
A diferencia de Platón, Aristóteles no era ciudadano ateniense. No tenía, por tanto, derecho a poseer propiedades inmobiliarias. Debido a ello, se reunía con sus discípulos en los jardines del Liceo, teniendo lugar sus profundas conversaciones filosóficas mientras daban largos paseos. Por esa razón, aquella escuela se denominó Peripatos y a sus seguidores se los llamó peripatéticos, por la palabra griega que significa «pasear».
Manuel Artero, maestro de periodistas, fundó esta Paseata ahora refundada hace ya tiempo. Hace ya tiempo, por tanto, que ejerce el noble arte del peripatetismo, esta vez no en los jardines del Liceo, sino en los intrincados laberintos de Internet y de las redes. Allí lleva a sus lectores a reposadas excursiones, en las que les invita a reflexionar con calma sobre tantas aristas de esa actualidad que casi siempre nos desborda, que casi siempre nos persigue, que casi siempre se nos escurre por entre los dedos.
En cada paseata, don Manuel fija calmadamente su mirada siempre humana, siempre emotiva, sobre entuertos y alegrías, tratando de compartir las segundas, tratando de desfacer los primeros. La experiencia es un grado, dicen, y Manuel Artero ha estado ejerciendo la profesión de periodista, y de maestro de periodistas, más tiempo que el que llevan relumbrando tantas estrellas fugaces de la política y de la actualidad. Y eso se nota en su manera de tomarnos de la mano, mientras nos lleva de paseata, y de recordar tal o cual conversación en algún punto del mapa del terror vasco; y en su forma de rememorar tal o cual personaje al que tuvo que retratar, con sus luces y sus sombras, en alguno de los infinitos reportajes que ha tenido oportunidad de esculpir en el paisaje de la información a lo largo de su vida; y en esa indefinible pericia a la hora extraer el lado humano, a veces amargamente humano, de cada situación y de cada frase.
Les invito a acompañar a don Manuel en estos remozados jardines digitales de La Paseata. Les invito a escuchar su voz profunda y a reflexionar sobre los temas que propone. No siempre estarán de acuerdo con lo que oigan, pero estoy seguro de que nunca les dejará indiferentes. Y sobre todo, disfrutarán de la oportunidad de practicar el noble arte del peripatetismo, que Aristóteles inaugurara en la Atenas de hace 2.300 años y que no tiene, por desgracia, tantos practicantes hoy en día como debiera.
Luis del Pino