
“La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido”. (William Shakespeare).
A lo largo de los siglos, no han sido pocos los pensadores que se han planteado el que para mí es uno de los mayores dilemas posibles. Y hasta hoy, nadie ha podido, a mi modo de ver, darle respuesta. Lo malo de esta verdad es que, posiblemente, no haya respuesta, simplemente porque la vida, como enunciaba Shakespeare en la cita del principio, no tiene ningún sentido.
Es cierto. La vida es un viaje sin destino, una carrera sin meta, un problema sin posible solución. Bien es verdad que, cuando eres joven, te planteas cuales son tus objetivos, de manera más o menos consciente y prudente; y en el mejor de los casos, emprendes una lucha que te pueda llevar hasta la conclusión deseada. Digo lucha y digo bien, pues la vida es, sin duda, una constante resolución de problemas, un baile en el bombardeo, un paseo por el alambre. Y no solo eso, sino que además, somos o debemos ser conscientes de que esto acabará mal.
Puede que el error sea de concepto. Como ya he dicho, la vida es un viaje sin destino y, como tal, solo se puede exprimir disfrutando de cada etapa. Si la ansiedad por llegar al destino no nos permite disfrutar del trayecto, habremos perdido el tiempo.
“Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia delante. En realidad, la vida es una calle de sentido único”. (Agatha Christie).
Pero esto mismo, esta conclusión, no hace sino reforzar la idea del absurdo. Quizá por eso, cuando eres consciente de esta situación, es cuando puedes perder la perspectiva y caer en la tentación de volverte un espectador de este espectáculo dantesco, en lugar de tratar de ser protagonista de tu propia historia, como enunciaba Charles Bukowski, el cual opinaba que “casi siempre lo mejor de la vida consiste en no hacer nada en absoluto, en pasar el tiempo reflexionando, rumiando todo ello. Quiero decir pongamos que alguien comprende que todo es un absurdo, entonces no puede ser tan absurdo porque uno es consciente de que es un absurdo y la consciencia de ello es lo que le otorga sentido. ¿Me entienden?. Es un pesimismo optimista”.
Curiosa teoría, la de Bukowski, que otorga sentido a la vida por el mero hecho de que somos conscientes de que no tiene sentido. Como divagación es sostenible. Como conclusión, no.
Además, a medida que avanzas en este viaje, te vas dando cuenta de que aquellos que te importan o bien van llegando a su final o emprenden su propio itinerario, lo cual no solo es normal, sino también deseable en este segundo caso, y a medida que eres consciente de tu soledad, de que, aun en el caso de dos viajeros que hacen el mismo trayecto, el viaje es subjetivo para cada uno de ellos, por lo que espera o, en el peor de los casos, por lo que no espera conseguir de este trayecto, menos sentido tiene seguir caminando, en pos de la nada, luchando por aquello que no necesitamos pero que creemos que nos hará felices, para descubrir, una vez obtenido, que no era así, que lo único que merece la pena no es la consecución de algo, sino su anhelo. Lo que nos da un motivo, una supuesta meta, que se volatiliza en el mismo momento en que la cruzas, para colocarte, nuevamente, en la línea de salida.
Así pues, lo único que puede dotar de sentido a este largo caminar es ser consciente de que no estamos aquí para dejar una impronta. Que tan pronto como nuestra vida llegue a término, no quedará de nosotros más que una pavesa que se desintegrará con el primer soplo de viento, dejando a los demás continuando su camino, hasta que llegue su hora. Solos, como vinimos al mundo y como habremos de irnos.
“Cae la tarde, en el cálido impás primaveral de mayo. Las golondrinas, estrellas fugaces en negativo, trazan el aire, veloces y precisas. Desde la ventana, puedo oír los niños jugando en el parque. Me llega, aún, el olor a hierba cortada esta mañana. Ese olor, ese sonido, esas trazas en el viento, me recuerdan que hay cosas que no cambian y dibujo una sonrisa. Mañana, cuando me haya ido, seguirán los niños, seguirá la hierba, seguirán las golondrinas. Seguirá la primavera, para que la vivan los vivos, los que se quedan. Yo me voy; y tú seguirás aquí. Y todo lo que abandono, quedará en tus manos”. (Julio Moreno).