La caída de los gigantes. Por Julio Moreno López

La caída de los gigantes. Felipe, ese genial personaje de las tiras de Mafalda

“Soy como tu estas, soy como te sientas, soy Satanás, soy la cenicienta. Soy una bala, soy un tirano, soy malo, malo”.(“Como lo tienes tu”. Leiva).

En la medida en que me veo capaz, pues no soy, o no suelo ser precisamente duro conmigo mismo, que para eso ya están otros, hay ocasiones, contadas, eso sí, en las que realizo el difícil ejercicio de analizarme, yo diría de psicoanalizarme incluso. Suele ocurrir en la cama, en esos momentos previos al sueño en los que te crees despierto, lúcido aún, pero en los que, según intentas avanzar en tus pensamientos, te conducen al sopor.

 

Puede que sea precisamente por esto que yo aprovecho esos momentos para hacer autocrítica. De este modo, cuando estoy llegando a conclusiones que en modo alguno me favorecen, me vence el sueño, impidiéndome concluir mi reflexión.

 

Como dice Felipe, ese genial personaje de las tiras de Mafalda, inseguro, indeciso y de frágil voluntad, “nadie es buen crítico de sí mismo”. Para esto, la sabiduría popular también tiene su refrán “es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio”. De cualquier modo, cuando el día ha sido un poco más benigno conmigo o se me ha olvidado tomarme el orfidal, que no suele ocurrir, se puede dar la desgraciada circunstancia de que avance en mis pensamientos y, peor aún, que logre sacar conclusiones.

 

Miren ustedes, la vida es cíclica. Esto no se me ocurrió anoche en mi vigilia, claro está. No hay que ser Albert Einstein para desarrollar esta teoría. Pero no cíclica en el sentido de repetitiva. Muy al contrario, es lineal, pero pasa por ciclos bien definidos. De hecho, están tan bien definidos que yo no voy a ser reiterativo, y no los voy a definir aquí. Algunos de estos ciclos, son comunes para todos los mortales, tales como infancia, adolescencia, madurez y todo el etcétera que ustedes quieran añadir, porque yo he oído expresiones como “infancia de la vejez”; de este modo, yo ahora estaría, creo, en la “vejez de la madurez”. Pero si nos ponemos así, podríamos terminar hablando de “la madurez de la infancia”, y eso si que no.

 

Otros ciclos, sin embargo, corresponden a la circunstancia personal. Estos son, indudablemente, muy variables, infinitos diría yo, como infinitas son las circunstancias que atañen al ser humano. Desgraciadamente, desde que nos pusimos en dos pies, como dice Jorge Drexler, y aceptamos la voz del desafío, siempre miramos el río pensando en la otra rivera. Y esto nos lleva, por lo general, a la más profunda de las nostalgias y a la decepción, en la mayoría de los casos.

 

Y esa reflexión pre somnífero, esa filosofía nocturna, esa teorización de almohada, me ha hecho llegar a la conclusión de que, en ciertos aspectos, y si no suceden avatares incontrolables e inesperados, desgraciadamente, paso por el ciclo más duro que, hasta el momento, me ha tocado vivir.

 

No es una queja gratuita, no es un grito al viento; Es la dura constatación de una realidad. Seguramente, a todos aquellos que pertenecen, más o menos, a mi generación, la de finales de los sesenta y principios de los setenta del pasado siglo, les ha tocado, les está tocando, o están en puertas de que les toque también.

 

Es esa etapa, a la que no voy a tener la osadía de intentar ponerle nombre, en la cual tus padres, en el caso de que aún estén contigo, están llegando al zenit de su existencia, así, sin paños calientes. Esa recta final en la que, muchas veces, piensas que en cualquier momento les van a sacar la bandera a cuadros de la meta de su vida. Esa dura etapa en la que, sin haberlos perdido, tienes la certeza de que la muerte, como un ave extraña, ya sobrevuela sus cabezas.

 

Yo entiendo, desde mi posición de persona que aún tiene a sus padres, que es más duro cuando ya ocurre, cuando la muerte se constata, como un hecho irremediable, pero por mi experiencia personal, la situación que ahora me toca vivir, en la que día a día los estás perdiendo, en la que están ahí pero sientes que su mano se te escapa entre los dedos, en la que ves niebla en la mirada que antes desprendía amor y sientes su tristeza y su desesperación, no ya ante el final evidentemente cercano, sino ante la pérdida paulatina de sus capacidades, que ya no les permiten disfrutar de apenas nada de lo que movía sus vidas, a mí, y digo a mí personalmente, se me está haciendo muy difícil, inasumible.

 

Es difícil y triste reconocer que no me siento preparado para esta paulatina degeneración de mis padres, de aquellos que, con guante de seda y mano de hierro sostuvieron mi niñez. Aún así, roto, desgastado y desmoralizado en muchas ocasiones, trato de saltar al ring, aunque la mochila que porto se esté llenando de plomo, porque ellos lo merecen y porque, si no lo hiciera, no sería capaz de mirarme en el espejo.

 

Citando a Pérez Reverte, en el genial inicio de “el Capitán Alatriste”, “No era el hombre más honesto, ni el más piadoso, pero era un hombre valiente”. Como quiera que, en la lápida que nunca tendré, me gustaría que figurase esa frase de Alfredo, espero que, al menos, se pueda decir de mi cuando falte. Por eso sigo adelante, desolado a veces, otras veces impotente, por no ser capaz de aliviar su pena y su desesperación, pero determinado a que sus últimos días sean lo más dignos posibles, a que cuando falten, en esas reflexiones de almohada, me pueda recriminar a mi mismo cuantas menos cosas mejor, en lo referente a mis padres.

 

Así pues, citando a otro de mis autores contemporáneos favoritos, Julio Moreno, “La misma mano que acaricia, es la que empuña la espada”. El deshonor me alcanzará, sin duda, por otro flanco.

 

Pero por este, no.

@elvillano1970

 

 

Julio Moreno Lopez

Nací en Madrid en el año 1970. Aunque mi título universitario indica que soy ingeniero informático por la Universidad Pontificia de Salamanca, nunca ejercí como tal. Enamorado del mundo del periodismo y de la literatura, colaboro en diversos medios escritos y en alguna que otra emisora de radio. Ahora, miembro de este proyecto tan bonito de La Paseata. Además, soy autor del libro “Errores y faltas” Y del blog del mismo nombre. En Twitter @elvillano1970.

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