
“Pero ha de haber en las olas una falla inesperada, para mí. Como el agua desbordada, he de correr, sí. Por querer aflojar el nudo que me aprieta el cuello, y creer en las manos más que en el corazón”. (“La mala hora”. Radio Futura).
Después de tantos años de lecturas, de conversaciones con todo tipo de gente, muchos más válidos e inteligentes que yo, de observación de la realidad tratando de ser objetivo y, por supuesto, de la reflexión profunda que todo esto implica, he llegado a la conclusión de que solo existe una verdad absoluta; todo lo demás es subjetivo o, al menos, se puede poner en duda desde el pragmatismo y la relatividad.
Desafortunadamente, esa verdad absoluta, es aquella que tortura al ser humano desde el principio de los tiempos. La que ha ocasionado desgracias, guerras, hambrunas; la que ha sido la simiente del nacimiento de todas las religiones, monoteístas, politeístas y no teístas. La que ha conducido al hombre a la ambición más absoluta y al abandono total.
Esta verdad, tan compleja, se resume en una simple afirmación. Nacemos para morir.
Es así. Los optimistas, que los hay, dirán que esto no es así, que nacemos para vivir y esas zarandajas. Lo digo porque hubo un tiempo en el que fui optimista, así que conozco bien a este tipo de gente, que cuando viene un problema por la derecha, mira hacia la izquierda. No obstante, y aunque ahora soy un pesimista devoto, la fe del converso se llama esto, esta verdad a la que me he referido es inapelable. La única verdad, la única certeza irrefutable.
Piénsenlo. Yo tenía un cuñado que, cuando nacía algún nuevo miembro de la familia, decía “ya hemos condenado a otro a muerte”. Es una forma irónica de verlo, pero a su vez una verdad como un templo.
El problema no es la certeza de la muerte, algo que tenemos totalmente interiorizado desde que comenzamos a tener uso de razón. Incluso los que a lo largo de su vida no llegan a tener uso de razón, que no son pocos. A fin de cuentas, es un concepto abstracto, al que no solemos mirar a los ojos. Todos sabemos que la única meta cierta que alcanzaremos en esta vida es la muerte, pero mientras es un horizonte difuso, neblinoso, es algo más aceptable.
El problema surge cuando, por consecuencia de diversos factores, ya sea la edad o cualquier otra circunstancia, somos conscientes de la cercanía de esa meta, de que nuestro final tiene fecha y de que lo que no hayamos hecho el día que nos llamen a filas, se va a quedar sin hacer.
Bien es verdad que hay vidas y vidas, personas que han vivido por tres, por diez o por cien; pero no es menos cierto que también hay mucha gente que ante la perspectiva del final, puede arrepentirse de no haber pisado el acelerador cuando le era posible, cuando podía y tenía ganas. Llega un momento en que se acaban las ganas; Si eres afortunado, antes de que se acabe tu tiempo, pero esto no lo tienes, no lo tenemos, en absoluto garantizado.
Además, no hay forma alguna de controlar este suceso, este final, este gran off. Existen tantos avatares que te pueden conducir al final, en el momento más inopinado, que se escapan por completo a nuestro control. Puedes estar enfermo toda la vida, y no caer por el precipicio, aunque tus pies resbalen constantemente por la escarpada ladera; o puedes morir sano como una manzana, en el momento feliz de estar tomando una cerveza en una terraza, por que un conductor pierda el control, o pierda la cabeza, o se caiga una cornisa.
¿Creen que exagero? Busquen en la hemeroteca. Esto está todo inventado
A veces la vida hace alarde de humor negro, si bien no suele tener maldita la gracia; como rezaba el título de un programa del que yo era espectador habitual, hay “mil maneras de morir”.
Por lo tanto, habremos de deducir que morir es fácil, muy fácil, mientras que vivir puede ser extremadamente difícil y peligroso, pero a su vez bello y apasionante. Sin riesgo, no hay diversión. Sin esfuerzo, no hay recompensa.
Así pues, no tenemos otro remedio que seguir adelante, con el machete en la mano, avanzando por esta jungla maravillosa en la que nos movemos. Aceptando el desafío. Sabiendo que esto va a terminar mal, inapelablemente. Disfrutando del camino, no pensando en el destino.
Todos, absolutamente todos, estamos condenados a terminar nuestros días. Pero todos, del mismo modo, estamos obligados a aprovechar este don maravilloso y aleatorio que es la vida. Así pues, miren por la ventana, observen el día, soleado o lluvioso y respiren ese aire, ese olor, esa humedad. Miren al mar y maravíllense, como me pasa a mí, de su inmensidad, de su paz, de la sensación de insignificancia que te transmite, recordándote que no eres más importante que los granos de arena que estás pisando. Que el mundo seguirá girando cuando tú te hayas ido. Que habrá gaviotas, que habrá lluvia y puestas de sol; Y convénzase, como yo lo hice hace mucho tiempo, de que la muerte forma parte de la vida y lo único lamentable no es morir, sino no haber vivido.
No quiero certezas, no quiero certidumbres; quiero desafío, quiero lucha, quiero acción. No me pillarán durmiendo, no me iré sin pelear y sobre todo, no me lamentaré de lo que no hice.
De momento, Rock & roll.
“Que nos den vida y color, y nada más, a ti y a mí, nada más”. (“Vida y color”. TamTam go).