
En Cataluña el desgarro social está servido. Nos queda averiguar en qué términos se redactará la letra pequeña de la fractura que los independentistas han cebado hasta la gula de la violencia, con el pienso subvencionado de las especiales partidas presupuestarias que el estado central ha estado derivando hacia sus granja de los delirios.
«A los impresentables golpistas políticos catalanes les importa tres cominos ese veinte por ciento de la población. De su población»
Nos falta averiguar en definitiva si en el momento de tirarse desde el puente, los golpistas irán envalentonados con una copita de cava de Mas o quizás opten por el brandy Mascaró. De momento, y ante tales horizontes de locura, es difícil, por una cuestión elemental de empatía, compartir la expresión del genial Boadella que matizó estar dispuesto a ayudar con su empujoncito a ese suicida sentimental, envuelto en la «estelada» si acaso se permite dudar en el impulso final.
Y califico de empatía el sentimiento que me dirige hacia las prospecciones de futuro incierto de ese veinte por ciento de la población catalana que no se traga lo del derecho a decidir. Un veinte de la población según los datos aportados por el anterior presidente separatista Artur Mas en la respuesta que dedicó a Albert Rivera, y que pasó prácticamente inadvertida, en una interpelación parlamentaria insultada por Víctor Terradellas, el responsable de relaciones internacionales de Convergència Democrática de Catalunya (CDC) y miembro de la dirección del partido, que tanto ha dado que hablar por las increpaciones y gestos despectivos del separatista subvencionado al líder de Ciutadans, mientras éste realizaba su pregunta: ¿Cuándo va a pagar a los farmacéuticos? ¿Cuándo va a gobernar para sumar en vez de restar?

Porque más allá del circo y la deriva esquizofrénica por su especial grosería, propia del bar de Moe de la serie de los Simpsons, en que ha convertido el infame Puigdemont la política catalana y al antíguo partido de la burguesía catalana, el problema es ya la convivencia entre los catalanes, encarcelados la mayoría por la violencia de los golpistas.
Con lo que, blanco y en botella, a los impresentables políticos catalanes les importan tres cominos ese veinte por ciento de la población. De su población. Y quizás en alguno de sus empresas públicas estén diseñando ya el futuro campo de refugiados para esos cientos de miles de personas que no comulgan con las ruedas del rodillo independentista que en Cataluña conducen los bien «pagaos».