Domingo de lectura con un nuevo relato de José Antonio Marín Ayala, donde también se incluye la ilustración realizada por Tano. Hoy la narración nos muestra a un tal “Perico Pericales”, del que si os soy sincera a mi me da que la vida de este personaje se asemeja a otra que me resulta muy familiar y no precisamente por parentesco.
Y aquí me encuentro…
Con un trilero, juego callejero, apuesta fraudulenta,
viviendo del cuento, vanidoso, altanero, no es amigo
es traicionero, unido a un abismo poderoso de dinero
y del que busca su gloria, aun siendo desdicha de
propios y ajenos.
¿Alguien da más? Vamos a verlo…
MMB

Perico Pericales
A regañadientes, con un asco casi indecible el vanidoso, egocéntrico, antisocial y superviviente Perico Pericales tuvo que hacer de tripas corazón y tragarse al sapo rojo y peludo, tipo que se asemejaba al doble del vendedor de cómics Jeff Anderson, el que hasta unos días antes le impedía conciliar el sueño solo con pensar en su presencia; espécimen este último que había nacido al albur de la agitación social de los jóvenes que los barones del partido de Pericales habían estimulado cuando hacían su peculiar oposición al partido del gobierno.
Les habían apodado, y con razón, los Picapiedra, y habían dilapidado entre ambos un millón y medio de votos en unos absurdos comicios cuyas encuestas habían sido amañadas para servir de elemento homicida del uno contra el otro; gran parte de los votos se habían pirado hacia una extrema derecha que ellos mismos habían ayudado a aupar con un guerracivilismo absurdo y con la amenaza de remover de su tumba a un muerto de lujo. No cabe duda de que el tiro les había salido por la culata.
Así que tenían que ser diligentes. Casi como de un diabólico pacto de villanos del tipo Ribbentrop-Molotov, con sus protocolos secretos por el que los firmantes de manera obscena se jugaban el gobierno de las instituciones del país y agrupaban en torno a ellos las esferas de interés separatista, así habían tenido que posicionarse ambos perdedores absolutos de las elecciones para asentarse en el poder y repartirse las carteras ministeriales con el dedo acusador de una militancia engañada levantándose contra ellos al verse arrastrada a unas nuevas elecciones cuya excusa fue la supuesta imposibilidad de llegar a ningún tipo de acuerdo cuando, curiosamente, tenían más escaños. El fin siempre justifica los medios, dirían ambos, cuando del pérfido interés político-personal se trataba.
¡Ah, qué tiempos aquellos!, pensarían a su manera cada uno de ellos cuando evocaran a Marx, Sartre o Marcuse, sus filósofos de cabecera de la moral: qué época dorada aquella, en la que no tenían que pedir permiso a nadie para hacer lo que les viniese en gana; cuando su voluntad era ley; cuando no tenían que aclarar al día siguiente que lo que dije ayer sobre quién mandaba aquí fue fruto del cansancio a que nos conduce esta ocupación, este menester que, a pesar de ser el más denostado e indeseado por la población, ofrecía el placer de mandar y ser obedecido.
A nuestro pseudo Jeff le incomodaba que, como si del once del once de la ONCE se tratara, en fecha tan simbólica como el diecinueve del nueve del dos mil diecinueve, y tan reciente, es decir, unas pocas semanas antes de la segunda cita electoral, el Parlamento Europeo había resuelto condenar los regímenes totalitarios del siglo pasado; especialmente el comunismo, por ser el causante de más de 100 millones de muertos. Pero bueno, para nuestro retrógrado líder comunistoide eso no era más que una mancha del pasado que en modo alguno debía influir en sus ignorantes y leales votantes de izquierdas. ¿O quizá sí? ¡Cagoendiosss, -se dijo-, hay que dejarse ya de pollinadas y trincar los puestos, y después la pasta, y cuanto antes!
Pericales no arrastraba menos desazón; había sido desahuciado por su propio partido y reconquistado su posición de poder a base de sobrevivir mintiendo como un bellaco y sorteando las adversidades. Sus antecesores habían engendrado el nuevo movimiento comunistoide de entre los siempre manipulables jóvenes sin futuro para darle pal pelo a la derecha. ¿Quién manda aquí, coño?, se repetía a sí mismo frente al espejo del amplio salón monclovita. ¿Habrá algo más grandioso para para un mentiroso compulsivo como yo que el poder?
Y es que ese pacto, fraguado apenas un día después del camelo electoral al que habían sometido de nuevo a los incautos electores, fue una reacción lógica a una señal de alerta que había saltado en el tablero de instrumentos de la sala del control electoral. La errabunda trayectoria política del Aprendiz de Brujo, otro que había soñado también con dormir sobre un colchón nuevo en la Moncloa, le había costado cara; no en vano, no le había quedado más tesitura que irse con el rabo entre las piernas junto a su pulgoso ante el descalabro electoral sufrido por su partido de centro. Había sido el principal artífice del pluripartidismo; y también el primero en pactar con el débil
Gobierno legal y mayoritariamente elegido; en el momento en que olió poder no le tembló la mano para lanzarle una puñalada trapera al Abuelo dejándolo desangrar; había rechazado de plano pactar con los que encarnaban el supuesto progresismo, en la convicción de obtener una mejor posición y poder así asaltar a sus nuevas víctimas. Solo cuando las encuestas le auguraban un batacazo de lo lindo, pues sus hasta entonces leales votantes de centro andaban desconcertados, se avino a cambiar de parecer, a dar otro de sus característicos volantazos: estaba ahora dispuesto a pactar con un Pericales que antes no quería ver ni en pintura.
Los electores no perdonaron tanto egocentrismo y en estas nuevas elecciones mandaron su formación al ostracismo; en consecuencia, sin siquiera reconocer sus errores políticos, el Aprendiz de Brujo cogió las de Villadiego y anunció que iba a dedicarse a la familia y a ganarse la vida como un modesto representante de la clase media-alta de la sociedad, no sin antes destinar parte de su tiempo en cuidar de su perro.
Quizás esta circunstancia explicara el pacto de los perdedores. Había saltado un resorte inesperado. Si la plebe había castigado a uno de los grandes, qué no serían capaces de hacer con ellos si volvían a marearles la perdiz con otras nuevas elecciones. Así que lo mejor era cerrar el asunto cuanto antes y esperar a que escampara la tormenta, preocupando a la peña con asuntos banales. Había que tragarse todas las descalificaciones que se habían lanzado mutuamente ambos fracasados porque estaba en juego la supervivencia política de los dos.
¡Ah, y bien que lo sabía Pericales!, que había sacado pingües beneficios de la moción de censura con un texto de poca monta que le habían escrito gracias al apoyo mediático que ofrecían las cloacas monclovitas. Así que, como decía aquél: siempre era mejor un mal pacto… que ninguno. Y más cuando estaba tanto tiempo en el invernadero la sentencia de los desmanes de sus antecesores, y resultaba ya demasiado bochornoso retrasar más… el fallo de los ERE.
Pero Pericales no estaba a gusto con su socio de gobierno, por lo que urdió una trama para quitárselo de en medio destapando la oscura financiación que le había llevado al poder. Este vio venir el percal y trató con su partida de evitar el escándalo, por lo que se vio obligado a volver a su antigua ocupación de charlatán televisivo. Otro menos, se dijo para sus adentros Pericales.
Luego vino el sucesor del Abuelo y parecía por un momento que iba a hacerle sombra, pero de nuevo Pericales, astuto como un zorro, le ofreció a este ingenuo una información envenenada que él creyó servirle para combatir a una potencial rival que había subido como la espuma en su propio partido. Así, pues, el pardillo picó el anzuelo y él también tuvo que dimitir. En esta cómoda y solitaria posición Pericales era el rey del mambo.
Esa mañana, Pericales se fue con su Falcon a visitar las tropas desplazadas en Ucrania; les regaló los oídos con un curioso discurso:
«Estimad@s «miembras», miembros y también «miembres» del militar estamento, con este discurso, que considero sin sonrojo alguno, acertado, sublime y escueto, es intención mía regalaros, aquí y ahora con la magnanimidad que me caracteriza, mi solidaridad y aliento, máxime en este conflicto que este «hijo de putin» nos ha metido a todos, todas y «todes» sin venir a cuento, y del que espero y deseo que de vuestros valerosos brazos vuestras armas no disparen más que al viento, no vaya a ser el demonio que desatemos la ira de este impresentable elemento.
Fiel defensor me erijo del más puro y pernicioso doctrinario político, el cual represento, fraguado merced a las inevitables purgas internas que cada dos por tres enfrento, tal y como nos enseñaron marxistas, leninistas y estalinistas, nuestros maestros.
Politóloga ideología a la que ahora debéis darme las gracias de que carezca ya del más mínimo fundamento, y hasta diría que, hoy por hoy, se ha convertido gracias a mí en puro esperpento. Así, pues, yo, mentado por Súper Mario como «Antonio de los Palotes», nombre que por no responder a mis méritos detesto, y también apodado por mis detractores por «El Sepulturero», todo ello en mi detrimento, mote que en modo alguno hace honor a mi notable gestión del pandemónium pandémico que ha generado tanto sufrimiento, he sabido por mis asesores, (nada menos que 1155, ¿será por dinero?, yendo su número alocadamente in crescendo), que soy referido en algunos lares del sureste ibérico, esa zona en la que no pisamos moqueta desde el pleistoceno, con el ofensivo epíteto que aquellas gentes regalan a sus enemigos de «Perico Pericales», alias que, por lo que tengo entendido, retrata al que se caga en los bancales y le echa la culpa a los zagales (Se van a enterar esos murcianos lo que les va a quedar conmigo de su preciado trasvase).
Líder y conductor de un grupo de patosos gestores, cuando no de estrafalarios gestantes de ocurrentes ideas, y por su actitud irredentos, en Consejo de «ninistros y ninistras» atareados en temas varios los tengo. Y son algunas de sus labores por mí encomendadas el desarrollo de mi sectaria «Memoria Histriónica Democrática» con la que enfrentar a la peña pretendo; o la ley del «Tran-Tran» de nuestro orgulloso ninisterio de «Igual Dá», tan necesaria para la recuperación económica y crear empleo, amén de pulverizar de una vez por todas, o todes, en gastos superfluos los límites de nuestro ya depauperado presupuesto; y para romper barreras sociales establecidas desde tiempos inmemoriales por la derecha maldita nos hemos propuesto destinar un poco del presupuesto, casi nada, vamos… calderilla, 20.000 millones de «uros», en políticas de igualdad de género.
Y la eutanasia recién impuesta va a servir al gobierno frankensteiniano que presido para reducir gastos en las pensiones de los abuelos, aun cuando no vaya a repercutir absolutamente nada en el vertiginoso aumento de los impuestos; y lo más importante, para mantener en la calle el descontento ocupados los mantengo en desenterrar y volver a sepultar en otros camposantos a ilustres muertos.
En este Consejo de Ocurrentes tengo algunos que han «proponido» hacer campañas con mucho acierto, como la exitosa huelga de juguetes, que aunque pueda a los niños llegar a no saber dónde tienen la mano derecha, perseguimos combatir de mayores su violencia de género, y dejarla en unos valores que no la conozca ni la madre que la parió, es decir, con el objetivo cero cero; también me han «proponido» sustituir la ingesta de carne de macrogranjas de vacuno, pollo o cerdo por la más sostenible sintética del amigo Bill Gates; o hacer de viandas los saludables y proteínicos insectos; propuestas todas ellas de lo más productivas y competitivas que se pueden ver entre nuestros socios de la Unión Europea en este momento.
Quiero poner de «manifestación» los méritos contraídos por el «Niño de la Curva», epidemiólogo que dirige con buen tiento nuestro evanescente e inoperante Comité de Expertos, designado por mí por mor de su «expertitud», sus acertadas predicciones y su consumado talento; lumbrera que pronosticó la evolución por Covid de nuestros enfermos afirmando siempre descender el número de infectos, y después el de muertos, pero la realidad fue que las cifras siempre fueron en vertiginoso aumento.
Pero, como digo, en este «Consejo de Ninistros» que presido, sufro, amancebo y mantengo llega a veces el momento en que sus ocurrencias me sacan de quicio y me supera el desaliento. Entonces, sin más güevos, como aquí no dimite ni Dios que está en los cielos, tengo que ponerme el traje de faena y en persona mandarlos, eso sí con un buen puesto y un generoso sustento, condecoración real incluida, en bloque a tomar paseo y con viento.
Pues una de las máximas que nos enseñaron nuestros ilustres barones, los de ahora y los de otros tiempos, es en la de no dudar un solo momento en mandar a tomar por el saco a quien pueda amenazar tu asiento.
Pero eso son asuntos internos, y es deseo mío ahora mostraros, en este preciso e histórico momento, como mejor sea capaz de alumbrarme la Providencia y dé de sí mi escaso y corto intelecto, a todos vosotros, vosotras y «vosotres» de mis glosas semánticas glorioso ejemplo.
Y si alguien a mis designios literarios osara ponerle siquiera un pero, no tendré más tesitura y remedio que defecar, con todos mis respetos y en señal de protesta, en sus queridos y sagrados… ancestros.
Es, pues, el caso que al igual que en divulgar el término «portavoza» he puesto todo mi empeño para excelsa visibilidad de la mujer trabajadora, eliminando de la ecuación, sin más, a la emprendedora, con siniestro gozo no me temblará la mano para hacer justicia con el varón que se me oponga en esto, ordenando a mis lacayos ponerle, en justa correspondencia, un oneroso «porta-bozo».
No (es no) permitiré que nadie me tome ventaja en esto de las semánticas y gramaticales ocurrencias, ni en lo de presumir de palmito, palmitas, ni aun de palmetas, que en esto no me supera ya ni el más sublime jeta. Ni tan siquiera me hace sombra aquella espabilada que anduvo, altiva ella, discerniendo en su perorata entre «poetos» y poetas.
Así que para exaltación propia de mi insaciable ego he decidido hacer también visible el palabro «soldadas»; así, con un par de bemoles… y de tetas, las mismas que sé por mi «ninistra de supermercado» que todos temen más que dos desbocadas carretas.
Y para que no quepa a nadie duda alguna de que mi intención es tan propia como la del que malqueda, debo advertiros que no me temblará el pulso cambiar de tercio cuando así me lo parezca, por lo que si en alguna ocasión digo digo, en cualquiera otra diré Diego, ya que en lo más mínimo dar estos tumbos gramaticales el espíritu me altera.
Seguiré, terne que terne, con la inclusividad, dando a la mujer la justa visibilidad que merezca; así, junto a brazos implantaré el término «brazas»; y a los dedos les llegarán las correspondientes «dedas» cuando la ocasión así lo requiera.
Y aunque «soldadas», amén de la acción de unir dos piezas son las pagas que, bien lo saben ustedes, el mílite recibe más tarde que antes, yo, destacado personaje público, en modo alguno ungido por la plebe sino por un puñado de diputados votantes, explorador del lenguaje para más señas y hasta en esto del cambio de pareceres mutante, pretendo con este término hacer justicia a las mujeres de toda condición, en especial a ustedes: militares, «militaras» y militantes.
Sobre todo a aquellas que sois por naturaleza tocagüevos luchadoras y a las que pugnan denodadamente para que a un grupo de personas, «personos» o «persones», no se les llame de cualquier modo o manera, sino por su forma lingüística más certera, o «certere», que será, salvo nueva ocurrencia, todas, todos o «todes».
Asimismo dedico estas palabras a las que andáis rebotadas y quemadas con la sociedad, y a las que os falta cuanto menos un hervor; también a las que viniendo de un hogar desestructurado carecéis del hogareño calor; no quiero obviar en esta perorata a nuestras feminazis más contumaces, que con su empuje atropellador a muchas se les fue tiempo ha la pinza y provocan en la sociedad no poco pavor; e igualmente a los cada vez más numerosos transgénero, que para salir del armario, y más con ese genio, se requiere mucho valor.
Y, por supuesto, dejarme en el tintero no quiero a las que os identificáis con una María Sarmiento, desafortunadas que una vez se fueron a cagar y, sin saber cómo ni cuándo, se las llevó el viento.
Porque lo que es a la mayoría de vosotras, a las que antes se las tenía por «normales», me abstengo de abrirles procedimiento, pues me dicen mis numerosos asesores que esta mi diatriba a ellas les importa un absoluto pimiento.
Así que antes de que os deis el piro, de una vez por todas, todos o «todes», con nulo respeto y un no poco afectado resentimiento, ordeno que depositéis en esta urna que me he traído de la «Hispania del enfrentamiento» el voto para un servidor en las próximas Generales para seguir viviendo de este suculento e improductivo… cuento.
Chimpún».