
«En nuestro mundo se valora poco, y cada vez menos, la experiencia. Las organizaciones, al contratar profesionales, confían más en el currículum que en la madurez de los aspirantes»
Me he pasado casi toda mi vida estudiando, leyendo, investigando, leyendo; todo para avanzar un poco más en el conocimiento de la sociedad española. Un efecto secundario (ahora dicen “colateral”) de tal empeño ha sido el de acumular años y experiencias para darme cuenta de las anfractuosidades de la naturaleza humana. Me gustaría comunicar aquí algunas de mis averiguaciones, que a veces depararán alguna sorpresa.
Ya sé que tiene poco mérito la cosa. En nuestro mundo se valora poco, y cada vez menos, la experiencia. Las organizaciones, al contratar profesionales, confían más en el currículum (más o menos hinchado) que en la madurez de los aspirantes.
Aunque lo intentamos muchas veces, la operación de escuchar a otra persona resulta bastante ardua. Lo que más nos satisface es que los demás nos oigan lo que les tenemos que decir. Es parte de una preocupación más amplia: la necesidad de caer bien a los que entran en contacto con nosotros. Cuantos menos conflictos, mejor.
El número de personas que teóricamente nos pueden escuchar ha aumentado de manera prodigiosa a través de la comunicación internética (lo que llaman “redes sociales”). A veces los consideramos explícitamente como “amigos”, pero esta es palabra que se ha devaluado mucho. La prueba es que, cuando nos dirigimos a otras personas y dudamos del tratamiento debido, decimos “querido amigo”. Del mismo modo, cuando no sabemos cómo despedir una comunicación que quiere ser afectiva, pero que se queda en protocolaria, escribimos “un cordial saludo”, esto es, del corazón. En nuestra cultura es una creencia general que los afectos y demás sentimientos residen en el corazón. El cual no es más que un mecanismo de válvulas, ciertamente maravilloso. Más imaginativa era la consideración de los antiguos griegos, para quienes el difuso mundo de las emociones y los sentimientos se albergaba en las entrañas. No es una creencia perdida del todo. De modo inconsciente, todavía calificamos de “entrañables” los sentimientos positivos más hondos y verdaderos.
© Amando de Miguel para La Paseata 4 de febrero de 2018
Siempre es un placer, y un privilegio, leerle, Don Amando. Ser independiente y decir lo que se piensa no es lo más recomendable en los tiempos que corren, pero admiro a quien lo hace y yo sigo esa línea de conducta. Así nos va en algunas cosas, pero siempre dormiremos con la conciencia tranquila y eso no tiene precio.
«Triste es decirlo, pero la era Gutenberg toca a su fin. Muchos textos actuales pueden multiplicarse mejor por la Internet que por la imprenta, por lo que el libro de papel es una pieza de la cultura que termina. Lo reconozco con melancolía».
Son palabras, suyas mi admirado don Amando.
Respecto a su artículo en la Paseata, estimado profesor, lo único que puedo comentar, ya lo comenté en forma de artículo en este mismo digital el día 18 diciembre de 2017, titulado «La culpa de nuestra incultura radica en nosotros mismos: Preferimos titulares incendiarios y leer poca cosa más allá de 140 caracteres».
Y yendo aún más allá, a una terrorífica ciencia ficción que ya es realidad -en China por ejemplo-, otro artículo publicado también en este medio de fecha 16 enero de 2018 titulado «El futuro ya está aquí y, con Black Mirror, se hace viral. (Y no molan nada los millones de LIKES sin autocrítica)».
Por lo demás, querido profesor, no se hace usted una idea de la enorme alegría que le produce a este niño que nació viejo, novato en el arte de escribir, que nos haga el enorme honor de participar en este digital dirigido por el gran Manuel Artero.
Muchísimas gracias, y por cierto, don Amando, esta no es «una comunicación que quiere ser afectiva, pero que se queda en protocolaria», sino todo un sincero cumplido hacia su persona.