
«Es posible que, si das mucha risa, puedan ofrecerte una sillita detrás de los estupendos históricos una vez hayas descendido a la tumba fría»
¡Muérete o asúmelo! Desde el punto de vista literario, por ejemplo, si tienes percepción intelectual de lo ridículo y te inclina tu naturaleza por el camino del humor, los insignes, quizá no te miren con buenos ojos. A no ser que te fusilen, te hayas muerto o muy a su pesar, el público te ame, no ocuparás un trono en el laureado olimpo de los escritores. Es posible que, si das mucha risa, puedan ofrecerte una sillita detrás de los estupendos históricos una vez hayas descendido a la tumba fría.
El humor en todos los campos es un género que la gente siente como menor. Y, sin embargo, a veces, no hay nada más claro que defina toda una historia que un resbalón en el suelo, nada peor que un traidor de comedia, nada más doloroso que una caricatura; nada menos amoroso que un chiste.

«El humor siempre es amargo, blasfemo y provocador. Muestra las emociones tal cual, por eso, nadie quiere tomarlo en serio»
El humor siempre es amargo, blasfemo y provocador. Muestra las emociones tal cual, por eso, “nadie quiere tomarlo en serio” … ¡claro! es Humor. Nos gusta vernos guapos y serios, en actitud digna, con pose de sesudos vivientes… Todos tenemos en nuestra salita interior la imagen divinizada de nosotros mismos. No debemos permitir entonces, que se conozca esa cara del prisma en que somos unos auténticos payasos, hacemos el ridículo constantemente y podríamos figurar como los protagonistas del mejor chiste de la Historia.
En algún apartado de nuestra existencia, de nuestro ser, se esconde el ridículo. Ese punto negro, esa espinilla que no podemos extraer y que todos conocemos muy bien. Nos ocultamos unos a otros el secreto compartido de que, más tarde o más temprano, la realidad, confirma que todos somos algo “gilitos”, (que siga quedando entre nosotros).
«Aprendemos modales, buena educación, saber estar… Hasta que nos pica un pie en plena manifestación de fuste representativo»
Todos disimulamos como podemos. Verdaderas fortunas se gastan en coches, ropa cara, joyas y objetos que realcen la belleza y dignidad personal. Aprendemos modales, buena educación, saber estar… Hasta que nos pica un pie en plena manifestación de fuste representativo, nos vemos, al pasar por las mañanas frente al espejo, los pelos de recién levantado o ese chándal pringoso que amamos para dormir o las zapatillas horrendas de cuadros que no somos capaces de tirar… ¡Magníficos payasos! Dignos de aparecer de inmediato en la pista del circo.
Nada más gracioso que el señor Puigdemont intentando dar una imagen de formidable intelectual dando un golpe de estado mientras corre dando grititos separatistas hacia otro país, oculto bajo una pelambrera como fregona desmochada.
Nada más ridículo que ver al pagès Torra, manteniendo caricaturescamente la teoría Nazi de las razas privilegiadas a la vez que muestra una imagen de hermandad con “Blas”, el amarillo compañero de “Epi.
Nada más estúpido que ese independentista de mochila colgante arrastrado por una pierna por algún fornido policía mientras intenta hacer palanca con la otra patita para huir. Que él iba a protestar pero que le han cogido en mala pose. ¡Y estaba la tele ahí!

«¿Y qué cosa mas vergonzante que acudir a una manifestación violenta, como buen indepe, y mostrar con furia del león la reivindicativa rabia con una señora bajita»
¿Y qué cosa mas vergonzante que acudir a una manifestación violenta, como buen indepe, y mostrar con furia del león la reivindicativa rabia con una señora bajita que lleva una bandera de España en el cuello?
─ ¡Tenía que reaccionar tirándola al suelo! Imagina si te contamina rozándote con ella─.
Es que, señoras, no damos abasto con la novedad y con lo único para lo que si somos el sexo débil: la violencia de los cobardes… Hay tantos que ya no sabe una donde mirar. Que las mujeres actuales, quitando a las feminacis que ya saben defenderse solas a golpe de dominga pintarrajeada y excrementos de digestión de hamburguesas hetero patriarcales, tenemos ahora un nuevo frente: Además de las violaciones de propios y extraños, los ahogos a ancianas por parte de ladrones varios, etc. ahora, llegan los indepes fustigando mujeres, que son más facilitas y probablemente no puedan responderles con una conveniente patada en los pequeños atributos de cobarde revenido.
Extraña situación, tan de sainete, la de que un país sostenga a sus traidores manteniendo con el sudor de la frente del honrado trabajador español de cualquier región, la rebelión, las embajadas del país de cartón, los lazos amarillos, los sueldos de los que la guían y las pensiones de los que la fomentan.
Y es por cosas como estas que el humor, pese a ser denostado, parece la única realidad a considerar en un mundo de muñequitos y títeres que se dan mucha importancia.
Transcribimos un párrafo de un libro llamado “El misterio de las catedrales”, donde nos habla del humor que nuestros antepasados de la Edad Media, alejados de nosotros, pero algo más cercanos al principio, celebraban con más conocimiento ancestral que los vivientes actuales, sobre como tomar al mundo y sus pompas, o sea, como carcajearse de uno mismo y de los demás y de los papeles que les ha tocado jugar en esta absurda pantomima vital:
“Otras ceremonias, muy del gusto de la multitud, celebrábanse también allí durante el
bello período medieval. Una de ellas era la Fiesta de los locos -o de los sabios-,
kermesse hermética procesional, que salía de la iglesia con su papa, sus signatarios, sus devotos y su pueblo -el pueblo de la Edad Media, ruidoso, travieso, bufón, desbordante de vitalidad, de entusiasmo y de ardor-, y recorría la ciudad… Sátira hilarante de un clero ignorante, sometido a la autoridad de la Ciencia disfrazada, aplastado bajo el peso de una indiscutible superioridad”. (Fulcanelli)
Cada siglo resulta mayor el convencimiento de que nos tomamos a chacota la novela social de Cervantes, Lope, o Quevedo.
Sus historias son tan reales como intemporales. nos negamos a reconocer a los Sancho de ojo vago y a su Sanchez de ojo avizor.
Qué bien sabemos hacernos los gilipollas, inconscientes de que lo somos.
Salud.