En España se legisla sin conocer la realidad. Por Gusarapo

En el Paseo del día de Difuntos Jules BASTIEN-LEPAGE nos muestra a un abuelo y sus nietos mientras recorren un camino de tierra mientras, al fondo, las humeantes chimeneas indican el surgir de la Revolución Industrial. El desarrollo, el progreso, no está reñido con la conservación. Sólo hay que hacer las cosas bien.

«Políticos españoles y europeos que sin conocer la realidad, los motivos y consecuencias, toman decisiones basándose en informaciones sesgadas e interesadas»

El jueves a media mañana, mi teléfono se quedó sin batería. Supuse que la noche anterior no lo había conectado correctamente al cargador. Un inconveniente, pero dado que no surgió ninguna urgencia, nada importante. La tarde estaba desapacible, con mucho viento y frío cuando las nubes ocultaban el sol, algo más agradable cuando lo descubrían. Estuve caminando junto al río, por un paraje de gran belleza, para mí, sentándome a ratos, leyendo uno de varios libros que esperan pacientemente a que me decida a abrir sus tapas, y recreándome con el canto de los pájaros.De lunes a viernes es muy raro oír algo que no sean los sonidos de la naturaleza, quizá algún tractor, poco más. Los sábados y domingos, si el tiempo acompaña, y más a partir de ahora, sí se suelen oír voces de adultos y gritos de chiquillos.

El viento revolvía las aguas y provocaba un ligero oleaje que engañaba mi vista intentando hacerme creer que la corriente había invertido su sentido. Los rayos solares plateaban las crestas de esas pequeñas olas.

Hubo un tiempo, no hace mucho, en que las aguas de los ríos bajaban atestadas de porquería. Las aguas residuales se canalizaban hacia los cursos de agua y se vertían directamente en ellos. También se arrojaban todo tipo de basuras y restos. Era el avance del progreso.

Con el tiempo se fueron instalando depuradoras y legislando normativas de protección y uso de las aguas, solventando problemas y regenerando espacios.

El lugar en el que me encontraba ha permanecido tal y como está durante al menos treinta años. Salvo por la acción del ganado que aquí pasta, nadie ha movido una piedra. Y ha sido el ganado, ovejas y cabras, las que han modelado y conservado lo que aquí se ve.

Comprendo que para una gran mayoría el caminar entre árboles que en estos días se están cubriendo de un halo de brillantes colores, el que forman las hojas y flores que brotan con la llegada de la primavera; sumergirse en una sinfonía de trinos de jilgueros y verdecillos; sentarse junto a una charca a escuchar el coro de decenas de ranas que croan bajo la tibieza de los rayos solares; dejarse llevar por el murmullo de las aguas; es algo tedioso e incomprensible. Pero para otros, para una minoría, esto es felicidad.

Recuerdo a una pareja de jóvenes sentados en una barca arrastrada por la corriente de un pequeño río, haciéndose arrumacos, en una fría tarde de marzo, en Hampshire. Un grupo de ciervos pastando en un prado entre enormes robles y setos medianeros de espinos. Una amazona, una chiquilla, montando sobre un pony negro azabache. En todas partes hay lugares así, lugares y momentos mágicos, especiales, maravillosos.

En toda Europa se encuentran estos sitios, estos paisajes. Y la inmensa mayoría de ellos han sido modificados por el hombre durante siglos.

En ellos habitan especies vegetales y animales. Todos ellos soportan vida. Unos son más urbanos, otros más silvestres. Los más naturales, los más salvajes, son aquellos a los que el ser humano ha tenido un acceso más complicado, bien por ser agrestes, bien por haber tenido el acceso restringido, pero aún así, también en ellos se puede apreciar la mano del hombre. Pero sí siguen siendo reductos «salvajes» es porque la civilización no ha llegado a ellos, o tal vez sería más correcto decir lo urbano no ha entrado en ellos.

En España tenemos la gran suerte de disfrutar de inmensas superficies vegetales. La ausencia, en grandes zonas, de instalaciones fabriles o mineras, ha preservado a esos espacios del deterioro y la contaminación al contrario de lo que ha sucedido en bastantes regiones de Europa, donde la contaminación atmosférica provoca lluvia ácida y los ríos y suelos han acumulado residuos y metales pesados durante decenios. En el Norte, las duras condiciones climáticas han mantenido inalterados muchos paisajes, grandes bosques de coníferas, que albergan un buen número de fauna silvestre, pero nada comparable con lo que sustentan nuestros campos.

Por el paraje en el que me encontraba no ha pasado ningún político con más cargo que el de concejal de pequeño ayuntamiento en los últimos quince años, y casi me atrevería a decir que jamás lo hizo alguno. Y estoy seguro de que el concejal no se paró a contemplar lo que allí había o a estudiar y disfrutar de la fauna y flora. Estoy completamente seguro, porque esto es España, donde se legisla sin conocer.

Políticos españoles y europeos que sin conocer la realidad, los motivos y consecuencias, toman decisiones basándose en informaciones sesgadas e interesadas. Que imponen planteamientos urbanos al mundo rural. Que quieren hacer pagar al mundo rural por los errores que han estado cometiendo durante décadas en el mundo urbano y en la industria.

Europa, una pequeña porción de tierra en el conjunto del Planeta, ha decidido, sus líderes -si es que se les puede llamar así viendo día tras día su manifiesta incapacidad para liderar nada- han decidido, convertir al continente en una isla medioambientalmente aislada del resto del Mundo, en un oasis «verde» en el maremágnum industrial planetario.

Mientras Europa cierra industrias y limita el desarrollo de actividades y de la agricultura, en el resto del Mundo está ocurriendo lo contrario. Lo que nosotros dejamos de producir, lo producen otros.

La población es tan autocomplaciente que no manifiesta ninguna crítica a los postulados y decisiones de los políticos. No es capaz de mirar a lo que está ocurriendo a pocos kilómetros de nuestras fronteras y mucho menos a lo que sucede en el otro extremo del mundo. Embalses inmensos que anegan miles de hectáreas de un altísimo valor ambiental, desecación de miles de hectáreas de humedales, deforestación incontrolada y bestial de miles de hectáreas de bosques, destrucción de hábitats en los que habitan especies aún desconocidas, urbanización de inmensas superficies, extracción de minerales sin control de lixiviados, vertidos industriales y ganaderos a los ríos más caudalosos del planeta, brutal generación de gases contaminantes… La sociedad europea es ajena a la destrucción medioambiental que se está llevando a cabo en las tres cuartas partes del Planeta. Y no sólo lo desconoce, lo propicia y participa en ello.

En la Tierra todo está interconectado de una forma u otra, bien sea por tierra, mar y aire, y no me refiero sólo a la actividad humana. Los animales, a través de sus desplazamientos, ya sean migratorios o no, van de un lado para otro. Las semillas, arrastradas por el viento o las aguas, o adheridas a la suela de un zapato, a un jersey, en el intestino de un pájaro, van y vienen.

Pero también la basura, la contaminación, y no sólo la que se ve, la que se puede apartar, no, también el mercurio, el aluminio, plomo, arsénico, cadmio, cromo, CO2, SO2, NOx, HF, H2S, C6H6… Pero somos felices creyéndonos a salvo de todo esto.

Nos creemos el centro del Universo y no somos más que minúsculas hormigas que no se salen de la fila que transporta el alimento al hormiguero.

En España, sobre el suelo y bajo él, tenemos la inmensa fortuna de contar con un gran patrimonio natural y de recursos. Recursos que están ahí, a nuestra disposición, esperando a ser utilizados para mejorar nuestras vidas, pero que preferimos no tocar por una equivocada concepción ambiental.

El ser humano es la criatura más destructiva de todas cuantas viven en la Tierra, pero también es la única dotada del ingenio capaz de desarrollar técnicas que minimicen el impacto de su actividad y de revertir los posibles daños, cuando quiere, claro. Cuando no se pliega a la avaricia, a sus más bajas pasiones.

El desarrollo, el progreso, no está reñido con la conservación. Sólo hay que hacer las cosas bien.

Gusarapo

Soy más de campo que las amapolas, y como pueden ver por mi fotografía, también soy rojo como ellas. Vivo en, por, para, dentro y del campo. Ayudo a satisfacer las necesidades alimenticias de la gente. Soy lo que ahora llaman un enemigo del planeta Tierra. Soy un loco de la naturaleza y de la vida.

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