El tedio del lenguaje público. Por Amando de Miguel

El tedio del lenguaje público.

«Es lamentable que discurramos por una etapa tan plana. Hubo una edad de oro de la literatura española, otra de plata. Esta es la de la berza»

El idioma común es un magnífico regalo de la cultura. Por eso hay que cuidarlo con esmero. Cuando se desatiende tal obligación, como es la situación actual, se cae en un lenguaje cansino. No es, precisamente, “monotonía de lluvia tras los cristales”, que añoraba Antonio Machado.

El aburrimiento se desprende de los discursos o intervenciones de lo que podríamos llamar “lenguaje público”. Es el que se emite por la radio, la tele, los vídeos, las redes sociales. A sus emisores les gusta que aparezcan como “relatos” o “narrativa”, aunque suele ser una prosa sin atractivo literario. Hago gracia de la monserga del “lenguaje inclusivo” (lo de “ciudadanos y ciudadanas”, etc.). Es un caso de burricia sin precedentes, que no merece mayor consideración. No se entiende por qué sus defensores han perdido el sentido del ridículo.

La falta de sustancia se deriva de las reiteraciones mecánicas. Se nota una copia implícita de las expresiones equivalentes en el inglés ubicuo. Ejemplos: “Por supuesto, de hecho, de alguna manera, obviamente, absolutamente, por así decirlo, en cualquier caso”, etc. Suelen caer en ellos los hispanoparlantes que no saben una papa de inglés, pero, se las dan de listos. También, hay que decir que esa influencia nefasta se nota más en el lenguaje público de los hispanohablantes, que a sí mismos se consideran “latinos”. No caen en la cuenta de que es una forma de racismo.

Otra fuente de empalago idiomático es el continuo recurso a los pleonasmos, consecuencia del gusto por el habla reiterativa. Algunas ilustraciones son estas: “lo cierto y verdad, de modo y manera, falso de toda falsedad, única y exclusivamente, ni muchísimo menos, todos y cada uno, etc. etc.”. Da la impresión de que hay que reiterar tanto porque lo dicho no resulta creíble. En cuyo caso hay que convenir que se ha perdido la capacidad de convicción.

El exceso de palabras se manifiesta, también, en el abuso del adjetivo “propio”, que se despliega a voleo. Es otra forma de enfatizar la frase de forma culterana. Otra muletilla parecida es la de introducir la palabra “ámbito” para cualquier descripción. Es una de esas voces que no significan nada. La última innovación es la querencia por el grupo adverbial “más allá de”. Francamente, no sé muy bien qué quiere decir.

Hay veces en las que el orador quiere dárselas de filósofo o científico. Para eso recurre a expresiones alambicadas, como “cuanto menos, en tanto en cuanto, en función de”.

Lo anterior es compatible con el vicio contrario de muletillas (ahora, las llaman “mantras”) más bien vulgares por insustanciales. Ejemplos: “a futuro, sí o sí, lo que es, de cara a”. En la misma línea se podrían considerar algunos adverbios fijos, como “me llama, poderosamente, la atención”.

Una novedad del lenguaje público es la continua referencia a objetivos cabalísticos. Es el caso de “la hambruna se detendrá en el 20-30 (quiere decir en el año 2030), asumido por el G-20 (los 20 países más ricos, o mejor, sus dirigentes)”. Se trata de un programa típico del progresismo hegemónico en el mundo, tanto capitalista como comunista. No deja de ser una deliciosa convergencia. De momento, la famosa hambruna no ha hecho más que extender sus fronteras.

En España, no se entiende muy bien por qué puede uno presumir de “progresista” cuando se propone erradicar el uso y la enseñanza de la lengua castellana en Cataluña. Son ganas de cercenar derechos, restringir posibilidades. Lo peor es que tal propósito perjudicará a los catalanes. Es un caso típico del que pretende dañar a otro y sufre él mismo.

Un dato minúsculo, que explica la manía del alargamiento del vocabulario y otros vicios del lenguaje público, es el que se refiere los titulares de tres carteras ministeriales: Educación, Universidades y Cultura. Ninguno de ellos ha escrito un libro o equivalente ni ha sido el autor de una obra con la mínima capacidad creadora. Puede que ni siquiera haya completado una carrera universitaria. Tal vergonzosa mediocridad resulta consonante con el carácter mortecino y adocenado del lenguaje público. Es lamentable que discurramos por una etapa tan plana. Hubo una edad de oro de la literatura española, otra de plata. Esta es la de la berza.

Amando de Miguel para Actualidad Almanzora.

Amando de Miguel

Este que ves aquí, tan circunspecto, es Amando de Miguel, español, octogenario, sociólogo y escritor, aproximadamente en ese orden. He publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. He dado cientos de conferencias. He profesado en varias universidades españolas y norteamericanas. He colaborado en todo tipo de medios de comunicación. Y me considero ideológicamente independiente, y así me va. Mis gustos: escribir y leer, música clásica, chocolate con churros. Mis rechazos: la ideología de género, los grafitis, los nacionalismos, la música como ruidos y gritos (hoy prevalente).

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