
«España no ha sabido sacar todo el partido a uno de sus recursos más notorios: la lengua común, compartida con más de una veintena de países»
Es difícil hablar de los sucesos negativos; por ejemplo, la ausencia de gravedad en el espacio (que, realmente, no es tal) o qué habría sucedido si Colón no se hubiera topado con el continente americano. Es lo que se llama “argumento contrafáctico”.
En la época contemporánea, el Estado español ha participado, dentro del concierto europeo, de una manera marginal. Llegó tarde y mal al reparto de las colonias africanas y se mantuvo (cuasi) neutral en las dos guerras mundiales, que se activaron como guerras civiles europeas.
Entrando en la transición democrática y dentro de la Unión Europea, puede parecer que España es reconocida como uno de los grandes países del hemisferio occidental. Pero, es una ilusión más. El tamaño del censo español o el notable desarrollo económico de las dos últimas generaciones, solo, asegura un papel internacional que no pasa de discreto. La vía de participación de España en el concierto mundial se consigue, a través, de la presencia de algunas individualidades destacadas por sus méritos particulares más que institucionales.
España no ha sabido sacar todo el partido a uno de sus recursos más notorios: la lengua común de sus habitantes, compartida con más de una veintena de países. El dato significativo no es tanto el número de sus hablantes en las diversas variaciones del castellano o español. Cuenta más el hecho de que se trata del idioma que más se aprende en el mundo, naturalmente, a una gran distancia del primero, el inglés. Además, las variantes geográficas del castellano son mucho menores que las que se manifiestan en la heteróclita cultura anglicana.
Una circunstancia extravagante es el hecho de que, adosada al territorio español, se encuentra la colonia británica de Gibraltar. Su significación es, más bien, la de ser un “paraíso fiscal”, un centro logístico del mercado negro de las drogas. Más grave es que constituye un obstáculo para que se pueda desarrollar un gran puerto de contenedores en la bahía de Algeciras. Lo más probable es que fuera gestionado por China, como los de El Pireo o Hamburgo.
Resulta un contrasentido histórico que no se haya desarrollado mucho más la fórmula “iberista”, esto es, la cooperación de España y Portugal. Después de todo, ambas naciones integraron, originariamente, Iberia o Hispania. La frontera entre ambos Estados ha permanecido con muy pocas modificaciones durante siglos. En los dos países se la conoce como “la raya”. La ventaja de Portugal es que se libra del tirón de los secesionismos regionales, que tanto aquejan a España. Un hecho, verdaderamente, incomprensible, es la falta de conexión ferroviaria de alta velocidad entre Lisboa y Madrid. Se trata de un espacio, el valle del Tajo, sin grandes obstáculos naturales.
La cooperación entre España y Portugal debería reforzarse por el acuerdo entre algunas universidades de prestigio, como Salamanca y Coimbra, añadiendo una mayor especialización técnica y científica. Podría mejorar mucho la colaboración entre los dos países en el plano turístico, gracias a la privilegiada situación de los archipiélagos atlánticos. Cabe, también, un sustancial avance en el aprovechamiento conjunto de la energía hidroeléctrica y la explotación de las “tierras raras” a ambos lados de la raya. Son un recuerdo del enorme atractivo, que tuvieron hace dos o tres mil años, al contener el codiciado estaño para la manufactura del bronce. El cobre se ha venido explotando desde entonces en Huelva.
El papel internacional de España seguirá siendo liviano mientras no mejore la estructura de la Unión Europea. Hoy, está aquejada de una desproporcionada hegemonía de Alemania y un exceso de controles burocráticos. Sería conveniente que se respetara mejor el hecho de las peculiaridades nacionales. Después de todo, la idea del Estado nacional ha sido la gran aportación europea al orden internacional.
La estructura de la actual población española es poco propicia para una fructífera proyección europea. Por un lado, emigra un elevado contingente de profesionales jóvenes. Por otro, se observa un creciente flujo de inmigrantes ilegales, procedentes de África y del Medio Oriente, con escasa formación profesional. A lo largo del siglo XX, España mantuvo una tasa de fecundidad (hijos por mujer en edad genésica) más bien elevada según el patrón europeo. Actualmente, es una de las más bajas del mundo. España ha entrado en la alarmante situación de un saldo vegetativo con más óbitos que nacimientos. Todo lo cual supone una amenaza para la supervivencia de la identidad como nación.
Amando de Miguel para la Gaceta de la Iberosfera.