
«Se impone una renovación de los partidos políticos, renunciando al maná del dinero público para sostener sus costosas organizaciones»
En la campaña andaluza, los voxeros pregonan un “cambio real”. El adjetivo no es ocioso. El ambiente ideológico, que predomina en Andalucía y en el conjunto de España, es el de un vago “progresismo”, que ni siquiera el PP parece superar, allí donde tiene oportunidad para hacerlo. Eso hace que la alternativa pepera no se haya atrevido a proponer sustanciales mejoras para transformar con inteligencia el código establecido de creencias. Me refiero a la memoria histórica, el cambio climático, la perspectiva de género y demás macanas de la izquierda hegemónica. Precisamente, en Andalucía se ha empezado a romper el maleficio que anuncia una modificación sustantiva del paradigma político. De ese territorio provino la Constitución de 1812, la Restauración canovista de 1876 y hasta la socialdemocracia felipista de 1982. Es la Andalucía innovadora.
Más que el oxímoron de “cambio real”, yo veo, ahora, una auténtica modificación del ciclo político para toda España y me atrevo a suponer que para el resto de los países occidentales. La apoya el deseo de sobrepasar la situación de hecatombe económica, en la que nos hemos metido de hoz y coz. Es patente que el Gobierno socialista (ahora, degenerado con la mezcolanza de separatistas y comunistas de la peor especie) se siente ayuno de ideas para superar el marasmo de la producción. La pertinaz subida de los precios no se logra contener con el círculo vicioso de más ayudas públicas y más impuestos. No puede ampliarse la ominosa carga de la deuda pública. No parece decente que el Gobierno de España reciba el apoyo de algunos políticos que no se consideran españoles. Una prueba mínima de tal anomalía es que, en Cataluña, no es posible que la enseñanza obligatoria no se pueda dar en el idioma común de los españoles. Ni siquiera se acepta, ya, la vergonzosa concesión de que los docentes impartan el 25% de las materias en castellano.
La idea de ciclo corresponde a una interpretación natural de la realidad histórica. Se contrapone a la imagen que dibuja el progreso rectilíneo, el desarrollo acumulado de la economía. Los ciclos dibujan una secuencia temporal con subidas y bajadas en todos los campos de observación. Digamos que la trayectoria cíclica es más realista. Es algo que se percibe en la evolución de la coyuntura económica, en la sucesión de las modas culturales, en el auge y declinar de los imperios, de las empresas. Se aplica, igualmente, a la vida de muchas instituciones; también, de las políticas. Las elecciones son una oportunidad mínima para alterar las cosas con una moderada aplicación del sentido común.
El cambio político que se avecina es de una escala colosal. España no debe subordinarse a los intereses expansionistas de Marruecos o a la ideología que impide la explotación de los yacimientos minerales. Habría que revisar el empecinamiento en basar la economía en el turismo, una actividad para la que abundan las ofertas en todo el mundo. Alguna vez nos hemos de percatar de la decadencia de la enseñanza, con las malhadadas “leyes de educación”, a cuál peor, que se han ido sucediendo en la etapa democrática. Todas esas desventuras son la consecuencia de un largo ciclo de hegemonía ideológica (no, solo, gubernamental) de la izquierda en España. Hora es, ya, de dar la vuelta a la tortilla para que no se pase.
Las elecciones andaluzas son la piedra de toque de las posibilidades de cambio de ciclo para el conjunto de España. Tampoco, vayamos a creer que Andalucía se ha convertido en “la locomotora del desarrollo español”, como aseguran sus gobernantes. Es un comprensible exceso de triunfalismo, como exige la retórica de la campaña electoral. La “locomotora” de alta velocidad corresponde, más bien, a Madrid, por primera vez en la historia. Pero, el tren arrastra muchos vagones, aunque, de momento, el transporte parezca poco rentable.
El cambio de ciclo, solo, será seguro si se renueva la clase política de una forma sustancial. No basta con que sea honrada. Hay que añadir formación, competencia y capacidad de esfuerzo con dosis desconocidas. Lo que significa que muchos dirigentes políticos actuales tendrán que marcharse a su casa, si es que sus familiares se lo aguantan. Se impone una renovación de los partidos políticos, renunciando al maná del dinero público para sostener sus costosas organizaciones.
Amando de Miguel para Libertad Digital