Miseria y nostalgia de los homenajes. Don Amando de Miguel para La Paseata

«En todo caso los homenajes menudean si se hacen a los terroristas y, en el mejor de los casos, a los difuntos»
La tribu española anda sobrada de envidia y por ello escasean ahora los homenajes. En todo caso menudean si se hacen a los terroristas y, en el mejor de los casos, a los difuntos. Esas versiones son una insoportable falsificación, al introducir la muerte cuando lo que se precisa es dar más vida a la existencia. El homenaje debe hacerse a una persona viva, que haya acumulado merecimientos suficientes, que haya destacado en su carrera. Hace un siglo esa ceremonia era muy frecuente en el mundo de las letras o de la política. Hoy son dos especies caracterizadas por el resentimiento.
El ritual del homenaje de nuestros próximos antepasados consistía en un banquete muy nutrido de personalidades, amigos y admiradores del homenajeado. El menú solía ser austero, pero se adornaba con varios discursos, emotivos y literarios. En los tiempos que corren ha casi desaparecido la capacidad de hablar en público y sin micrófono. En lugar de homenajes tenemos el equivalente de los desayunos de trabajo, en los que ni se desayuna ni se trabaja. Está también el almuerzo de negocios, pero esa es otra cosa.
Sería del mayor interés que se empezaran a prodigar otra vez los homenajes multitudinarios. Ahora podrían incluir intervenciones a través de la pantalla en directo. Alguna vez se hace y resulta ameno el rito. La sociedad actual es tan tensa y bronca que se impone cualquier oportunidad para suavizar las relaciones personales. El homenaje es una buena salida. Implica una comisión organizadora sin ánimo de lucro y con un legítimo interés de reconocimiento. Respecto al coste, lo mejor es cada uno se pague lo suyo. No estaría mal el detalle de acumular entre todos los asistentes una cantidad de dinero que agradecería mucho el homenajeado, sobre todo porque estaría libre de impuestos. Lo del diploma, medalla y otras macanas no resulta práctico.
Un equivalente del homenaje es que las autoridades (idealmente los Reyes) reciban a la persona que ha merecido un reconocimiento público. Lo importante es que el acto salga por la tele. Pero no sustituye al homenaje propiamente dicho, que lo llevan a cabo los iguales. Resulta fundamental que se celebre en un lugar no oficial y en torno a una mesa larga o en mesas circulares en un restaurante o salón reservado para el caso. Es una pena que no se pueda fumar en tales ocasiones. Pero al menos se pueden disparara los teléfonos para obtener fotos del acto. La plástica importa mucho.
Se me dirá que mi iniciativa parece más bien frívola. Acepto la crítica. Pero es que una miaja de frivolidad, de teatro, de ostentación, es algo muy necesario en nuestro mundo excesivamente protocolizado. También se precisa relajar tensiones, evitar demasiadas conductas competitivas. Entramos en el capítulo del juego, entendido en el mejor de los sentidos, que es el festivo.