Un beso con sentido. Por José Antonio Marín Ayala

El beso con sentido del príncipe azul de Blancanieves

«Unos puritanos progresistas han denunciado públicamente que el beso que le da el príncipe azul a Blancanieves no es consentido»

A pesar de los cometidos que puedan sugerir nombres como matafuegos, comehumos, soldado del fuego o azacán, la verdadera razón de ser del bombero es salvar vidas. Y las situaciones donde puede encontrarse una preciada vida en peligro son tan variadas como arriesgadas pueden serlas, no solo para los accidentados, sino también para los propios rescatadores. A lo largo de esta milenaria profesión han ocurrido muchas tragedias que han tenido un desenlace fatal para los intervinientes (y me temo que no serán las últimas). Y estos escenarios donde se desenvuelve la labor bomberil no son otros que aquellos que abrigan los elementos que los sabios de la antigüedad postularon cuando intentaban explicar la constitución del mundo que nos rodea: la tierra, el aire, el mar y el más terrible de todos ellos: el fuego. Aquellos que me conocen saben que ejerzo el noble oficio de la bombería desde temprana edad, y que a pesar de las tragedias que he tenido que presenciar durante estos casi cuarenta largos años de servicio no me arrepiento de haber elegido esta singular profesión; oficio que llega a interiorizarse tanto que es, literalmente, una forma de vida.

En cierta ocasión nos dieron aviso para intervenir en accidente de un camión cuando su conductor procedía a la descarga de la mercancía. Cuando el volquete se elevó hubo un corrimiento de la carga a un lado de la plataforma provocando la desestabilización del camión y su vuelco del lado del conductor, con tan mala fortuna que quedó atrapado en el interior de la cabina. En estos y en semejantes casos nos planteamos siempre dos estrategias para el rescate: una basada en un procedimiento de extracción seguro (tanto para él como para nosotros) y otra de extrema urgencia por si la cosa se tuerce: como se dice usualmente, un plan A y otro B. El primero implica considerar los riesgos que conlleva el rescate para la víctima (hay que procurar no generarle más daños de los que ya tiene), por lo que suele ser más lento de ejecutar que el segundo, que lo aplicamos cuando el peligro para la vida de la persona es tan inminente que hay que extraerla de allí rápidamente (en este caso las posibles lesiones adicionales se consideran un mal menor, puesto que garantizar la vida es lo primero). Llevábamos diez minutos de trabajo retirando pacientemente los amasijos de hierros que atrapaban al trabajador, al tiempo que hablábamos continuamente con él para conocer su estado neurológico, cuando de repente enmudeció, cerró los ojos, relajó los músculos y se desplomó. Comprobamos sus constantes vitales. Había entrado en parada cardiorrespiratoria, PCR en sus siglas, un peligroso estado de muerte prematura que de no aplicar una resucitación como Dios manda se consuma en pocos minutos. Los que estudian estas cosas dicen que las probabilidades de sobrevivir a una PCR se reducen un 10% cada minuto que pasa si no se hace nada por remediarlo. Y lo que hacemos en estos delicados casos es intentar volver a poner de nuevo en marcha su corazón, a la vez que le aplicamos oxígeno por las vías respiratorias para que la sangre lo distribuya a todo el organismo y pueda sobrevivir; todo ello se conoce como reanimación cardiopulmonar, o RCP (fíjese que son las mismas siglas en ambos casos, aunque con distinto significado, de modo que leyéndolas de delante hacia a atrás, o viceversa, tenemos las dos situaciones: RCP versus PCR).

El órgano más sensible a la falta de oxígeno es el cerebro, pero pueden resultar dañados todos los demás dando lugar a un síndrome de disfunción multiorgánica que en pocos minutos te manda al más allá. Así que en vista de la nueva situación que se nos planteó durante la intervención tuvimos que aplicar el plan B, la extracción de emergencia, que consiste en sacarlo a toda prisa del habitáculo para ponerlo fuera en un sitio duro y plano boca arriba, lo que más propiamente se conoce como decúbito supino, y aplicarle la RCP. El bombero que tiene el cometido de hacer el masaje cardíaco para intentar poner de nuevo su corazón se arrodilla a un costado del paciente, a la altura del pecho; mientras que otro, el que debe suministrarle el oxígeno, se sitúa junto a su cabeza. La fuente de oxígeno, si no hay otra más concentrada a mano, como podría ser una botella de oxígeno medicinal al 100%, puede provenir de la que hay en el ambiente, que es del 21%, porcentaje usual desde que floreció la vida en la Tierra y que nos permite vivir sin problemas. Nos valemos para ello de una bolsa autoinflable, que aspira el aire y lo introduce en la boca del paciente, mediante una cánula orofaríngea que evita el contacto entre la víctima y el interviniente. Pero todo este material solo se encuentra en el ámbito profesional, por lo que si va usted tan tranquilo por la calle y decide meterse en el fregado de hacer una RCP a alguien que ha sufrido una PCR (y no piense que esto es algo inusual; 100 personas mueren diariamente en España por esta causa; 25 veces más que en accidentes de tráfico) y lleva solo lo puesto, una fuente de oxígeno muy socorrida es el aire exhalado de su respiración, que aunque contiene solo un 16% es suficiente para resucitar a una persona. Y este oxígeno se aplica a la víctima mediante una suerte de beso con mucho sentido, pues mediante el boca a boca se pretende insuflar un aire vital que pueda liberar a la persona de esa terrible pesadilla en la que se halla inmersa.

La aplicación de oxígeno se complementa con un agotador masaje cardíaco, ya que para que resulte efectivo es preciso presionar con fuerza su pecho, a la altura del corazón, valiéndose del talón de una de las manos hasta hacerlo descender 4 o 5 centímetros, a razón de 100 masajes por minuto. Por cada 30 masajes cardíacos consecutivos le aplicamos 2 bocanadas de aire. Es una tarea tan agotadora que cada 5 minutos, sin que medie solución de continuidad, hay que relevar al masajista.

Puede que usted se pregunte cómo diablos conseguimos que el ritmo del masaje cardíaco sea exactamente de 100 contracciones por minuto. Pues lo hacemos al son de un metrónomo, naturalmente, artefacto que emite un cadencioso sonido en forma de bip. Pero verá, si hay mucho ruido en la zona (especialmente si el medio es urbano) resulta difícil oír su cadencioso ritmo. Así que entre las ingentes ideas de bombero que manejamos hay una que soluciona de manera satisfactoria esta cuestión sin tener recurrir a este artilugio electrónico. El ritmo del masaje cardíaco lo marca el socorrista al son de una conocida melodía musical. Pero no vale cualquier tipo de música, como puede usted imaginar, sino solo el ritmo de unas pocas canciones muy famosas. Así, pues, según sea la edad del interviniente, puede que al susodicho le venga a la mente una u otra. Los más metidos en años suelen servirse del «Stayin’ Alive» de los legendarios Bee Gees, cantinela que hicieron famosa allá por la década de los setenta. Para los de la quinta de los noventa resulta igual de efectivo el ritmo de la «Macarena», que tan de moda pusieron Los del Río. Y para los más bisoños, los que nacieron en este siglo, o bien aquellos que están en periodo de crianza, resulta igual de adecuado el cansino ritmo de «Bob Esponja». El caso es que tras media hora de reanimación pudimos traer de nuevo a este lado del túnel a aquel hombre y pudo vivir para contar esa experiencia única, pues volver de nuevo a saborear los placeres que nos ofrece la vida no es asunto baladí.

Como nosotros los bomberos no somos inmunes al alcance que tienen algunas de las noticias mundanas diarias, una que me llamó la atención cuando regresamos a las tareas rutinarias del parque de bomberos fue leer en la prensa la ocurrencia que tuvo alguien de dar una vuelta más de tuerca a la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres. Y es que con lo difícil que lo están poniendo, va a ser bastante complicado saber interpretar cuándo una mujer quiere mantener una relación consentida, sea de amistad o de otra índole, con su prójimo. Permítame que me explique, paciente leyente. La polémica ha surgido en Estados Unidos en el seno de esa sociedad del mundo, rara e hipócrita como ella sola, donde se dan de la mano la esencia del progreso tecnológico y científico con las estupideces propias de los neopaletos de nuestro tiempo. Resulta que unos puritanos progresistas han denunciado públicamente que el beso que le da el príncipe azul a Blancanieves no es consentido (¡cágate lorito!), lo que no quiere decir que no sea con sentido, pues de haberse privado de llevarlo a efecto el susodicho todavía hoy estaría la buena de Blancanieves en ese estado de irreversible catalepsia provocada por una malvada madrastra de la que no se dice ni mu.

Si dejamos a un lado las jugosas consecuencias que alguno pueda sacarle al cuento de marras, poco debiera importar a nadie la dejadez de funciones en la que hubiera podido incurrir un príncipe tan dispuesto como este, máxime si está justificada por la no autorización del morreo por la fémina, y también desde la perspectiva de la higiene sanitaria, por no querer arriesgarse a contraer cualquier enfermedad contagiosa que hubiera podido haber abrigado durante su largo letargo la inerme Blancanieves (y más con la que está cayendo estos últimos años con el pegajoso bicho este chino), porque a fin de cuentas todos los personajes del cuento son ficticios. Pero fíjese usted que en los casos reales, como el de nuestro mentado chófer, de no haber mediado ese beso providencial no consentido, con su correspondiente hálito vital, otro gallo habría cantado.

Si hay un artista famoso cuya existencia se la debió al boca a boca ese fue Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Mártir Patricio Ruiz y Picasso, comúnmente conocido por su primer nombre y su último apellido: Pablo Picasso. Se cuenta que un 25 de octubre de 1881 vino al mundo con una PCR bajo el brazo, es decir, más muerto que vivo; su tío, que en ese momento del alumbramiento disfrutaba del arte de fumar, no se lo pensó dos veces: asió al crío con sus huesudas manos, le dio varios achuchones y le echó una bocanada del negro humo de su puro en los pulmones, momento en que comenzó a llorar…y a vivir. No cabe duda alguna de que su acción fue de un enorme beneficio para el futuro del neonato y, por ende, para todos los amantes del cubismo. Picasso también adquiriría durante su mocedad el mal hábito de su tío, no se sabe si por una suerte de acción de gracias o simplemente…porque le gustaba.

Pero si hay un lugar del planeta donde estas y otras ocurrencias encuentran la placa de Petri perfecta para el caldo de cultivo ideal es en esta España nuestra de cada día. Y no porque su privilegiada situación geográfica propicie esta suerte de ocurrencias en el magín de algunos, sino porque aquí nace, crece, se reproduce y tardan mucho en extinguirse un selecto rebaño de tontos que, aunque minoritarios en la población, sintonizan telepáticamente con otros sandios del mundo y trabajan denodadamente, muchos de ellos valiéndose de nuestros impuestos, con el fin de idiotizar a la peña al son de ese perverso pensamiento único tan característico en los regímenes autoritarios y que tanto veneran. «Primero la gente y luego las ideas» (al revés se lo digo, para que me entienda) rezaba el eslogan electoral de una conocida formación política.

Y en esto del beso en España, consentido, con sentido o sin él, ¡ay amigo!, con la Iglesia hemos topado, porque como bien dice la copla:

«En España, bendita tierra

donde puso su trono el amor,

solo en ella el beso encierra

melodía, sentido y valor.

La española cuando besa

es que besa de verdad,

y a ninguna le interesa

besar por frivolidad.

Es más noble, yo le aseguro,

ha de causarle mayor emoción,

ese beso sincero y puro

que va envuelto en una ilusión.

El beso, el beso, el beso en España

lo lleva la hembra muy dentro del alma;

la puede usted besar en la mano;

o puede darle un beso de hermano;

y así la besará cuando quiera;

pero un beso de amor

no se lo da a cualquiera.

Con las estúpidas leyes y decretos con las que acostumbran a regalarnos algunos de los elementos que nos desgobiernan, como esta «ninistra de supermercado», del austero «Ministerio de Igual da», no me extrañaría que algún incauto pudiera pasar de acariciar el «Olimpo de los Héroes» por haber salvado una vida, a dormir en el calabozo del cuartelillo de la Benemérita por la denuncia a posteriori de la susodicha por morrearla sin su permiso, aun cuando le hubiera ido la vida en ello. Y aunque nuestro Código Penal deja meridianamente claro la obligación que todos tenemos de prestar auxilio a quien lo necesite, y que se puede vulnerar un derecho constitucional (como la intimidad) si con ello se protege otro mayor (y qué derecho hay más sublime que seguir con vida), las consecuencias que puede tener alterar el cuento este de marras puede dar con este axioma en saco roto. Así que si esta tontuna yanqui tiene éxito y sienta jurisprudencia igual nos podemos encontrar con que para hacer una RCP hay que pedir previamente una autorización de la infortunada si no se quiere tener serios problemas luego. ¿Pero cómo conseguir su aprobación si está inconsciente? Como apliquemos la misma lógica que estos yanquis hacen del cuento de Blancanieves apañados vamos. Así que no vaya a usted a caer en la tentación de besar a hembra alguna, aunque tenga todo el sentido del mundo por hallarse inmersa en una PCR de libro, sin ponderar adecuadamente las consecuencias que le puede traer tal acción.

Pero si tanto escandaliza a los nuevos censores yanquis el beso benefactor de algunos protagonistas en estos inocentes cuentos de ficción para niños de los hermanos Grimm, estos individuos deberían hacerles mirar a muchos de sus compatriotas, estos sí de carne y hueso, algunos de los besos que han propinado. Partiendo de la base de que el beso consentido debería ser un pilar del derecho individual de las personas cabría preguntarse por qué algunos famosos llevaron a efecto morreos contra natura, o cuando menos con escaso o nulo sentimiento, aunque con un evidente consentimiento. Tomemos como primer ejemplo a las consagradas estrellas del cine americano, las que hacen las delicias de jóvenes y mayores. Tenemos el documentado caso de una escultural Vivien Leigh y un conquistador Clark Gable, que a pesar de no aguantarse el uno al otro hicieron de tripas corazón y sellaron falsas escenas de amor en «Lo que el viento se llevó». Era tan poco lo que tragaba el Gable a la Leigh que para fastidiarla se hinchaba a comer cebollas a dos carrillos antes de rodar las escenas de besuqueo amoroso que aparecen en la famosa cinta.

«Besar a Marilyn fue como besar a Hitler. Fue horrible. Ella casi me mata tras meterme la lengua hasta la garganta», diría un apuesto Tony Curtis tras el besuqueo con la Monroe durante el rodaje de «Con faldas y a lo loco».

Otro caso de halitosis consentida se dio en algunas escenas de besos en «Los Juegos del Hambre». Antes de proceder a la unión bucal, la bella Jennifer Lawrence le dijo a Liam Hemsworth, su compañero de reparto: «Oye, ten cuidado, mira que acabo de comer ajo y no me he lavado los dientes».

En la misma línea de pensamiento se expresaba Miles Teller acerca del aliento de su pareja de rodaje, Shailene Woodley, durante filmación de la película «Aquí y Ahora». Woodley se encontraba por entonces tomando unos suplementos alimenticios que, siempre según Teller, «olían literalmente a excremento».

Se sabe que Dakota Johnson y Jamie Dornan, protagonistas de «50 sombras de Grey», cinta donde no escasea la lujuria, no se soportaban lo más mínimo, por lo que hubo que repetir la grabación de numerosas escenas hasta que sus besos de amor resultaran mínimamente convincentes al paciente telespectador.

A Emma Watson, la protagonista de la saga «Harry Potter», la sola idea de besar a su pareja de reparto le daba auténtico repelús. Más tarde reconocería: «Me sentí como si fuera un incesto; Rupert es como un hermano para mí».

Besos incómodos para sus protagonistas, aunque consentidos, fueron los que por razones del guion se vieron obligados a darse actores del mismo sexo; fue el caso de Megan Fox y Amanda Seyfried, en «Jennifer’s Body». Según palabras de Seyfried: «Me sentía intimidada, me preocupaba que ella me juzgara».

En todos estos casos podemos ver que si hay mucha pasta de por medio tus principios éticos y morales que sustentan tu valioso beso consentido, pueden, al igual que decía hacer con los suyos Groucho Marx, ser arrinconados a un lado para sacarlos a relucir en otro momento más adecuado.

Elvis Presley, el Rey del Rock, era un besucón público de mucho cuidado. Cuando le venía en gana durante el desarrollo de sus conciertos ejercitaba el beso con la clientela, consentido o no, desde el propio escenario.

También podríamos mencionar lo que sucedió en la gala de los Oscar de 2003, cuando Halle Berry, premiada Mejor Actriz protagonista el año anterior, entregaba la estatuilla dorada a un lujurioso Adrien Brody, que sin pensárselo dos veces le soltaba en vivo y en directo un beso de película que dejaba a todos con la boca abierta, y la de ella bastante bien sellada.

Si hay una imagen icónica que puso de moda precisamente Estados Unidos (un país con tan poca historia que tiene que valerse de lo poco que pueda pillar para destacar), y que, según ellos, representa la libertad y el triunfo del bien sobre el mal, esa no es otra que «El beso de Times Square». En ella se puede apreciar, en la confluencia de la 7th Avenida con la calle 44th de Times Square, la escena de un marinero guillotinando entre sus brazos a una desvalida enfermera que mantiene un precario equilibrio y propinándole un beso de tuerca de los que hacen historia. Era el 14 de agosto de 1945 y el presidente Truman había anunciado por radio que Japón se había rendido formalmente a Estados Unidos, poniendo así fin a la Segunda Guerra Mundial. Los americanos se encargaron de que aquella fotografía fuera portada de la revista Life y diera la vuelta al mundo. Lo extraordinario del caso es que los protagonistas de la instantánea, George Mendonsa y Greta Zimmer, no se conocían de nada. Resulta que el marinero, tras saber que la contienda había llegado a su fin, se fue derecho al bar de la esquina y se echó al coleto unos cuantos lingotazos de whisky, saliendo como un toro por las calles a celebrarlo. Y lo hizo besando sin mesura a toda la que se interponía en su camino. Fue así como llamó la atención del fotógrafo Alfred Eisenstaedt, que andaba casualmente por allí en aquellos momentos. Tras seguir el besucón rastro del marinero pudo capturar esa instantánea con su cámara. Eisenstaedt diría después: «En Times Square, durante el día de la Victoria, vi a un marinero a lo largo de la calle que agarraba a todas y cada de las chicas que se ponían a su alcance. Tanto si pudieran ser su abuela, fueran altas, delgadas o viejas, no hacía distinción». Lo curioso del caso es que el marino en cuestión estaba ya comprometido con otra chica, de la que estaba perdidamente enamorado, que lo estaba esperando por allí cerca y que sería su esposa durante 73 años. Fiel por esa época, lo que se dice fiel, no debía ser mucho.

Greta Zimmer, la joven de 21 años que se vio sorprendida por aquel beso no consentido diría: «De pronto alguien me agarró por la cintura. Ese hombre era muy fuerte. Yo no lo estaba besando. Él me estaba besando a mí”. Y de la misma repentina forma que se abalanzó sobre ella George la soltó y se fue a una estación de Metro donde le esperaba su prometida.

Rita, la esposa del famoso marinero de la foto, dijo en una entrevista que le hicieron en 2012 que el beso entre su entonces pretendiente y la otra mujer realmente nunca le molestó.

No sabemos si aquello supuso un ultraje más o menos severo para la besada, pero es evidente por su testimonio que aquel beso no fue en modo alguno consentido. Así que, tras haber analizado este asunto tan concienzudamente como lo hemos hecho aquí valiéndonos de la información de primera mano de sus protagonistas, ya está tardando en ponerse manos a la obra la censura progresista yanqui con este caso tan flagrante de beso no consentido, al igual que quiere hacer con el del príncipe azul de Blancanieves, y retirar de inmediato todas las copias de esa indigna foto, allá donde se encuentren. ¡Hala, ATPC!

Rita menciona un detalle que la tiene sumamente mosqueada desde entonces: «En todos estos años George…nunca me ha besado así».

Jose Antonio Marin Ayala

Nací en Cieza (Murcia), en 1960. Escogí por profesión la bombería hace ya 37 años. Actualmente desempeño mi labor profesional como sargento jefe de bomberos en uno de los parques del Consorcio de Extinción de Incendios y Salvamento de la Región de Murcia. Cursé estudios de Química en la Universidad de Murcia, sin llegar a terminarlos. Soy autor del libro "De mayor quiero ser bombero", editado por Ediciones Rosetta. En colaboración con otros autores he escrito otros manuales, guías operativas y diversos artículos técnicos en revistas especializadas relacionadas con la seguridad y los bomberos. Participo también en actividades formativas para bomberos
como instructor.

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1 comentario

  1. Por favor si pierdo el conocimiento en algún momento… consiento plenamente el beso.
    Queda firmado.
    Magnífico artículo Jose Antonio.
    Siempre bien datado, elegante, minuciosamente trabajado.
    Enhorabuena

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