Ayer, @AntonioMaestre publicaba un tuit que considero interesante comentar. Me refiero a estas palabras que añadió al compartir un vídeo: ¿A esto la prensa patria …
Me llama el pasado, mi viejo oficio del periodismo, a la puerta. Y lo hace dos veces. Coincide que dos amigos, grandes periodistas y «maestros de Periodismo», me recuerdan, por parecidos motivos, esa carrera profesional que yo en plena Paseata trato de reconvertir a un nuevo oficio. Así les contesto, pero sus regalos me refrescan la memoria que tenía olvidada y llevo una semana con las neuronas dando vueltas alrededor de un viejo programa televisivo en el que trabajé rodeado de amigos durante mas de diez años, girando y girando sobre una cita para enmarcar del filósofo Emilio Lledó:
A Juanita la educó mi amigo Ricardo en el amor a los humanos. Imborrable recuerdo el ver los agasajos y pleitesías que la yegua le dedica cada mañana en que Ricardo le acaricia.
L familia de Juanita
Pero hoy Ricardo me pide ayuda porque está preocupado. Uno de sus potros ha desaparecido y le buscamos Sierra arriba, Sierra bajo, por todos los prados. Se llama Papa Buco y no aparece. Al final de la jornada Ricardo y yo, exhaustos, nos damos un respiro sin palabras junto al salpicadero de la pick up y oímos a Andrés Calamaro y los primeros versos del tango “Por una cabeza” de Carlos Gardel y letra de Alfredo que dicen: “Por una cabeza de un noble potrillo que justo en la raya afloja al llegar…” Y va Ricardo y se me pone a llorar.
Ricardo me cuenta que sus caballos se enamoran por la “Capa”. Y que durante su celo atávico, animal y poderoso, cuenta y mucho, el color de la pareja. Y que se teme lo peor, que el Papa Buco se haya enamorado y, por ello, perdido su razón de supervivencia. Tomamos unas cervezas y continuamos su búsqueda. No dormimos y al final nuestro esfuerzo nos recompensa. Ahí, junto a una cancela oxidada encontramos al potrillo que se lamenta. Le acariciamos al comprobar que Papa Buco tiene una inflamación mortal. Una yegua, está claro, le ha propinado una certera coz.
Casi sin hablar nos vamos en busca de ayuda y, en el coche, al ver pasar la vida fugaz por el cristal lleno de cagarrutas comenzamos a reír cuando en la radio suena otra vezó el tango bendito: “un noble potrillo que justo en la raya afloja al llegar” y es que Papa Buco, sabemos, se va a morir por el egterno juego del amor: Una yegua, sencillamente, le pateó sus partes en su primera escapada: su primer lance sexual.
En eso suena el móvil. Al otro lado, desde las praderas, llama Martín, el poeta gaucho, filósofo de la vida y la parrilla.
Martín, el poeta gaucho, filósofo de la vida y la parrilla
Y alegre nos dice que Juanita, la yegua preferida de Ricardo, acaba de parir un potrillo feliz y patilargo. La noticia nos impresiona a los dos. Apago la música y le digo a Ricardo:
– ” Lo justo es que se llame Papa-Buco como homenaje a su primo, a la vida y la muerte, y solo espero que este animal tenga mas suerte en su relación con las hembras y la naturaleza toda”.
Ricardo me mira y dice:
-” Qué fuerza Manuel tiene la vida y es que hace más daño un disgusto que una botella de ”.
«Se suele pensar que la katana era el signo de la casta samurái, pero ésta es una verdad a medias. El verdadero símbolo de estos guerreros era la «daisho»
Se suele pensar que la katana (o nihonto) era el signo distintivo de la casta samurái, pero ésta es una verdad a medias. Lo cierto es que el verdadero símbolo de estos guerreros era la «daisho» (literalmente, «corto y largo»): la pareja de sables compuesta por la katana, o sable largo, y la wakizashi, o sable corto. Un samurái no podía ser visto en público sin estas dos armas ceñidas a la cintura, y la pérdida de cualquiera de las dos, bien fuera en combate o por descuido, era causa de enorme deshonra.
Cada una desempeñaba su función, y mientras que el nihonto era empleado en duelos en espacios abiertos, la wakizashi estaba ideada para disponer de mayor maniobrabilidad en pasillos angostos o habitaciones de techos bajos. Hay constancia, no obstante, de que el peculiar ronin Miyamoto Musashi, siendo ambidiestro, desarrolló una técnica de lucha por la cual empuñaba ambos sables al mismo tiempo.
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