En los pueblos, desde siempre, hubo algún tonto. Ahora, los tontos somos muchos. Por Gusarapo

En los pueblos, desde siempre, hubo algún tonto. Ahora, los tontos somos muchos.

«En los pueblos, desde siempre, hubo algún tonto. El tonto del pueblo, le llamaban. Ahora hay muchos tontos. Ahora somos muchos los tontos»

El martes, según entraba por la puerta de la panadería para comprar el bollo que últimamente acompaña mi frugal comida de mediodía -he reducido la ingesta diaria de miga y corteza en pos del enmagrecimiento de mi orondez-, apenas acabada la frase que pronuncio vehementemente cada día cuando accedo al local, ¡Panadero, buenos días! , mi fiel suministrador de hidratos, con voz trémula, quejumbrosa, me dijo: ¡Fernando ha cerrado!

– Fernando. ¿Qué Fernando?

El quiosquero que regentaba un humilde y minúsculo quiosco a la vuelta de la manzana de enfrente del edificio en el que se encuentra la panadería. El mismo Fernando que desde que se peatonalizó la zona para uso y disfrute de las calles por gentes de otros barrios, tenía alquilada la plaza de garaje de enfrente de la mía por nueve veces el dinero que un servidor emplea en comprar el pan que acompaña la comida diaria.

Ese Fernando que estuvo los dos últimos años dando bandazos esperando a que ocurriera un milagro. El Fernando que me supera en dos años en edad. Mala edad, la cincuentena, para empezar una nueva vida laboral en estos ingratos tiempos.

– ¿Y cómo fue? ¿Qué ocurrió?

– Pues no lo sé. Cerró el sábado en la noche, como cada noche, y el domingo ya no abrió. No se despidió, no dijo nada, simplemente se marchó.

El panadero se muestra preocupado, triste, pálido. Le tenía aprecio. Está molesto porque se haya esfumado sin un adiós, sin una sincera explicación de su rendición.

Pero hay algo más que lástima en su expresión, hay preocupación, temor, miedo a un futuro inexorable, a un destino seguro. Tal vez él será el próximo, el siguiente. Poco a poco van cayendo unos y otras, poco a poco vamos cayendo todos.

A quien tiene un empleo fijo y remuneración garantizada por ley el cierre de un negocio le da igual, simplemente le incomoda por la molestia de tener que variar sus hábitos levemente, unos metros. Es normal, no le afecta en su vida.

Al alcalde tampoco le afecta. Ni al presidente de la Junta, ni a la ilustre ministra de Hacienda.

Al propietario del local sí, y bastante más de lo que puede parecer, pues deja de ingresar pero no de pagar. Al del garage no. Hay mucho vehículo y pocas plazas.

A quienes le dábamos los buenos días o las buenas noches al cruzarnos con él, sí nos importa. Así son los negocios, la vida del trabajador por cuenta propia. Nadie es culpable, sólo quien cierra.

En Noruega, creo que es allí, los políticos han empezado a plantearse acabar con las bonificaciones y exenciones fiscales a los vehículos eléctricos. Es tanta la implantación de este tipo de vehículos y la sustitución de los de motor de combustión interna de hidrocarburos, que los ingresos de las distintas haciendas públicas han disminuido vertiginosamente.

Pero no pasa nada, se cambian las reglas de juego y se suprime lo prometido a quienes se lanzaron a abrazar la transición energética de movilidad.

No estaría de más que el personal vaya tomando nota de lo que ocurrirá en un futuro más bien cercano. Con los locales comerciales que se van quedando vacíos no hay problema, sus propietarios siguen pagando impuestos aunque no sean capaces de alquilarlos o venderlos.

Dícese que tonto es aquel que tiene poco entendimiento o inteligencia, o que es ingenuo y carece de malicia. A mí me enseñaron a ser tonto. Me educaron para serlo. Estoy seguro de que no nací tonto.

Perdonen mi presunción y mi soberbia, pero si presto verosimilitud a las cosas que escucho en mi casa sobre mi infancia, no aprecio tontería en mis actos. Sin embargo, por razones que desconozco, decidieron enseñarme a ser tonto. Ignoro si al resto, a ustedes, les ocurrió algo similar, a mí me ocurrió.

Me educaron en el respeto a la Ley y a las personas, en la obediencia, en la creencia en un sistema político que basado en la participación de todos, permitía la elección libre de unos cargos que se encargarían de velar por las mejores condiciones para el desenvolvimiento del país y sus gentes. Me educaron, ya lo ven, para ser tonto.

Y esas mismas personas a las que he elegido, cada día, cada minuto, me recuerdan que soy tonto.

En los pueblos, desde siempre, hubo algún tonto. El tonto del pueblo, le llamaban. Normalmente un inocente de sonrisa permanente y alma pura, vulnerable, de quien los mozos se burlaban y no contentos con herirle con su burda dialéctica, además le apedreaban de la misma forma que a los gatos les ataban una lata de conservas vacía, con un cordel a la cola.

Ahora hay muchos tontos. Ahora somos muchos los tontos. O tal vez estoy equivocado y mi tontería me hace creer que es así.

Hoy no te tiran piedras, hoy te arruinan literalmente. Te quitan tu medio de vida. Te exprimen. Te obligan a cambiar de modo de vida. Anulan leyes o se las saltan con impunidad por tu bien. Y encima te dicen que tú lo has elegido.

Eso dicen las autoridades de la UE, que los europeos hemos elegido abrazar la ideología ambientalista. Y que lo hicimos libremente. Y que éramos plenamente conscientes de nuestra elección.

De los de aquí, de los que nos tienen echada la correa al cuello, buena gana de decir nada. Además de tratarnos como a tontos nos tratan como a perros, y nos apalean, y como perros fieles volvemos a su lado moviendo el rabo.

No nací tonto pero moriré siéndolo, porque una vez que aprendes ya no hay marcha atrás. ¿Verdad? 

Gusarapo

Soy más de campo que las amapolas, y como pueden ver por mi fotografía, también soy rojo como ellas. Vivo en, por, para, dentro y del campo. Ayudo a satisfacer las necesidades alimenticias de la gente. Soy lo que ahora llaman un enemigo del planeta Tierra. Soy un loco de la naturaleza y de la vida.

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