
«Hay tantos entuertos por deshacer, que es imposible decidir con que bacilo o virus quedarse. Aunque finalmente me he quedado con el más peligroso, el control social de las redes»
La verdad es que hoy no sé sobre que quiero escribir, pues hay tantos entuertos por deshacer, que es imposible decidir con que bacilo o virus quedarse. Musicalmente, por supuesto que el coronavirus ya ha quedado descartado, sus melodías empiezan a empalagar al personal, bueno, a algunos, porque otros bailan sin mascarillas al son que les tocan. Esos olvidadlos, son cabezas huecas si quieren morirse que se maten, ¿no han legalizado la eutanasia? Eso sí, si infectan a otros, deberían meterlos en la cárcel una buena temporada.
Pero aún así la saturación de certezas, engaños y todo tipo de idioteces adjuntas a estas están siempre en las noticias televisivas. Esta saturación, hasta cierto punto, puedo entenderla. He trabajado en el medio y soltar algo tan jugoso, con todas las cualidades informativas, como divergencia, agresión, cura, mentira, información, estadísticas, desinformación, globalidad, localismo, cifras lejanas y cercanas, muertos, infectados, últimos suspiros y demás, vamos la fiesta informativa, que además permite pasar como en sobrevuelo laxo sobre otros asuntos más importantes pero menos deseados es una bicoca. Y no te digo, cómo compra espectadores que vender a los anunciantes de jabones, bebidas, geles y otros productos.
Estas noticias harto repetitivas, que podrían darse como una pincelada en informativo, para luego glosarlo en monográficos sobre el tema, Iker Giménez lo hizo casi al principio de la pandemia, que algunos citan como «Plandemia» y no sin razón porque podría serlo se hace así, ¿por qué?; por decreto, porque lo digo yo y ¡Vale ya! que dijo la fiscal en el asunto Atocha. Dejar este tipo de informaciones es lo mismo que dejar de hablar del famoso muerto en olor de multitudes, del que hay que sacar hasta los higadillos, los últimos restos del jamón pegado al hueso noticiable.
Vaya, un atracón imposible de aguantar. Casi siempre al final se hace vomitivo. Aunque después de meditarlo un poco, he llegado a una conclusión, hay algo de lo que sí quiero hablar y es de la comunicación y la libertad de expresión en la sociedad tecnológica y altamente tecnificada. Eso, salvo cuatro más enterados que el resto, no lo menta nadie “vade retro Satanás”, ¡que nos hunden el negocio…!
El sumun de la libertad la ofrecieron, en su momento, plataformas como Facebook y Twitter, pero lamentablemente sus creadores y propietarios, han caído en la cuenta de que sí, que querían utilizarlas para tener una herramienta más para el control social, pero no lo conseguían, se les escapaba de las manos, algunos que pensaban por cuenta propia. Efectivamente, contrariamente a lo que pensaban, y desde luego que hay mucho indocumentado por esos lares que solo hablan de lo bonito que les salió el bollo o de lo guapos que están sus nietos, sus perros o la ardilla del jardín, hay otras personas que hablan del Diablo.
No es un diablo espiritual e inexistente, es un Diablo que sí existe y ha existido siempre, el de la mala leche, por lo general, de los que detentan el poder, no el político, el militar, el jurídico, si no el que los controla a todos, el multimillonario hijo de su madre, que Dios acoja en sus lechos de muerte para mandarlos al Averno, si es posible en vida, porque después no pasa nada, solo importa el gusto que te de, que haya fenecido ya sabes un hijo de la gran…
He dicho Dios sin nombrarlo, en contraposición al Diablo, pues todos sabemos que es un cuento, no chino, pero si cuento. Ya lo dice el dicho: “poderoso caballero es Don Dinero”. Las redes sociales, si han convenido a los que las manejan, les han servido incluso a políticos de cualquier signo, para pavonearse y darse pisto. Las mujeres a las que les falta un hervor, lucen siluetas y retratos ¿artísticos?, poco arte puede hacerse con un móvil uno mismo; pero sí, los usan bastante. Todos ellos lo políticos y ellas las políticas, incluso vestidas con galas suficientemente “fisnas” de alta sociedad, se fotografían, “mataiotes mataiotetos kai panta mataiotes” , lo que significa “vanidad de vanidades y todo vanidad”, pero perdón, no voy a caer en lo de la no política corrección, exponen sus cualidades reales o ficticias, si es que en la actualidad alguno las tiene, para salir en candelero y no en candelabro, como decía aquella de cuyo nombre, como del lugar en que habitaba Don Quijote, Cervantes no recordaba, pues yo de aquella tampoco.
Exceptuando a T.R.U.M.P, que salió vestido decentemente siempre y pulcro de expresión y sobre todo sin engañar a nadie, sin provocar ningún conflicto bélico, ya digo que fue echado con malos modos de Twitter, por un decreto venido de otros lares. Esto encima, cuando él sí merecía el Nobel de la Paz y no el Obama divinizado por la izquierda. Casi nadie es expulsado del mundo de globalidad tontaina. De hecho, que te expulsen es un reconocimiento a la inteligencia, la corrección, humana y al tener el cerebro bien ordenado y amueblado.
No hay nada que más teman los dictadores, de cualquier tipo, que un pueblo culto. El nombre maldito para algunos lo he escrito de esta manera, con puntos intermedios para evitar que los muertos vivientes que vigilan, al servicio de los más pudientes implantadores de la sociedad igualitaria y de la estupidez, la desinformación y la tontería, lo borren, frente a la posible manipulación de vuelta hacia ellos en sus canales.
Las radios siguen gozando de buena salud y muchas en plenitud de facultades de libertad. Las teles, salvo honrosas excepciones han ido cayendo frente a las cuchilladas traperas de los nuevos adalides de la desinformación periodística, al servicio de individuos y corporaciones que a su vez las rellenan de “pasta gansa” o paté de foie, no resisten ni un somero análisis de independencia barato. Los diarios escritos, como dice aquel: “pa qué”, “pa Qué”, “pa que” si leen cuatro y además viejos que ya estorban, carne de cañón sin hospital.
Por todo esto era por lo que no sabía sobre que escribir, pues hay tantos entuertos por deshacer, que es imposible decidir con que bacilo o virus quedarse. Aunque finalmente me he quedado con el virus más peligroso, el control social de las redes.