Si te cuentan que caí. Por Julio Moreno López

Si te dicen que caí. La muerte y la doncella, de Marianne Stokes

La Noche Buena se viene, la Noche Buena se va. Y nosotros nos iremos y no volveremos más”.(Villancico Popular).

Este año 2022, ha resultado ser un año bastante negro, en lo que a perdidas personales, o sea, óbitos, se refiere. Como yo suelo denominar a este tipo de años negros, ha sido un año de tumbas. Esto es lógico si me paro a pensar en la edad que tienen mis padres, tíos, padres de amigos y allegados. Un ciclo más de la vida, si bien un entierro no tiene la gracia de una boda; Por mirar la parte positiva, tampoco tienes que hacer un regalo. Solo faltaba.

 

Es cierto que cada vez se entierra menos gente, siendo cada vez más los que optan por la incineración. Cabría pensar que, en esto de las últimas voluntades, no debería de pesar la economía, pero ¿ustedes saben lo que cuesta una tumba?. Donde esté un jarroncito de esos, urnas las llaman; no deja de ser una alegoría fantástica. Las urnas nos joden la vida y terminamos dentro de una de ellas. Para depositar kilo y medio de cenizas, que se quite una parcelita en La Almudena, que se sale a riñón y medio. Total, si ya estás muerto.

 

Con todos los respetos, yo a la muerte no le tengo ninguno; ningún respeto, quiero decir. Es más, no le tengo ni miedo. En realidad, lo hago por joder. Que la parca viene a por mí, pues ya está, ya lo sabía. Me río en la cara de la muerte. Sinceramente, es lo único, en esta vida, que tenemos seguro. Otra cosa es la forma de abandonar este mundo. Si puedo elegir, y de momento puedo, mi forma favorita de morir sería despeñarme por uno de esos acantilados tan espectaculares de la Costa Azul, por ejemplo, entre Niza y Montecarlo; eso sí, maqueado de Dolce e Gabanna, o de Hugo Boss y conduciendo mi Aston Martin. A los noventa y tantos, eso sí. Tener para un Aston Martin y morir joven debe de dar una rabia de la leche.

 

En cualquier caso, una vez muerto, tanto me da. Recuerdo una tira de la inefable Mafalda en la que Susanita, empeñada en demostrar que Manolito era un zoquete, le preguntaba por la vida y la muerte. A esto, Manolito, muy digno, le contestaba que a él le interesaba la vida, no las puntas de la vida. Genial respuesta, en lo que tiene de filosófico. Nada más lejos de mi intención que el papel de plañidera. Por desgracia, yo no tendré una tumba, una lápida, donde plasmar un pensamiento brillante, como hizo Groucho Marx en la suya con la genial frase “disculpe señora que no me levante”, pero si tuviera esta opción, yo en mi epitafio pondría, “Aquí yace Julio Moreno. Vivió”. No me hace falta más. Si alguien, como muestra de veneración al personaje, al literato que sin duda algún día seré, quiere dedicarme una lápida o una placa, por favor, escriban esto; “Vivió”. Cualquier otro comentario, está de más.

 

No vayan a pensar que estoy deseando morirme. Muy al contrario, amo la vida sobre todas las cosas. El momento más nimio, tal como levantarte en una aldea de Liébana y abrir la ventana para notar el frío de la mañana, y aspirar ese aire puro, que no en pocas ocasiones te hace recordar la porqueriza del vecino, haciéndote sentir lo mierda que eres en este mundo inmenso y variado, multicolor. Haciéndote mirar a la vida como algo que no gira a tu alrededor, sino en lo que estás modestamente integrado como un espejito en una bola de discoteca, sin el cual, la bola sin duda alguna seguirá girando y haciendo su función, te coloca con los pies en el suelo, demostrándote que eres un mojón, tanto si tu vida es anónima como si eres Elon Musk o Donald Trump. No nos vamos a engañar, nadie va a parar el lento girar del planeta y, si mañana falta Elon Musk, Dios no lo quiera, me voy a tomar una caña y tal día hizo un año.

 

Nadie es imprescindible, salvo para sí mismo. El que pierde es el que se va, en unas ocasiones más que en otras. El muerto al hoyo y el vivo al bollo. Que gran frase, por Dios. Que realidad tan contundente.

 

Así pues, y dado que la muerte la doy por amortizada, solo me queda reflexionar levemente, no vayamos a hacer un mundo de lo que no lo es, sobre las posibilidades que se nos plantean una vez hemos recorrido el túnel, hemos visto nuestra vida como en una película, con palomitas y cocacola, espero, y nos encontramos ante el altísimo para comparecer ante su inapelable juicio. Aquí, volvemos a las opciones.

 

A mi, particularmente, la opción católica por antonomasia, la de la eternidad entre ángeles, tocando el arpa, manteniendo conversaciones filosóficas con aquellos que nos precedieron, ya sean Séneca o Platón, me parece un coñazo insufrible. Para eso, me quedo en mi urna, en casa de mis descendientes, que con un poco de suerte me llegarán los rumores de las películas de Netflix. ¿Qué cojones hago yo, con mis alitas y mi túnica, escuchando a los filósofos?. No, definitivamente, no es mi opción.

 

Otra de las opciones más populares es quedarte en el paraíso, entre bellos paisajes y frutales cargados de deliciosos frutos. Aquí, tengo que decir que ya he tenido experiencias semejantes, y que al cabo de unos días, estaba deseando pisar el asfalto y entrar al Corte Inglés. Como dijo mi mujer, al cabo de tres días en picos de Europa, “donde esté el Corte Inglés, que se quite tanta puta montaña”. La verdad, no quiero pasarme toda la eternidad asimilando este mensaje, por otro lado, profético. Evangélico, diría yo.

 

Por lo tanto, y sin mucho meditar, la mejor opción, con muchas salvedades, es la reencarnación. Volver a este planeta tan imperfecto, tan viciosos y tan inmensamente divertido, para poder cometer todo tipo de pecados, otra vez, y darle al fiscal del juicio final un poquito de trabajo. Y pedirle a tu puñetero abogado de oficio que te consiga una reencarnación digna, en persona; pero, si no puede ser, al menos que sea en gato, que es el único animal con capacidad física de lamerse los genitales. Ya puestos, mejor que una cucaracha, sin duda.

 

Así pues, como decía mi suegro, “Morir habemos, ya lo sabemos”. Hagámoslo con dignidad. Dejemos un buen sabor de boca a los presentes. Y de paso, démonos el gusto de ver el rostro de los que se alegran de nuestra desaparición, cuando se den cuenta de que abandonar este mundo, como dice los mejicanos, se nos da un ardite.

 

Y yo, cuando muera, que nadie lo dude, formaré junto a mis compañeros, que hacen guardia sobre los luceros.

 

Impasible el ademán.

 

 

Julio Moreno Lopez

Nací en Madrid en el año 1970. Aunque mi título universitario indica que soy ingeniero informático por la Universidad Pontificia de Salamanca, nunca ejercí como tal. Enamorado del mundo del periodismo y de la literatura, colaboro en diversos medios escritos y en alguna que otra emisora de radio. Ahora, miembro de este proyecto tan bonito de La Paseata. Además, soy autor del libro “Errores y faltas” Y del blog del mismo nombre. En Twitter @elvillano1970.

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