La difícil ecuación de la energía. Por Amando de Miguel

Los españoles y la ecuación de la electricidad. Ilustración de Mescojono

«¿Por qué digo que la ecuación energética es tan difícil? Porque supone operar con muchas variables, algunas de incómodo seguimiento»

El descenso continuado y sistemático de los precios de la energía es el mejor indicio de la prosperidad, en todos los órdenes, de cualquier país. Por tanto, la actual ruptura de la tendencia secular en la disminución del coste energético es una aciaga noticia. Lo peor es que se trata de un fenómeno mundial y, de momento, con visos de duradero. ¿Estaremos en los amenes de la llamada revolución industrial?

La energía es un bien imprescindible e insustituible, aunque se manifieste por distintas vías. Es el caso del gas, el petróleo, el carbón, la electricidad por variados procedimientos. Si se añade el hecho del oligopolio, por razones naturales o técnicas, se obtiene un mercado propenso a grandes acumulaciones de beneficios en unas pocas empresas privadas o públicas.

Vamos a cuentas. En España, da la impresión de que al Gobierno no le interesa que baje el precio de la energía. O mejor, le viene muy bien que se mantenga en una trayectoria creciente. La prueba es que, con precios elevados, los ingresos del Fisco son bastante cómodos. Al menos, da risa que todo lo que se le haya ocurrido al Gobierno sea un lamentable “decreto de ahorro energético”, que, efectivamente, más parece una broma. El vecindario contempla, sin terminar de creérselo, el arbitrio del apagado de la luz de los escaparates a partir de las 10 de la noche. Al tiempo, los locales del llamado “ocio nocturno” pueden seguir gastando energía toda la noche. Digamos, de paso, que el tal “ocio nocturno” es la combinación en gran escala de ruido, alcohol y drogas. Y esa es la esencia de nuestra economía turística.

Interesa tanto el ahorro de la energía como la mayor productividad en la generación de electricidad, la actual y la futura. Así pues, se impone un haz de medidas en ambos campos. No son, mutuamente, excluyentes. Más bien, actúan de forma sinérgica.

Respecto a la productividad, hay que contemplar ciertas decisiones a largo plazo, como la construcción de nuevos embalses y más balsas para anticipar los efectos de las inundaciones. En lugar de esa necesaria operación, todavía habrá ecologistas radicales que pretendan dinamitar los actuales embalses. No estaría mal retomar la política de trasvases de cuencas de Norte a Sur, planeada hace un siglo. Añádase la mejora de lo que, ya, existe, el bombeo nocturno del agua de algunos embalses. Se impone la instalación de una docena de nuevas centrales nucleares de última generación, “llave en mano”. Todo lo cual es compatible con la necesaria prospección de gas y petróleo, imagino que en la zona cercana a las costas de África. Desde luego, hay que avanzar mucho más en los sistemas de placas solares y “molinillos” de viento. Es, también muy necesaria la inversión en los sistemas de obtención de hidrógeno como fuente de electricidad.

Por lo que respecta al ahorro, habría que empezar por la acomodación de los horarios de las empresas y los servicios públicos a la duración de las horas de luz solar. Habría que reducir todo lo posible la actividad económica y social durante las horas nocturnas. Se debería fomentar mucho más el transporte de mercancías por ferrocarril. Lo más difícil y necesario sería adoptar medidas de austeridad en el ritmo de la vida cotidiana. Por ejemplo, habría que acostumbrarse a soportar ciertos extremos de frío o calor, fuera de los casos de la población vulnerable. No estaría mal restringir el calentamiento de piscinas, excluyendo las necesarias para usos terapéuticos. Se impone el fomento de la calefacción con chimeneas o estufas de leña, a poder ser, de la tala de árboles y del cuidado de los montes.

El Gobierno debería dar ejemplo en todas las prácticas dichas y, además, en restringir el uso de los vehículos oficiales que sean de pura ostentación. Aunque, lo más perentorio es que el Gobierno elimine o rebaje, sustancialmente, los impuestos que gravan el uso de la energía y el agua. Con todo ello, el Gobierno haría bien en olvidarse del “cambio climático” o la “transición ecológica”, entre otras paparruchas semejantes. La razón es que toda esa retórica de la religión ecologista desplaza la atención por los problemas reales que aquejan al vecindario.

¿Por qué digo que la ecuación energética es tan difícil? Porque supone operar con muchas variables, algunas de incómodo seguimiento. Lo malo es que, si se mantiene la tendencia a elevar el precio de la energía, la consecuencia es nefasta. La población se verá abocada a ser, cada vez, más servil de un Gobierno con tintes autoritarios, como el que ahora padecemos.

Amando de Miguel para Libertad Digital.

Amando de Miguel

Este que ves aquí, tan circunspecto, es Amando de Miguel, español, octogenario, sociólogo y escritor, aproximadamente en ese orden. He publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. He dado cientos de conferencias. He profesado en varias universidades españolas y norteamericanas. He colaborado en todo tipo de medios de comunicación. Y me considero ideológicamente independiente, y así me va. Mis gustos: escribir y leer, música clásica, chocolate con churros. Mis rechazos: la ideología de género, los grafitis, los nacionalismos, la música como ruidos y gritos (hoy prevalente).

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