia dónde, en como usa su poder para facilitar la vida a unos en contra de los otros. Y no como probablemente era hace tantos siglos, en el que la jefatura la llevaba un individuo destacado por sus cualidades que había sido elegido para mandar, defender y buscar el sustento del grupo.
Probablemente, la Dama de Verde, originaria como buena madre natural sigue estando por allí deseando paz a los que entran en su tierra, porque es de agua, es la base de la vida, sigue dando de beber cinco siglos después y probablemente habita en la dulzura y la energía de una niña de no más de diez años que salta como un pececito en las aguas de una piscina azul, en los veranos Zamoranos. Quién sabe si es la Dama Verde reencarnada.