
«Tontos nos están llamando desde hace tiempo y seguirán haciéndolo sino reaccionamos. Quiero recordar, por si alguien no se ha dado cuenta, que las dictaduras de izquierda son las únicas perdurables»
Como debido a mi provecta edad ya pasé muchos años de mi vida «monitorizada» para que no me intoxicasen con ideas falsas ni recibiese noticias que no fuesen debidamente contrastadas por el poder benefactor que velaba por mi integridad mental he decidido que no quiero volver a esa situación. Por lo tanto dejo mi última reflexión hasta que no volvamos a recuperar la libertad de expresión y opinión.
En la búsqueda de una comparación que dé idea de la magnitud del problema, de la tragedia mundial, que estamos viviendo, se está recurriendo con frecuencia a lo que fue la Segunda Guerra Mundial. ¡“No ha habido una tragedia como esta desde la Segunda Guerra Mundial”!, ¡»Se necesitará un nuevo Plan Marshall para recuperar la economía«!… Y así innumerables voces que equiparan esta crisis con lo que supuso, especialmente en Europa, el conflicto armado.
Teniendo como tienen alguna similitud en cuanto a sus consecuencias económicas, hay diferencias más que esenciales que las hacen totalmente distintas y, por lo tanto, necesitadas de distintas soluciones. Tras la Segunda Guerra, me ciño exclusivamente a Europa, los países estaban físicamente destruidos; bombardeos, asaltos, luchas calle por calle, habían dejado las ciudades arrasadas, las cosechas destruidas, las empresas y las fábricas desaparecidas.
Demográficamente los países habían perdido la parte más joven y fuerte de su población. Sobre los campos de batalla quedaron, no solo pero principalmente, hombres y hombres jóvenes, tanto mano de obra como profesionales fueron las clases más diezmadas por la guerra, quedaron mujeres, niños (pocos) y mayores.
El mundo tenía prácticamente un único país con capacidad de liderazgo que podía proporcionar financiación y ayuda al resto, y ese país tenía claro que podía, debía, y le interesaba, que el mundo -sobre todo el mundo occidental-, se rehiciese.
A muy grandes rasgos esa era la situación al término de la conflagración mundial. ¿Estaremos igual al final de esta pandemia? ¡Ni mucho menos! En términos humanos la parte más afectada son los mayores, los ancianos para no andar con eufemismos, pero la fuerza de trabajo estará prácticamente intacta. Las ciudades estarán en pie exactamente igual que las dejamos, las fábricas y las empresas estarán ahí, paradas pero a punto para volver a funcionar.
Habrán desaparecido algunas empresas e incluso alguna industria, cierto, pero la mayor parte solo necesitará recuperar sus trabajadores y volver a ponerse en marcha. Qué mercado tendrán para sus productos es otra historia. Por ello, ¿Serán estos nuevos “Pactos de la Moncloa” la solución? Por los atisbos que trascienden mucho me temo que no. Dice uno de nuestros representantes comunitarios, Josep Borrell, “ministro” de Exteriores de la UE, que; “Al terminar la crisis el Estado será el principal propietario” o que; “Tras la pandemia habrá nacionalizaciones”… ¡De lo de Iglesias mejor ni hablar!
¿A qué obedecen estos pésimos augurios? ¿El Estado – el gobierno de ultraizquierda mejor dicho- pretende incautarse de empresas y bienes con la excusa de la crisis sanitaria? ¿Con qué fin? ¿Qué resolverá quedándose con los medios de producción y convirtiendo así a millones de españoles en funcionarios o empleados públicos? ¿Con qué impuestos les pagará si todos, o la mayor parte, dependen del Presupuesto público que, por si el gobierno lo ignora, se nutre de los impuestos de las empresas y de los trabajadores? ¿Tan bien han gestionado la situación como para que después se les confíe la mayor parte de la producción y el comercio del país? ¿Nadie recuerda los años en que los españoles debíamos esperar meses o años para conseguir obtener “la gracia” de un teléfono porque en España solo existía una única compañía telefónica en manos precisamente del gobierno? Y seguramente así seguiría así si Borrell hubiese continuado al frente de ese ministerio por cierto…
¿Y tampoco recuerdan el fracaso de la gestión de los políticos en las Cajas de Ahorros, de las que se apropiaron porque “no eran de nadie”, y a las que hubo que rescatar con miles de millones que pesan sobre nuestra deuda pública, o sea sobre todos y cada uno de nosotros? ¡Las Cajas de Ahorros, no la banca, como se empeña en decir la ultraizquierda!
Algunos se empeñan en afirmar que después de esta crisis nada volverá a ser igual… Desgraciadamente puede que esta sea la única verdad que se dice estos días. Pero la solución no es sólo una. Tenemos dos opciones. Si triunfa la tesis francocomunista del gobierno perderemos no solo nuestras libertades, que ya se están recortando bajo el manto oscuro de la crisis sanitaria, sino nuestro bienestar y nuestra posibilidad de seguir entre los países que proporcionan mayor bienestar a la mayor parte de sus ciudadanos.
Si, por el contrario, los españoles defendemos ese reencontrado espíritu creativo y emprendedor que hemos redescubierto en este tiempo de necesidad y defendemos nuestro derecho a decidir nuestra vida y nuestro futuro, saldremos adelante y estaremos nuevamente entre los mejores países.
Desgraciadamente no confío mucho en este último escenario. La maquinaria de propaganda, censura y compra de votos de la izquierda siempre ha sido mucho más efectiva que la de la derecha, haciendo bueno ese lamentable refrán español de “dame pan y dime tonto”.
Tontos nos están llamando desde hace tiempo y seguirán haciéndolo sino reaccionamos. Quiero recordar, por si alguien no se ha dado cuenta, que las dictaduras de izquierda son las únicas perdurables, y no por su éxito social ni económico, sino por su desparpajo en reprimir, mentir y coaccionar a sus ciudadanos. Aquí lo dejo por mucho tiempo. Solo me queda desear a todos salud y suerte (la vamos a necesitar…).